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El extraño y azaroso viaje de un tótem republicano

La vara de mando de Manuel Azaña ha recorrido Francia, México, Zamora y Portugal antes de llegar a la biblioteca central municipal de Elda, en Alicante, su destino final

ARTURO DÍAZ

'¿Pero cómo vamos a regalar eso al rey?', alucinaba el cura de un pueblín de Zamora mientras un grupo de autoridades esperaba al susodicho en Alcañices, junto a la raya de Portugal, el 8 de junio de 1997. El monarca y Jorge Sampaio, presidente socialista portugués del momento, iban a conmemorar los siete siglos de la firma en el pueblo de uno de los tratados delimitadores de fronteras más antiguos de Europa, entre Castilla y el reino vecino.

El presente en cuestión, inapropiado para un rey católico a ojos del clérigo -'¡Es que fue de un ateo!', se quejaba el hombre- era uno de los objetos totémicos de la II República española, el bastón de mando de Azaña, que por azares del destino había acabado en la comarca de Aliste con un par de viajes pendientes todavía.

El que cuenta la anécdota con mucha gracia es José Francisco Alonso, presidente de la Liga Pro Derechos Humanos, personaje fundamental en esta historia, propietario de la vara a la sazón. Alonso, que era teniente alcalde de Alcañices, además de dirigir la Liga en la que militó Manuel Azaña, continúa el relato: 'Es que la vara que teníamos en el pueblo era de madera, y claro, ésta es más bonita, así que pensamos dársela al rey. Pero cuando contamos lo del cura a Raúl Morodo, que fue mi profesor y entonces era embajador en Lisboa, me respondió: A ver qué le parece a Sampaio, que es muy azañista'.

El rey, que guarda una pitillera de plata que fue del presidente republicano, según Alonso (extremo no confirmado por los servicios de comunicación de la Casa Real), no entró en el asunto al enterarse. Siempre siguiendo el relato de Alonso, el rey, y como todo comentario, pronunció una frase solemne, como de diccionario de citas célebres: 'Si tuviera dos o tres políticos como Azaña, dormiría tranquilo'.

Sampaio, en cambio, se declaró en efecto rendido admirador del republicano español. Y saltó con un deseo inesperado. 'Me pidió si podía guardar el bastón mientras fuera presidente, y así lo ha hecho hasta que ha dejado de serlo, en marzo de 2006',
explica Alonso.

Una M de Manuel

El cetro republicano mide 93 centímetros de cabo a rabo. Es de carey y gasta empuñadura de oro; la punta es una pieza de metal plateado. Una M grabada recuerda a Manuel Azaña, su primer propietario, nacido en Alcalá de Henares (Madrid) en 1880 y muerto en el exilio en Montauban (Francia) en 1940.

Azaña, entre otras muchas cosas, fue el presidente de la II República entre el 10 de mayo de 1936 y el 27 de febrero de 1939, y la vara de mando era la principal insignia de su poder en aquellos tiempos convulsos. El objeto se encuentra hoy en la biblioteca municipal de Elda (Alicante); pero hasta llegar allí, ha viajado por medio mundo.

La viuda de Azaña, María Dolores de Rivas, guardó la pieza en México, adonde marchó al enterrar a su marido hasta que decidió que debía ser la Liga y su presidente quienes la conservaran, 'dadas las convicciones liberales de Azaña'. Asegura Alonso que De Rivas, ya fallecida, no se llevaba bien con otros familiares que reclamaban la vara, 'ni tampoco, en ese momento, con Izquierda Republicana, el partido del presidente Azaña'.

El bastón de mando quedó pues al cuidado de Alonso hasta que pasó al despacho del presidente portugués, quien mandó fabricar una caja de metacrilato para proteger mínimamente la pieza. El 31 de enero de 2006, Sampaio envió una carta al presidente de la Liga con el envío de la vara-'que me enorgullezco de haber conservado en mi despacho de trabajo estos años', dice la misiva- de vuelta a España.

Alonso, al mando de la Liga -de la que formaron parte Lorca, Marañón, Dalí, Valle-Inclán y Falla, entre otros- asegura que ha sido cortejado por ministerios y otras instituciones que ambicionaban la custodia del bastón. '¡Mira, en el Ministerio de Defensa, uno me dijo que me la cambiaban por una colección de armas y soldados de plomo!', dice riéndose. También fue prestada para una exposición sobre Azaña que se organizó en Madrid en los noventa.

Pero el destino de la joya no era permanecer en la capital y, en una carambola de su suerte, habría de acabar en Elda. La ciudad (55.000 habitantes) estuvo gobernada por el PSOE hasta las municipales de mayo, tras las que entró a gobernar el PP. Pues bien, fue el anterior alcalde y senador, Juan Pascual Azorín, el que se llevó la vara al agua, a su pueblo: 'Se consiguió porque José Francisco Alonso es amigo de varios eldenses que comparten su veraneo en la playa de San Juan y, además, porque Elda ha colaborado con proyectos de la Liga en el Sáhara'.

Aunque Azaña nunca estuvo en Elda, la elección de Alonso tiene una justificación histórica, ya que la ciudad fue la última sede del Gobierno de la República en su huida hacia el exilio (del 25 de febrero al 6 de marzo de 1939).

La Subsecretaría del Ejército de Tierra se estableció en las llamadas entonces Escuelas Nacionales Emilio Castelar, y Juan Negrín, el presidente de la República agonizante, residió en una finca de Petrer, ciudad vecina a Elda.

Lugares republicanos en Elda

Precisamente, en esas Escuelas reposa hoy de tanto ajetreo la insignia de Azaña. El edificio es compartido por un colegio público, el Padre Manjón, y una biblioteca recién inaugurada, la Alberto Navarro. Es la directora de la biblioteca, Consuelo Poveda, la custodia provisional de la vara.

La bibliotecaria, una mujer muy afable, muestra una cierta estupefacción por tener a su cuidado una pieza como ésta. 'Es que éste no es el sitio para que esté la vara, ¿no?', se excusa. El bastón estuvo guardado en el despacho del alcalde anterior cuando llegó a la ciudad a principios de este año, para luego pasar a manos de Poveda.

El nuevo concejal de Cultura y Educación de la ciudad, José Francisco Mateos, asegura que Elda tiene grandes planes para el bastón de carey. 'Queremos crear un archivo histórico con material gráfico y documental referente a esa época, y una ruta turística sobre los lugares representativos de los últimos días de la II República en España', explica Mateos. La insignia de Azaña 'será la enseña de esta iniciativa cultural, una pieza que nos distinga y atraiga a los visitantes', concluye.

Uno toma la vara con las manos y siente el frío de la historia, del exilio, de la esperanza y la muerte, una sensación desagradable condensada en un objeto pomposo.

'Al principio, estaba a la vista, pero ahora la guardo yo porque tengo miedo de que los niños que andan por aquí le den un golpe', acaba Poveda, mientras devuelve con mimo el viajado bastón a su caja transparente.

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