Este artículo se publicó hace 15 años.
El castillo de la Inquisición, un museo para meditar sobre el abuso del poder
El Castillo de San Jorge fue sede de la Inquisición en Sevilla durante 304 años, entre 1481 y 1785, y sus restos se han convertido en un museo que invita a reflexionar sobre conceptos que siguen siendo tan actuales como entonces: el juicio de valor, el abuso del poder y la indefensión de las víctimas.
"Un marco para la reflexión", subraya una leyenda en la entrada del museo, cuyo acceso es gratuito y que en sus folletos informativos, disponibles en siete idiomas, se dirige al visitante directamente diciéndole que "eres el protagonista de esta historia".
Para ahondar en esos conceptos, cuando se pasa la puerta del museo, al que se entra por el puente de Triana, unos sensores detectan la presencia humana y activan en tres salas varios vídeos en los que se abordan estos conceptos sólo con imágenes.
Una vez recorridas estas salas, el visitante tiene ante sí una gran pared con dos grabados en los que se representan procesos inquisitoriales, uno de ellos de Goya.
En el museo no hay instrumentos de tortura, ya que lo que se pretende es "interpelar al visitante" sobre la violación de los derechos humanos a través de la historia, como ha subrayado a Efe Begoña Marín, trabajadora del recinto.
Tras los grabados se accede por una escalera a un espacio inferior, donde hay mapas y una maqueta de lo que fue el castillo, que hicieron los árabes en 1171 para frenar a las tropas cristianas y que, tras varias ampliaciones, llegó a tener diez torres y unas medidas de ochenta por cincuenta metros cuando fue sede de la Inquisición.
A principios del siglo XIX se demolió el castillo y el Santo Oficio se trasladó a la Alameda de Sevilla hasta su abolición en 1820, mientras que entre el XIX y XX el terreno se convirtió en mercado de abastos al aire libre hasta el año 1992, cuando se excavó y recuperó para transformarlo en museo.
En la zona baja del museo, cuya visita se realiza por pasarelas de madera por encima de los antiguos restos arqueológicos, hay muros de lo que fueron las celdas de la Inquisición, de las cinco viviendas que había (inquisidores primero y segundo, nuncio, notario y portero) y de la bodega, las cuadras o la cocina.
Allí, el visitante puede conocer a través de reconstrucciones virtuales cómo eran esas viviendas y asistir a una representación multimedia que explica en qué consistía un proceso a una víctima de la Inquisición y lo "perfectamente reglado que estaba", según ha resaltado la trabajadora del museo.
Después se accede a una galería con 14 personajes que fueron perseguidos o investigados por la Inquisición, entre ellos Santa Teresa de Jesús o Pablo de Olavide.
El recorrido acaba en el denominado "muro de la reflexión", en el que hay una banda informativa luminosa cuyo texto pregunta al visitante si han acabado los abusos de poder o la indefensión de las víctimas, y junto a ella se exponen varios artículos básicos de la Declaración de los Derechos Humanos.
La última sala incluye un dispositivo "bluetooth" para que el visitante pueda descargar en su móvil información histórica adicional, aunque aún no está activado.
Tras esa sala se sube unas escaleras que dan directamente a los puestos del Mercado de abastos de Triana y se sale a la calle, a pocos metros del Callejón de la Inquisición, que lleva hasta el río Guadalquivir.
El museo, con 1.400 metros cuadrados, se abrió al público el 4 de diciembre tras una inversión pública de 2,5 millones de euros y desde entonces ha recibido unos 3.500 visitantes.
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