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Una emancipación a los tres años de edad

Más de 200 niños viven con sus madres en prisión hasta su tercer cumpleaños

MARTA HUALDE

Armarios, cortinas de flores y cuadros, una cama, una cuna, juguetes, fotos y un aparato de música decoran la habitación de una de las presas que tiene la suerte de vivir con su hija en lo más parecido a un hogar. Está en el tercer grado en una de las siete unidades dependientes de una prisión, únicos centros penitenciarios en los que, en casos muy excepcionales y con la autorización de la Fiscalía de Menores, las presas pueden vivir con sus niños cuando han pasado la edad máxima permitida. Esa especie de mayoría de edad llega a los tres años.

No todos los menores de tres años (221), que a mediados de febrero acompañaban a 218 mujeres en prisión, pasarán por estos pisos. La Junta de Tratamiento tiene la última palabra, previo acuerdo del Juez de Vigilancia. Algunos dejarán la cárcel antes, cuando salga su madre, y otros se quedarán en la lista de espera que a veces hay para ir a estos centros. Las alternativas más frecuentes para ellos son: ir con otros parientes o bajo la tutela de la Administración, que les llevará a un centro para niños o en acogida con otras familias.

'Por cosas de la vida'. Es la explicación que dan a su encarcelamiento dos reclusas que pasan su última fase de la condena en una unidad dependiente de la cárcel de Aranjuez (Madrid). Por fuera, parece un portal como otro cualquiera, a excepción de que cuenta con un único timbre en el portero automático. Una vez dentro, se ven varias sillas de bebés y un teléfono público, que usan sin restricción de tiempo.
Es una casa de tres plantas en la localidad madrileña de Alcobendas, habilitada desde hace ocho años para albergar a presas con hijos, gracias a la colaboración entre la Dirección General de Instituciones Penitenciarias y la Fundación Padre Garralda-Horizontes Abiertos. Hay otros similares vinculados a prisiones en Granada, Sevilla, Madrid,
Tenerife y Valencia.

Un vínculo irrompible

En estos hogares, se mantiene la unión entre la madre y el hijo, algo que los expertos ven 'fundamental' si en el futuro será ella la que le cuide, como señala Félix López, catedrático de Psicología en la Universidad de Salamanca. 'Para el niño, es bueno mantener la continuidad en sus afectos', añade Jesús Palacios, profesor de Psicología Evolutiva de la Educación en la Universidad de Sevilla. Si no, cree que carecerían de sentido sus tres primeros años con ella en prisión, donde viven 'muy pegados' y el menor desarrolla una
'fuerte dependencia'.

Los casos en los que pasan a ser tutelados por la comunidad autónoma 'se producen con más frecuencia' porque la población femenina reclusa con hijos se nutre cada vez más de extranjeras. Así lo recoge el último informe anual del Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid. 'Las españolas tienen más apoyo familiar', argumenta Gemma Lozano, educadora social en el centro de Alcobendas. Las inmigrantes son las que más pasan por estos pisos: el 80%. El peligro de dejar a su hijo en acogida es que se desconecte de su cultura o su lengua, alerta la comunidad brasileña.

Salas para el reencuentro

Para los menores que salen de prisión en su tercer cumpleaños, el problema es el lugar de reencuentro con ellas. La asociación Pro Derechos del Niño (PRODENI) critica que, además de la 'separación traumática', no haya 'instancias humanizadas' para esas visitas en la cárcel. Su portavoz, José Luis Calvo, explica que después del cambio del paisaje carcelario al de la calle se produce 'un nuevo choque' al
visitar a la madre.

Aunque el 'impacto' de la vida en prisión de niños pequeños es menor que en un adolescente -tranquiliza López-, su normalización debe ser gradual. Palacios ve 'pocas diferencias' con los niños que nunca han pisado una cárcel, sobre todo en los menores de 18 meses. 'Son más sociables y están acostumbrados a tratar con gente', añade el gerente de Horizontes Abiertos, Benito Fernández. Aunque les sorprenden algunas cosas: las puertas, los picaportes o los coches, añade la educadora social Lozano, que aboga por su pronta escolarización. Para PRODENI, la cárcel les
afectará en su crecimiento.

Campamentos, salidas los fines de semana y actividades diversas en la cárcel son los primeros pasos que promueve Horizontes Abiertos para acostumbrarles al mundo exterior. Las unidades dependientes ayudan, ya que salen para ir al colegio o dar un paseo. 'Aquí se normaliza mucho su situación', dice Lozano.

Entre otras cosas, ven problemas lógicos de la convivencia y las tareas del hogar, que se reparten las reclusas, y se habitúan a las dependencias de una casa (salón, cocina, baño...). 'Es como una transición entre la prisión y la vida normalizada', resume el catedrático de Psicología Evolutiva de la Educación.




























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