Este artículo se publicó hace 15 años.
Un edificio de 'okupas' que cuenta con portero propio
Cuando Iván se puso hace unos meses a vigilar un viejo edificio del centro de Madrid, en la calle de Rodas, se encontró con la sorpresa de que había tres familias de okupas viviendo dentro. Al principio hubo "recelos", pero ahora su relación es como la de "un portero con sus vecinos de cualquier edificio".
Se supone cuenta Iván que él tiene que encargarse de que nadie más entre en el bloque, de tres plantas de altura y en muy mal estado. "Para eso me paga la empresa dueña del edificio, con los que están dentro ya no puedo hacer nada, no les puedo echar", sostiene este hombre, que hace el turno de noche, "de ocho de la tarde a ocho de la mañana". El turno de mañana lo cubre otro portero.
Bloque apuntaladoEl edificio, propiedad de la empresa inmobiliaria Preciados S.A. y Promoción de Piedras Perdidas, presenta un estado ruinoso. Por dentro está totalmente apuntalado, no hay luz en las zonas comunes y las escaleras están combadas.
La relación de los dos porteros con los inquilinos es "cordial", comentan ambos. En el descansillo hay unos carritos de bebé y, si es preciso, los hombres ayudan a las familias que allí viven a cargar escaleras arriba con los trastos.
Grietas y quejasUno de los okupas quiere hablar porque "hay mucho que contar", pero dice que su mujer no le deja. Ella, que sube detrás de él la escalera con un niño en brazos, asiente con la cabeza y dice que "nada de cámaras". Otro de los inquilinos afirma que hace meses que se metió en el bloque y que quiere una vivienda digna. "Aquí no podemos vivir, mira cómo está el edificio", cuenta y, efectivamente, hay grietas por todos lados.
Además de las tres familias okupas, formadas por adultos y niños de etnia gitana, en el bloque de la calle de Rodas viven dos hombres en régimen de renta antigua.
Uno de ellos es Ataúlfo. Asegura que heredó el alquiler del piso, por el que paga una renta de 50 euros al mes, de su abuelo. "Y ahora la inmobiliaria me quiere desahuciar porque quieren derribar el edificio para construir apartamentos nuevos", explica Ataúlfo.
Él, que se gana la vida vendiendo gasoil, es consciente de que le quedan pocos meses en la casa. De momento malvive entre las barras que apuntalan los techos de su vivienda.
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