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España se suma a los países que ensayan el milagro económico

Finlandia y Corea. Reorientaron sus modelos con éxito. La colaboración de las empresas es clave en el proceso

B. CARREÑO

'Un país no se cambia de la noche a la mañana', aducen los detractores del proyecto para cambiar el modelo productivo que presentó el Gobierno el pasado viernes.

Sin embargo, la historia recoge casos de éxito de economías que se reinventaron de arriba abajo tras sufrir graves crisis: Finlandia, Corea del Sur, y en cierto modo Irlanda y Japón, son paradigmáticos. ¿Se pueden repetir los milagros? Es difícil, pero son una inspiración.

El caso más reciente es Corea, con una particularidad de raíz: fue un poderoso grupo mediático local, Maeil Business Newspaper (MBN), el que impulsó la idea de transformar al país en una sociedad del conocimiento. Tras la crisis financiera de 1994 en México (el efecto Tequila), MBN empezó a preguntarse por las posibilidades de que una crisis similar estallara en la pequeña economía asiática. Al comprobar la fragilidad del modelo, MBN comenzó a hacer un fuerte lobby por el cambio de patrón. La crisis asiática de 1997 reforzó la idea, finalmente adoptada por el gobierno, que consciente de la magnitud del reto pidió ayuda al Banco Mundial para convertirse en una sociedad del conocimiento.

El Gobierno tardó casi tres años en desarrollar, junto a una decena de think tanks (laboratorios de ideas) creados ex profeso, la estrategia para cumplir sus objetivos anunciada en enero de 2000. El empujón inicial se encuadró en un plan de tres años que recogía 83 medidas en cinco grandes áreas de infraestructura de la información. 19 ministros y 17 institutos de investigación estuvieron implicados. El éxito fue tal que hoy Seúl trabaja en hacer llegar 1GB de banda ancha a los hogares. El ministro de Industria español, Miguel Sebastián, aspira a lograr 1MB (una milésima parte).

Para el Banco Mundial, corresponsable del éxito, este se explica por el compromiso de la clase empresarial, así como por la apertura del Gobierno a escuchar distintas opiniones (medios de comunicación, organismos internacionales).

La historia de los fineses se basa también en el principio de 'crisis es oportunidad'. La crisis financiera de los países nórdicos a principios de los noventa obligó a los responsables políticos a sentarse a redefinir el modelo de país. Los finlandeses echaron mano de grupos de trabajo aliados con el mundo universitario y finalmente crearon un consejo y una agencia para centralizar e impulsar las políticas tecnológicas. Entre ambas entidades, Finlandia consiguió una aproximación transversal al concepto de innovación. Cuando en 1993 el Consejo científico declaró que el futuro de Finlandia pasaba por ser una potencia tecnológica, el entramado político ya estaba listo. El gasto público en I+D creció progresivamente en el siguiente trienio y se incentivó la participación privada.

El fenómeno finés está indisolublemente ligado a la transformación de Nokia, que pasó de ser una empresa de caucho a la tecnológica más puntera de Europa. Ambos procesos (cambio político y transformación empresarial) convergieron con potentes sinergias: el éxito de Nokia ayudó a desplegar por todo el país pymes de servicios tecnológicos. En algunos momentos, la capitalización bursátil de Nokia ha llegado a suponer el 60% del valor de toda la bolsa finesa. También el alto nivel de estudios superiores (uno de cada cinco finlandeses tiene estudios terciarios) centrados en el campo de la tecnología ha sido definitivo para alcanzar la meta del cambio.

Los casos de Japón e Irlanda son ejemplares por su capacidad de transformación, pero no responden a una línea de actuación política tan puntual. En 1945, tras la Segunda Guerra Mundial, Japón se vio obligado a reconstruir la sociedad y el tejido empresarial desde cero. La enorme inversión dedicada a resucitar el país, unida a un hábil manejo de la divisa (el yen estuvo devaluado durante décadas), catapultaron la economía. Entre 1950 y 1981, el PIB se multiplicó por 73. Además, el Gobierno dirigió la nueva política industrial mediante créditos blandos e incentivos a determinados sectores. Aunque la base adoptada fue el libre mercado, Tokio coordinó el sector industrial para lograr economías de escala más eficientes.

Irlanda, por su parte, comenzó su transformación a finales de los ochenta, desde una base económica muy baja (eran los pobres de Europa, según la revista The Economist). Su estrategia de arranque fue una férrea disciplina fiscal y presupuestaria que más tarde permitió bajar abruptamente los impuestos a las empresas y atraer a muchas multinacionales que querían poner un pie en la nueva Unión Europea. El efecto demográfico (en sólo una década llegaron medio millón de inmigrantes sobre una población de 4 millones), la positiva influencia de la mano de obra de habla inglesa, las ayudas europeas y el escaso lastre de un tejido industrial anterior (no había que transformar, sino crear) explican el rugido del llamado tigre celta.

En Japón e Irlanda, el cambio de modelo fue muy exitoso al principio, pero también generó burbujas contraproducentes. Japón, aunque ahora está recuperándose, ha pasado por etapas de crecimiento muy pobre, e Irlanda es hoy una de las economías más dañadas de Europa.

Hay similitudes: el convencimiento del país, la clase empresarial y los agentes sociales de que es necesario un cambio; pero también existen grandes diferencias. Los otros países partieron de un relativo aislamiento (el llamado efecto isla), que permitió reorientar de forma más independiente su tejido productivo. Lo que a priori es una desventaja, en realidad, facilita el golpe de timón.

Además, en el anteproyecto de Ley de Economía Sostenible brilla por su ausencia una política industrial definida, que sí esta presente en el resto de programas. También falta un órgano que centralice las políticas, así como una mayor implicación del mundo universitario y de la clase intelectual, cuya colaboración en el diseño del plan ha sido hasta ahora poco relevante. Por último, está por ver si los puentes tendidos a la clase empresarial serán suficientes para vertebrar el nuevo modelo, y si es posible superar la escasez de financiación en Europa.

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