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Del cayuco a la escuela

España financia la formación de 300 jóvenes senegaleses, para que puedan trabajar en su país

JUANMA ROMERO

Es la pregunta casi inevitable, lógica y directa:

—¿Pensaste en viajar a España en cayuco?

Fatou Bintou Sow, Kiné, no duda. Habla bajito, en susurros, pero sin titubear un segundo:

—Sí, lo pensé mucho. Muchísimo. Pero aquí llegaban las noticias de la muerte de muchos de los que se echaron a la mar, y luego oí la noticia de las escuelas taller por la radio.

Ahí la vida de Kiné “cambió”. Ella, una joven de 20 años, ha podido adquirir un futuro. Una palabra que a veces suena rara en su país, Senegal, donde el paro alcanza el 48%. Aún más lejana suena en su ciudad, Saint-Louis, la antigua urbe colonial a 270 kilómetros de Dakar, la capital.

Y eso, un futuro, es lo que el Gobierno español busca proporcionar a jóvenes como Fatou Bintou. Chicos y chicas de 15 a 30 años, en paro y sin estudios superiores y con pocos recursos. Para ellos impulsó la creación de cinco escuelas taller en Senegal y de otras siete en seis países del África Occidental (Gambia, Guinea Conakry, Guinea Bissau, Cabo Verde, Ghana y Mali). Doce centros en total –no todos construidos– donde los chavales reciben formación profesional en un área: turismo, agricultura, mantenimiento del equipamiento urbano, desarrollo territorial, rehabilitación del patrimonio... Tras el curso exprés, de 18 meses, los jóvenes aprenden un oficio y mejoran sus perspectivas laborales en su país. Eso es lo que al menos dice la teoría.

Fue Jesús Caldera quien lanzó el programa. Corría el año 2007, él dirigía el Ministerio de Trabajo y todavía estaba fresca la imagen de los 31.678 subsaharianos arribados a las costas canarias un año antes. Hoy no hay cayucos, ni uno ha llegado desde 2008. Ni Caldera es ministro, aunque sí vicepresidente ejecutivo de la Fundación Ideas –el laboratorio de pensamiento del PSOE–, y como tal ha viajado hasta Senegal, para tocar la realidad de sus cinco escuelas.

En ellas España ha invertido tres millones de euros. Cobijan a 60 formadores y 300 alumnos (se recogieron 3.000 peticiones). En año y medio se han convertido en “uno de los grandes empleadores” del país, un “proyecto pionero” en el África negra, cuenta Carlos Gallego, coordinador del programa en Senegal.

Es jueves, y en Saint-Louis los termómetros dan más de 25 grados. La sede del taller de restauración del patrimonio, en el populoso barrio de Guet Ndar, fue en tiempos un imponente cuartel colonial de tres alturas. Aquella gloria cayó. El inmueble se abandonó con los años hasta que España lo okupó con 90 alumnos. Los chavales “aprenden y hacen”, se forman y reconstruyen el edificio, sintetiza Gallego. “Eso les motiva más”, añade.

—Yo he elegido ser ferrallista –relata orgullosa Kiné–. Mi tía trabajó de eso. Es un roble, es como un hombre. Quiero ser como ella, como un roble, trabajar como los chicos.

Kiné lo necesita. Sostiene a sus padres, tres hermanos y a su tía. Todo con su trabajo y el sueldo que le paga España, igual al que reciben sus compañeros: 30 euros al mes (20.000 francos CFA), 30 más para transporte y comida. Se le entregarán otros 30 euros por mes cuando acabe la beca, para que pueda montar su negocio. Kiné dice que tiene “todo planificado” para entonces: “Quiero obtener las mejores notas y crear una empresa con dos amigas. Sé que lo haré. Sí me gustaría viajar a España, pero legalmente y para buscar socios”.

Abdourahmane Seye, de 24 años, también tiene en su cabeza su futuro. Está aprendiendo albañilería, y su 'pasión' sería ejercer y enseñar a otros jóvenes. Su mirada se tiñe sombría cuando lo opone a su pasado: la muerte de su padre a los 10 años, la 'lucha imposible' de su madre para darle una moneda, el abandono del colegio, la experiencia de dos amigos que fracasaron en su travesía hacia España: uno fue apresado por piratas mauritanos; otro murió. Una historia convergente con la de Mdack Miang, que perdió a su hermano en la travesía a Canarias.

El cayuco se convirtió en un Eldorado. Un sueño arriesgado y caro: unos 600 euros para una población con una renta per cápita de 1.700 dólares al año. Como dice Sene Mohamed, profesor de español en la Universidad de Saint-Louis, 'en aquellos años se pensaba que Europa era un maná caído del cielo, pero ahora saben que las cosas en España no están bien, que hay crisis y no hay trabajo'. A lo que se sumó la estrecha vigilancia de las fronteras. 'Yo había ahorrado ya 200.000 francos [300 euros] para montarme en un cayuco. Tenía mi viaje programado. Cuando oí por la radio el programa, lo dejé. Perdí el dinero, pero ahora soy feliz', resume Thierno Diack, un aprendiz de carpintero de 23 años.

'No queremos dinero, queremos experiencia'. Mohamed Ciss ensaya su precario español mientras coge del brazo al periodista para convencerle de que sí, que está estudiando y que conseguirá 'un trabajo pronto' en su ciudad. Estudia turismo en la escuela española situada en la parte continental de Saint-Louis. Pero cuando acabe su curso, nada será fácil. La ciudad, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2000, “apenas ha tenido explotación turística”, reconoce su profesora de castellano, Gnillane Bakhoum. “Faltan agencias, guías, camareros, cocineros...”. Y falta restaurar el brillo de la vieja zona colonial, trufada de casitas bajas encaladas, balcones de madera y celosías de hierro. “Hay mucho por hacer aquí; nos hacían falta este tipo de iniciativas”, dice Mam Fatou Niang, gerente de la escuela de turismo.

Los parámetros occidentales no sirven para Senegal. No hay hambre, pero sobreviene la imagen de desorden, de falta de expectativas, de desidia. De caos. Hombres y mujeres pasean por la calle, deambulan sin mayor propósito, buscándose la vida. Las dificultades y la miseria existen, aunque no borra la sonrisa de la gente, de los niños. 

'Yo no me quiero volver a España. Ya no podría vivir en Europa'. Enrique Ruiz de Villa es el arquitecto que coordina los trabajos de rehabilitación de la escuela taller de rehabilitación en Saint-Louis. Hasta hace dos años, trabajaba en la Fundación Santa María la Real, a quien el Gobierno encargó el levantamiento de los centros. 'Me apetecía salir de la oficina, en Cantabria, y ahora estoy tan a gusto aquí, hay tantísimo que hacer, que no me planteo regresar. Si no se renueva este programa, me buscaré otros financiadores... Lo que sea'. Ruiz de Villa destaca lo 'visible' del proyecto, la ayuda directa que se proporciona a los chavales en poco tiempo, lo que hace que 'aprendan rápido y estén muy motivados'. 

La ayuda española no concluye en Saint-Louis. Alcanza a Dakar, a la Escuela Nacional Marítima. El Gobierno financia el programa Forpex, para enseñar a los pescadores conceptos básicos de seguridad en los barcos, señalización... 'El curso dura 15 días, tras los cuales el alumno obtiene un diploma', arranca Aliou Ndour, formador del Forpex. ¿Sólo 15 días? 'Sí, y es suficiente para obtener unas nociones básicas de seguridad, pero que son necesarias para poder enrolarse en compañías pesqueras internacionales'. Oumar Diakité, de 42 años, se arrima a la conversación y apela al periodista: 'Di que agradecemos a España que financie el Forpex'. Luego detalla por qué: 'Si tuviéramos que pagar el título, nos costaría 250.000 francos CFA [unos 400 euros]'. 'Preferimos que España nos enseñe a pescar con seguridad que el dinero', confirma a continuación el marino Bocar Alassane.

Por eso todos quieren que España no se vaya de Senegal. Cosa que no está del todo clara. Ahora mismo 'están avanzadas las negociaciones con las instituciones locales', según Gallego, pero no hay nada cerrado. Depende de la voluntad de Dakar y del Gobierno español, cuya política de inmigración no casa al cien por cien con la que defendió Caldera.

Kiné escribe en la libreta del periodista su nombre y su teléfono. Lo hace despacio, recreándose en cada letra. Es tal vez un aviso simbólico, una metáfora de un deseo: que España no olvide a los jóvenes senegaleses ni su futuro.

 


Jesús Caldera no se arrepiente de su política de inmigración al frente del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales (2004-2008). Lo demostró en su visita de tres días a Senegal, del 7 al 9 de abril. Conoció las escuelas que él puso en marcha, el programa Forpex, se entrevistó con el presidente senegalés, Abdoulaye Wade... y mitineó a alumnos y a estudiantes de la universidad pública de Dakar, la Cheikh Anta Diop. 

El ex ministro reivindicó el proceso de regularización de 700.000 inmigrantes que impulsó en 2005, por lo que recibió sonoros aplausos, y encadenó un discurso de profunda carga ideológica: 'La crisis no puede resolverse con el business, as usual, dejando a una parte del mundo abandonado y sin recursos. La nueva estrategia económica debe ser global y con tres elementos esenciales: sostenible en términos de cambio de las fuentes de energía, sostenible en términos sociales (incluyendo a los que se han quedado fuera de la prosperidad) y sostenible en términos medioambientales'. 

El mundo, dijo, no puede dejar sola de nuevo a África, debe convertirla en 'partenaire estratégico de cualquier decisión', y tratarla 'de igual a igual'. Puso el ejemplo de España, 'primer donante del continente en términos de riqueza de país'. Adjuntó a su discurso una cita del escritor Eduardo Galeano y de su obra Espejos, suproclama de que 'todos provenimos de África' y que sólo fue culpa del Sol el reparto de los colores. 

Caldera defendió un concepto de cooperación con el tercer mundo 'que permite a cada cual utilizar sus propios recursos y ser autónomo', favoreciendo el crecimiento equilibrado y con pleno respeto a los derechos humanos y la dignidad de las personas. Palabras que incardinó con la inmigración: 'Hay quien se refiere a inmigrantes ilegales, pero también hay empresarios que los contrata y que yo sí considero empresarios ilegales. Si queremos ir a un mundo mejor, no podemos negar derechos a otros ciudadanos por el hecho de nacer en otro país'. Eso sí, apostilló, la inmigración ha de ser 'regulada', ligada a los flujos laborales para evitar una reacción social muy negativa hacia los extranjeros. 'Por eso no puede haber puertas abiertas', razonó. 

El ex ministro lanzó un mensaje claro a la Unión Europea. En realidad, lo hizo durante todo su viaje a Senegal. Quiere implicarla en la promoción de las escuelas taller, un proyecto barato pero eficiente: 'También debemos ser más exigentes con los países desarrollados. Si podemos hacer en España un esfuerzo, los demás también pueden hacerlo', enfatizó. 

 

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