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¿Quién elige al que manda?

Cuatro expertos reflexionan sobre el nivel de democracia interna de las formaciones en España. Su veredicto es claro: ninguno la aplica

MIGUEL ÁNGEL MARFULL

Hace dos semanas, el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, anunció que volverá a ser candidato al Ayuntamiento en 2011. Ningún órgano interno del partido, ninguna consulta previa ha avalado esta decisión, ordenada únicamente por la dirección del PP.

De forma simultánea, Público adelantaba que el PSOE piensa en el ministro de Educación, Ángel Gabilondo, como candidato socialista frente a Gallardón. Sería el tercer nombre que desfila como posible alternativa tras Miguel Sebastián y Trinidad Jiménez, ungidos por el dedo decisorio de Rodríguez Zapatero, aunque su elección se ratifique después por la estructura del Partido Socialista. La cúpula decide y los órganos subordinados aclaman. ¿Dónde queda la democracia interna?

La Constitución establece que la estructura interna y el funcionamiento de los partidos 'deberán ser democráticos' (artículo 6). Formalmente, todas las organizaciones políticas incluyen esta obligación en sus estatutos. Los hechos, sin embargo, acreditan lo contrario. 'El problema de la democracia interna es un viejo debate que no se ha solucionado. Soy bastante pesimista respecto a la posibilidad de que se pueda llegar a resolver', admite Roberto Blanco, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Santiago de Compostela. A su juicio, hay una razón sencilla que lo explica: 'Cuando a los partidos les va bien, la democracia interna no les preocupa, y cuando les va mal, sí abren un debate interno que, generalmente, les impide ir bien, porque no ayuda a tener buenos resultados electorales'. Blanco cree que 'la situación del PP en la actualidad es un ejemplo claro' de esta paradoja.

'¿Democracia interna? ¿Eso que es?', ironiza Rafael Bustos, profesor titular de Derecho Constitucional de la Universidad de Salamanca. También ha escrito decenas de trabajos sobre la trastienda de las organizaciones políticas. Desde esa experiencia, Bustos asegura que el funcionamiento democrático de los partidos 'es limitado'. El mismo principio que enuncia Blanco le sirve para argumentar su escepticismo: 'La tríada mágica para ganar unas elecciones requiere un candidato atrayente, un programa sólido y un partido unido; si te falta cualquiera de estos tres elementos, pierdes'.

Es la cuadratura del círculo político: 'Un partido democrático internamente es una formación que ofrece imagen de falta de unidad, y ese no gana las elecciones'.

Comparte este análisis el profesor titular de Constitucional de la UNED Lucrecio Rebollo: 'Más debate interno igual a menos apariencia de cohesión. El resultado final es la imposibilidad de ganar'. A este principio, que aparenta ser universal, se une otro elemento psicológico: 'La disensión interna, además, no gusta. El ejemplo es Gallardón. A la gente del PP no le gusta porque disiente, y los afiliados no aceptan de buenas maneras las discrepancias'.

¿Hay alguna solución? 'Es difícil encontrar el punto medio entre cohesión y democracia interna', admite el profesor Bustos. 'Creo que habría que fortalecer la participación directa de los militantes', aporta como receta.

Roberto Blanco profundiza más en esta idea y enuncia tres herramientas en aras de mejorar la democracia dentro de los partidos. Sostiene que sería necesario introducir 'mecanismos de carácter estructural', entre los que destaca, por encima de cualquier otro, la celebración de primarias para favorecer la participación en los procesos de decisión de las formaciones. Como segunda idea, Blanco propone 'la reducción de periodos de permanencia en los cargos, hacer que circulen las élites'. La tercera medida es complementaria de la anterior. Este politólogo cree que sería beneficioso 'establecer regímenes serios de incompatibilidades' entre la cúpula política, de manera que los dirigentes no puedan acumular responsabilidades orgánicas e institucionales de forma simultánea.

En la práctica, esa fórmula de la coca cola electoral que son las primarias, puede no tener precisamente un efecto refrescante y degenerar en un brebaje, como el que acabó para el PSOE de Almunia y Borrell en indigestión aguda, tras la mayoría absoluta de Aznar en el año 2000.

Rebollo recuerda este precendente para argumentar su escepticismo ante las elecciones internas en los partidos como bálsamo contra el cesarismo. 'La mecánica de las primarias no ha funcionado ni en España ni en Europa y, dada la estructura de los partidos, es muy difícil que tenga éxito'.

Todos coinciden. Ninguno cree que el experimento se vaya a repetir, como ha ocurrido de hecho tras el fiasco socialista del año 2000, y apuntan como solución intermedia 'dar mayor funcionalidad y poder a los órganos colegiados de los partidos, a sus asambleas', como apunta Rebollo.

Hay otra aportación que contribuiría a mejorar el debate interno en las organizaciones políticas. Lo apunta Nicolás Pérez Sola, profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Jaén. 'Hay unas pautas de comportamiento muy parecidas en todos los partidos. Las leyes exigen transparencia, pero en la práctica, el funcionamiento interno es muy opaco'.

Según señala este jurista, 'bastaría con el mero cumplimiento de la ley por parte de los partidos', con 'interiorizar' el funcionamiento democrático en sus organizaciones aunque este modelo, según admite Pérez Sola, 'está reñido con el pragmatismo del partido cohesionado en torno a un líder y un mensaje claro, pensado de cara al cartel electoral'. Sin llegar a tirar la toalla de las primarias, subraya otro paso intermedio: 'Que, en la configuración de las listas al menos, las bases tuvieran más peso'.

La imposible conciliación entre éxito electoral y democracia interna no es una singularidad de España. Se da en toda Europa, explican los cuatro expertos consultados por Público. Tampoco es patrimonio particular de un solo partido. 'La falta de democracia interna es exactamente igual en todos', asegura Rebollo, aunque establece una diferencia 'entre los partidos grandes y los pequeños entre los que incluye dos: CC y UPyD que todavía se mueven en un sistema más asambleario'. En el resto de formaciones, 'si me preguntaran taxativamente si hay democracia interna o no, cualquier especialista diría rotundamente que no'.

'A la hora de buscar unos partidos mejores que otros, ninguno vamos a coincidir en valoraciones', se excusa Pérez Sola. 'Siempre se cita como más democrático el PNV, que emplea un sistema distinto de compromisarios para renovar sus dirigentes, pero esto admite también alguna consideración crítica'. Este profesor jienense no sale de Andalucía para poner lo que a su juicio son dos ejemplos paradigmáticos de falta de debate interno en los relevos: 'En el PSOE, se han producido tres cambios al frente de la Junta, sin participación de las bases, y en el PP, un líder como Arenas comienza a ser cuestionado como candidato perdedor, pero no hay una consulta interna a su partido para sustituirlo'.

Blanco cree que las formaciones 'ni siquiera guardan las formas'. 'Si hay un partido que respete la democracia interna, no lo conozco', asegura tajante. A su juicio, y detrás de explicaciones más rebuscadas o teóricas, se esconde, además, un elemento adicional: la conformación de la actual clase política. 'En buena parte, está integrada por políticos que no tienen profesión, y quien tiene en la política su único oficio y su medio de vida, la concibe como una carrera, y tiene pocas ganas de hacer experimentos, salvo con gaseosa, para que no puedan moverte del sitio donde estás'.

 

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