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Berlusconi, víctima de sus descuidos

El primer ministro italiano nunca está seguro por su propensión a acercarse a la multitud

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Massimo Tartaglia, el hombre que agredió el pasado domingo al primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, se une a una larga lista de personas que han violado la seguridad de los jefes de Estado de manera inexplicable.

No todas han sido tan aparatosas como la de 'Il Cavaliere'. A finales de noviembre, Michaele y Tareq Salahi, una pareja con afán de protagonismo, se coló en la Casa Blanca durante una recepción en honor al primer ministro indio, Manhoman Singh. La historia no pasó de unas cuantas fotos en Facebook con los asistentes, un gran impacto mediático y la consiguiente demanda.

Otras muchas acabaron en tragedia. Por eso, es normal que, mientras Berlusconi sigue ingresado, los servicios de seguridad italianos estén preguntándose todavía qué pudo fallar para que Tartaglia llegara a ponerse delante suya y agredirle.

Los guardaespaldas están en tela de juicio y el ministro de Interior, Roberto Maroni, ha señalado que la agresión fue premeditada. Para algunos expertos, la propensión de Berlusconi a acercarse a la gente es su principal punto flaco.

En la calle, el debate se desarrolla en dos frentes. El primero es sobre si las medidas de seguridad del mandatario son adecuadas. El otro, hasta qué punto Berlusconi las respeta.

'La seguridad falló porque, como de costumbre, Berlusconi hizo lo que nunca debería hacer: buscar el contacto con la multitud', opina Andrea Nativi, investigador del centro del Centro Militar de Estudios Estratégicos de Roma.

Nativi propone que los servicios secretos italianos copien la tarea que desempeña el mismo cuerpo en Estados Unidos. A su juicio, sería importante que toda una agencia nacional estuviera a cargo de la seguridad del primer ministro.

El problema es que, tal y como ha pasado con los servicios secretos norteamericanos, la cantidad de amenazas contra Obama es tan grande que el estrés al que están sometidos los agentes ha provocado que este cuerpo ya no se dedique otra cosa que a defender al presidente.

Nativi además se queja de que no hay nadie que pueda hacer cambiar la forma de ser a Berlusconi: 'Nadie tiene suficiente autoridad como para decirle: No deberías hacer eso'.

Pero no siempre el contacto con la masa es el desencadenante de una escena que puede poner en peligro la seguridad de los políticos. El ex presidente norteamericano, George Bush, vivió una situación de riesgo en plena rueda de prensa en Irak, cuando el periodista Muntazer Al Zaidi le lanzó sus zapatos.

La imagen se repitió con el primer ministro chino Wen Jiabao durante una conferencia en la Universidad de Cambridge.

También el año pasado, el actual ministro de Empresa británico, Peter Mandelson, vio como una activista en contra de la tercera pista de Hetahrow le echaba un líquido verde por encima delante de su cara.

Berlusconi ha pasado la noche tranquilo según los servicios médicos del hospital San Raffaele de Milán y será dado de alta mañana casi con toda seguridad.

Sin embargo, Alberto Zangrillo, el médico que está supervisando su caso, ha asegurado que el 'premier' no debería hacer ningún tipo de esfuerzo durante las dos próximas semanas

En 2002, el político populista Pim Fortuyn, fue asesinado poniendo en tela de juicio las medidas de seguridad de los políticos.

Un año más tarde, Anna Lindh, la ministra de Asuntos Exteriores de Suecia, fue asesinada. El Gobierno empezó a meditar si los políticos deberían sentirse libres como para caminar a su aire por las calles de Estocolmo con su familia. Desde entonces, llevan guardaespaldas.

En 1990, el ministro de Interio alemán, Wolfgang Schaeuble, recibió un disparo de un hombre con problemas psicológicos durante un discurso. En la actualidad, sigue ocupa el cargo de secretario de Finanzas, tiene paralizada la mitad izquierda de su cuerpo desde la cadera.

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