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China sella el Tíbet por temor a nuevas protestas

El Ejército monta el mayor despliegue desde el terremoto del año pasado por el 50 aniversario de la revuelta tibetana. La propaganda vende el progreso en la región

ANDREA RODÉS

El Gobierno chino ha desplegado un enorme dispositivo de seguridad para evitar cualquier acto de protesta este martes cuando se cumplen 50 años desde la revuelta de los tibetanos que terminó con la marcha al exilio del Dalai Lama y el comienzo del régimen de mano dura de Pekín en la región.

El presidente Hu Jintao mandó ayer un mensaje contundente para los grupos de tibetanos que siguen luchando por la autonomía desde dentro y fuera del país. 'Tenemos que levantar una gran muralla contra el separatismo, proteger la unidad de la patria y fomentar el progreso en el Tíbet desde la estabilidad básica hacia el orden y la tranquilidad duradera', dijo Hu a un grupo de delegados tibetanos en la Asamblea Nacional Popular en Pekín.

Estos días, el Tíbet y provincias con una fuerte presencia tibetana, como Sichuan, Gansu y Qinghai, viven una especie de 'estado de excepción' no oficial, gracias al mayor despliegue del Ejército desde el terremoto de Sichuan en mayo pasado. El acceso a decenas de pueblos y monasterios tibetanos ha sido bloqueado y la población autóctona vive sometida a un estricto control policial, en especial los monjes, acusados de iniciar las revueltas del año pasado que se saldaron con varios muertos.

El Dalai Lama celebra hoy el aniversario ante unos 10.000 tibetanos de todo el mundo que se han congregado en Dharamsala, en India, donde está la sede del gobierno tibetano en el exilio. El líder espiritual de los tibetanos exigirá a Pekín una mayor autonomía para la región, según la agencia Reuters.

Las autoridades chinas en el Tíbet admitieron ayer que se han intensificado las patrullas en la región y a lo largo de las fronteras con Nepal e India para evitar 'posibles revueltas incitadas por los seguidores del Dalai Lama y por grupos de occidentales que apoyan en la independencia de Tíbet', según el diario China Daily.

'Nos hemos pasado todo el día con la Policía', explica por teléfono Ylenia, una periodista italiana, desde Xining, capital de Qinghai. Después de estar retenida durante horas en un control de carretera, Ylenia logró llegar hasta el monasterio de Longwu, hogar de 400 lamas tibetanos. En un cuarto de hora, la Policía entró a buscarla y la sacó del monasterio.

Las restricciones a la prensa extranjera para acceder a las regiones tibetanas hacen muy complicado dar una visión ajustada de lo que ocurre en el Tíbet. Hace diez días, un monje tibetano de Lithang, en Sichuan, salió a la calle ondeando una bandera tibetana y gritando consignas a favor del Dalai Lama. Después intentó quemarse a lo bonzo, según las organizaciones protibetanas en el exilio. A su acto de protesta siguió una manifestación de un millar de monjes, silenciado por la prensa.

Las diferencias de información entre Pekín y el exilio tibetano saltaron a la vista el año pasado, tras las revueltas de Lhasa: según el Gobierno chino, en los asaltos murieron 19 ciudadanos chinos, uno de ellos un policía. Según las organizaciones tibetanas en el exilio, más de 200 tibetanos murieron durante la represión policial posterior a los disturbios, y más de 1200 personas permanecen desaparecidas.

En este momento de máxima tensión en el Tíbet, Pekín ha optado por un enorme despliegue de propaganda, que incluye desde exposiciones y artículos de prensa a la proyección de documentales sobre el Tíbet en las salas de cine, para ganarse el apoyo popular y fomentar el patriotismo.

Exposiciones y películas

Para visitar una de estas exposiciones en Pekín hace falta pasar por un riguroso control de seguridad, incluyendo el cacheo y el detector de rayos-X. Bajo el título 50 aniversario de las reformas democráticas en el Tíbet, la muestra reúne fotografías y montajes audiovisuales que, según el Gobierno chino, muestran el desarrollo social y económico logrado en el Tíbet bajo el Partido Comunista. Sin embargo, las extremas medidas de seguridad en la entrada y la cantidad de agentes que deambulan por la sala con cara de aburrimiento denotan que la exposición puede despertar hostilidades.

'Hasta hoy no sabía nada de lo que ocurría en el Tíbet antes de 1959', dice Zhang Zhenjie, un jubilado de 67 años, mientras contempla las copias de varios instrumentos de tortura utilizados en las cárceles tibetanas en los años 50. Todo el material expuesto sirve para argumentar la versión oficial de lo que era el Tíbet antes de ser 'liberado' por China: un reino feudal y primitivo, sometido a la miseria y al autoritarismo religioso del Dalai Lama.

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