Este artículo se publicó hace 16 años.
El boicot económico entra en juego en el pulso por los Juegos
Con precisión milimétrica, dos semanas después del viacrucis de la antorcha olímpica en París, las autoridades de Pekín han lanzado una campaña de manifestaciones callejeras no exentas de virulencia, en las que ciudadanos chinos del interior del país, y también chinos de la diáspora en París, amenazan explícitamente los intereses franceses y en particular el importante grupo Carrefour.
También con precisión milimétrica, el presidente francés Nicolas Sarkozy y, en menor medida, su colega George Bush, dicen estar empleando la diplomacia secreta para intentar forzar la mano al régimen autocrático del Partido Comunista Chino, y que así acabe por aceptar respetar los derechos civiles, exponiéndose en caso contrario a un boicot de la ceremonia inaugural de los Juegos el 8 de agosto.
Fácil sería aceptar el debate en esos términos y conformarse con la visión archiclásica: Por un lado, manifestantes exasperados defendiendo a su autocracia tercermundista y cargados de odio contra Occidente; por otro, selectos dirigentes del mundo libre haciendo lo que buenamente pueden para que avance la causa de la libertad.
Pero no estamos en Bandung en los años cincuenta, ni en Helsinki en los setenta. Estamos en el mundo globalizado de 2008.
Ni el poder que invadió Irak, ni el que expulsa masivamente a niños sin papeles de suelo europeo pueden declararse por antonomasia defensores de los derechos humanos y reclamar que se les crea de antemano.
Por su parte, el Pekín que garantiza el valor de los bonos del Tesoro norteamericano exportando a todo trapo, la China que está a punto de convertirse en la primera potencia económica del planeta, fábrica del mundo, mercado prometedor, no puede seguir pretendiendo a las bulas que concedía el hecho de ser país subdesarrollado y no alineado.
La amenaza china de boicot a la firma francesa Carrefour pone sobre la mesa exactamente lo contrario de lo que pretendía Pekín. A partir de ahora, lo que está en juego es el monedero de los Juegos. No el de Pekín, ni el de París y ni siquiera el de Washington. Se trata del monedero de la economía globalizada.
El actual debate mundial sobre los Juegos de Pekín existe, no gracias a Sarkozy o Bush, sino gracias a una extensa coalición de ONGs, de intelectuales y de ciudadanos que lograron poner en entredicho el festival de hipocresía en torno a la Antorcha y su Viaje de la Armonía.
Apoyándose en la jocosa zarabanda de la Antorcha en París, dos nuevas campañas están en marcha ya. Para reclamar un boicot, no de ceremonias y dirigentes que poco cuentan a la larga, sino de monederos, de intereses, de firmas que registran beneficios con ocho ceros porque hay decenas de miles de presos chinos trabajando en las cárceles por nada, de compañías que van a comercializar productos derivados de los Olympic Games fabricados por niños esclavos, de marcas deportivas a las que se les pide que, al menos, respeten el espíritu olímpico y los valores más básicos en la fabricación -en China- de toda su maquinaria de récords.
Se trata de la documentadísima petición sindical lanzada por Play Fair, que incluye estudios desde el interior de las fábricas chinas. Una segunda campaña es la lanzada por los franceses de Etique sur l'etiquette.
A nadie se le está pidiendo que se alinee detrás de Sarkozy o de Bush para imaginar un Tíbet idílico. Antes al contrario : se trata de obligar a Sarkozy y a Bush a que dejen de colaborar con el régimen que, denegando derechos sociales a una quinta parte de la Humanidad, rebaja los derechos de toda la Humanidad.
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