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El último combate de Günter Grass

Durante el verano de 2006 el premio Nobel de Literatura se encerró con sus dibujos y poemas para intentar levantar el ánimo tras las críticas por su pasazo nazi. De ahí salió 'Payaso de agosto'

PEIO H.RIAÑO

El payaso en la pista del circo está recibiendo tomatazos a discreción. Los golpes le llegan de todas partes. Nadie deja pasar la oportunidad contra la mala sombra que él mismo se pintó. Cuando Günter Grass (Dánzing, 1927) peló la cebolla y llegó hasta el corazón de la Waffen-SS, encontró la cara que nunca antes había visto. La de la crítica feroz. Primero, lo contó en una entrevista en exclusiva al diario conservador Frankfurter Allgemeine Zeitung, antes de que saliera a la venta la primera parte de su autobiografía, donde el premio Nobel confesaba que hace 60 años se había alistado de manera voluntaria al sanguinario cuerpo nazi.

La polémica se hizo pólvora y Grass ardió en la higuera de la revancha: aquel paso fue valiente para muchos, tarde para otros.Pero Grass no se derrumbó y buscó las confidencias con sus lectores con la pelotera encima, en caliente, la mano ligera y las brasas calientes. Pero esta vez con forma de poemas. Con aroma a poesía. Casi poesía: 'Son demasiado apologéticas, demasiado autocomplacientes, demasiado pensadas como autojustificación', apuntó el su día el germanista Edo Reents cuando se publicó Payaso de agosto, en marzo de 2007, en Alemania.

Nuestro corresponsal Guillem Sans Mora explica desde Berlín que la publicación del poemario generó en la prensa un breve epílogo a todo el revuelo originado en agosto del año anterior.Tanto los periódicos de derechas como los de izquierdas, pusieron en duda que lo que presentaba Grass en ese libro pudiera calificarse de poesía.

Reents, en el Frankfurter Allgemeine Zeitung cerró cuentas con Grass: 'El lamento sobre supuestos excesos de la libertad de prensa forma parte del repertorio común del públicamente desenmascarado'. Mientras que Thomas Steinfeld, en Süddeutsche Zeitung, escribió que el poemario era más bien un compendio de 'cartas al director de un periódico'. Molesto o no con los medios, Günter Grass se hartó de que después de 50 años de relación con ellos se le revelaran de una manera tan descarada, cuestionando su moralidad con aquella mercancía caliente. En los próximos días, las librerías españolas dispondrán de los ejemplares de Payaso de agosto (publicado por Bartleby) y entonces sus lectores verán cómo la poesía también puede llegar a ser un instrumento de desquite.

Miguel Sáenz, traductor de Grass, discrepa de esta visión. 'Claro que es poesía. Prosaica, sin altos vuelos líricos, como el resto de su poesía. Tampoco es un libro rencoroso. De hecho, creo que es triste y melancólico', deja claro que la rabia no aparece por ninguno de sus costados. 'Lo que yo creo es que realmente está deprimido porque no se esperaba esta reacción en los medios de comunicación. Él sintió entonces que le estaban prohibiendo su libertad de expresión y eso se refleja en lo que escribe', comenta Sáenz que encuentra en la templanza y el sosiego la virtud del libro. 'No es una reacción de venganza'. Sin embargo Grass, cargado de poesía, en medio de ese ring de linchamiento, suelta algún directo que otro: 'La vergüenza sale a la luz y en adelante/ la rodea la jauría libre de vergüenza', escribe al reflexionar sobre el asedio de su propia vergüenza por parte de quienes no la tienen para despellejarle vivo. Le rodearon y le atosigaron para hacerle subir los colores. 'De todas formas, Grass tiene cierta tendencia al victimismo', aclara Miguel Sáenz con tino.

Es cierto que se dibuja como un ser vulnerable bajo la presencia armada del desaire. Una cebolla que pierde sus capas a base de abucheos después de 50 años de trabajo: 'Que es vulnerable,/ ahora le cuentan segundos -¡Fuera!, ¡Fuera!-/ y acompañado de abucheos/ y sólo aplausos aislados/ lo sacan del ring:/ Acabado,/ definitivamente acabado,/ dicen, todos de acuerdo,/ nuestros comentaristas literarios/ que, con dominio verbal y para todos,/ convierten ahora en acontecimiento/ todo lo que pasa en el ring'. Por momentos, la ira le consume para escribir contra 'los que escriben rápido', que piensan poco y sólo 'perogrulladas'.

Pese a lo que pueda parecer, el escritor octogenario ya no tiene cuerpo para peleas. Tras el combate de la primera parte de sus memorias, la segunda -con cinco meses en el mercado alemán- no ha molestado a nadie. Bajo el título de La cámara oscura, Grass reúne a sus ocho hijos para que continúen el relato de su vida, entre 1959 y 1995: 'Érase una vez un padre que, como ya era viejo, juntó a sus hijos y a sus hijas'.

Las nuevas confesiones -que aquí publicará Alfaguara en unos meses- se ven defraudadas, para quien espere algo más que los simples reproches de los hijos del protagonista por no haber jugado más con ellos.

El título de la nueva entrega hace referencia a una cámara fotográfica con supuestos poderes adivinatorios, que permite excursiones por el pasado y el futuro a los narradores. Basta con leer Payaso de agosto para entender por qué no quiere volver a pasar por el mismo trago. Desvela que no confía en nadie, porque nadie le defiende ('¿Qué hacer?/ ¿Protegerse el rostro/ con el periódico (¿con cuál?)?'). Que lo único que quiere es volver a orientarse, recuperar la razón y encontrar el camino para salir del pozo en el que se encuentra. Y pide que le busquen en el libro, no en los medios, que su pasado está entre tapas duras. Las palabras de Miguel Sáenz toman todo el sentido, Grass se presenta como un ser desvalido y victimista: 'Y el asco me ahoga tanto/ que se apodera de mí/ cada vez que -contra toda sensatez-/ abro el periódico'.

En el dibujo encuentra su otro apoyo para superar los malos momentos. Le ofrece terapia. 'Por eso esta poesía son apuntes realistas de su vida: hay cabezas de pescado, botas, setas, cebollas... Su poesía es narrativa, que complementa lo que cuenta en prosa', apunta de nuevo Sáenz. De hecho, es el mismo lápiz que alimenta sus versos, el que da de comer a sus dibujos.

Mientras escribe a mano dibuja, o al revés, porque en estos dibujos que ilustran Payaso de agosto sucede a la inversa: las palabras se acomodan a las figuras. Dos mundos paralelos que reflejan acontecimientos que le salen al paso. Grass recuerda los seis viajes que pasó en Calcuta, cuando sólo pudo pintar, porque no podía expresarse de otra manera, según dijo.

Quién sabe cuánto ayudaron los dibujos al escritor para superar la creencia de que 'sólo los mueve la ambición del verdugo de poder herir'; o que el oprobio que le han montado es un 'adorno para los años que me quedan'; o que se quedará aquí todo el tiempo necesario para 'escupir contra el viento, porque todavía no está todo dicho'; o que a los escándalos 'hay que hacerles la respiración artificial sin reparar en gastos', para inflarlos y aumentar la demanda. La justicia poética le habrá templado la sangre caliente.

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