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Caimanes y pirañas dentro del pack turístico

Cristina, voluntaria, descubre Aguarico y su turismo alternativo

SUSANA HIDALGO

Gusanos y hormigas para comer, 12 horas metida en una lancha motora nada cómoda, miles de vacunas antes de viajar, una diarrea en mitad de las vacaciones... Y, a pesar de todo, Cristina Millán Sánchez-Grande, volvería, de cabeza, a repetir la experiencia.

Cristina, 30 años e ingeniero de Caminos, pasó todo el mes de agosto del año pasado en Aguarico (Ecuador) en el proyecto de vacaciones solidarias que tiene la ONG Solidaridad Internacional. Con este tipo de viajes, la ONG da a conocer sus proyectos solidarios a lo largo del mundo, en los que los viajeros ayudan y se involucran durante el verano como un cooperante más.

La experiencia de esta viajera incluyó comer hormigas a la plancha y bañarseen una laguna

'Viajé a Ecuador con tres personas más para conocer un proyecto que consiste en ayudar a montar una red de turismo comunitario entre distintas comunidades indígenas', cuenta Cristina. Lo que quiere Solidaridad Internacional es que los indígenas sean los que obtengan beneficio económico de sus tierras y paisajes, y no las multinacionales. Por eso los cooperantes y los voluntarios les enseñan a gestionar sus propios recursos, y en este caso, les capacitan para que puedan llevar a cabo ellos mismos un proyecto turístico. Por ejemplo, les dan clases de inglés y de contabilidad básica. Cristina grabó también entrevistas y videos promocionales del lugar.

Además, esta chica 'actuó' como si fuese una turista potencial de la zona, a la que no le faltan encantos naturales para visitar. Cristina tiene 'miles de recuerdos' de la aventura. Y un momento mágico: 'Cuando nos bañamos tras la primera caminata en la laguna de Bancudochoa, el paraje es precioso, aunque se suponía que había pirañas...'. Pirañas y también caimanes, a los que Cristina, con el resto de voluntarios, salió a ver una noche. 'Es una de las actividades incluidas en los packs turísticos', dice.

Pero antes de llegar a enfrentarse a pirañas y caimanes, Cristina se preparó el viaje vacunándose de malaria, fiebre amarilla, tifoidea, hepatitis A... Se metió en un vuelo Madrid-Quito y desde allí tomó un autobús hasta Francisco de Orellana. 'Luego me tocaron 12 horas en lancha motora hasta las comunidades indígenas', recuerda. Y no fue la última vez. 'Todo el rato nos movíamos en lancha; al final te acostumbras, porque es la única forma de moverse de una a otra comunidad', cuenta. De la población le llamó la atención la falta de igualdad entre hombres y mujeres y que a ellas les costase más entablar relación con los voluntarios: 'Con 20 años están casadas y con hijos y te preguntan que por qué tú no lo estás. Hay un gran choque cultural: que una mujer viaje sola y sin marido para ellas es impensable'.

Para el que le apetezca seguir por su cuenta los pasos de Cristina en la zona hay alojamientos como un hotel rural que hay en la localidad de Nuevo Rocafuerte, que sale a unos 12 euros la noche, y varios albergues. Las costumbres locales pasan por comer gusanos ('que estaban buenísimos', según nuestra viajera') y hormigas a la plancha. 'También probé miles de jugos y huarta, un roedor. Y la gallina criolla. Todos los platos van con arroz y yuca cocida más plátano verde frito', explica Cristina. Tanta experiencia culinaria le pasó factura, por unos días, a su estómago.

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