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Los gitanos, parias en la Italia de Berlusconi, se hacinan en los barrios de chabolas

TRINIDAD DEIROS

Basura, ruido, asfalto y una cuerda con ropa de niño tendida al ya implacable sol. A un lado, a apenas 300 metros, los muros de la prisión napolitana de Secondigliano; al otro, la valla metálica que linda con una carretera rodeada de montañas de inmundicia, sobre la que pasa un puente de la autopista del eje mediano de la periferia norte de Nápoles.

Los niños que crecen en este paisaje de fracaso son gitanos. Al llegar el extraño, cámara en mano, acuden en tropel pidiendo una foto.

'Ciudadanos imperfectos' -como los definió un informe sobre la condición de los gitanos en Italia- a causa de la violación de sus derechos y de unas leyes de inmigración más implacables que nunca, estos pequeños y los adultos que los rodean tienen pocas posibilidades de conjurar el estigma de vivir en este lugar.

Su campamento fue creado y autorizado en 1999 por el Ayuntamiento de Nápoles que, sin embargo, considera 'abusivas' al resto de las inmensas aglomeraciones de chabolas de la ciudad. La zona conocida como Scampía cuenta con un total de 1.800 gitanos, que se reparten entre el campo autorizado y los que no tienen permiso. 'Pasad, pasad y perdonad el desorden: ¿queréis tomar algo?'.

El desorden del que habla Víctor, nombre ficticio de uno de los casi 800 gitanos que viven en este campo, debe ser parte de una fórmula de cortesía.

La habitación, construida como añadido a una vieja caravana, está impoluta: todo en su sitio y ni una mota de polvo en un mueble blanco ni en las fotos de una novia colgadas de la pared. Un simulacro de burguesía con cortinas rosas en una construcción precaria plantada sobre un asfalto que ya en mayo arde.

Víctor tiene 28 años y once hijos. Una de las niñas es sordomuda, por lo que, según las leyes italianas, ella y sus padres deberían tener derecho a un permiso de residencia para que se le pueda hacer un seguimiento médico. Pero conseguir los papeles es una tarea ímproba y los  abogados cuestan dinero.Tanto Víctor como su numerosa prole han nacido en Italia, pero no por ello son italianos. En este país, rige el derecho basado en los lazos de sangre y no en el lugar donde se ve la luz.

Es por ello que la mayoría de los gitanos nacidos en Nápoles no tienen la nacionalidad italiana. Algunos son apátridas, aunque ni siquiera cuentan con esa condición legal; sus padres huyeron de la guerra de la ex Yugoslavia y no reclamaron para sus hijos la nacionalidad de los diferentes países que surgieron después.

Pero no sólo los apátridas se ven inmersos en una situación de limbo legal. Como explica Marco Nieli, presidente de la Asociación Opera Nomadi, que trabaja con los gitanos en este campo, 'el certificado que da el Ayuntamiento de Nápoles de que la persona vive aquí no es reconocido por el Estado italiano como demostración de residencia'.

Las insuperables dificultades con las que se encuentran los gitanos para regularizar su situación en Italia no han empezado con este Gobierno de Berlusconi, aunque a partir de ahora 'se irá a peor'. Como cuenta Marco, ya antes las autoridades italianas 'habían hecho una interpretación racista y xenófoba' de la ya restrictiva legislación europea.

'Por ejemplo, una directiva de la UE prevé que se puede expulsar a un ciudadano comunitario, como son ahora los rumanos, apelando a un riesgo grave para la seguridad pública o para la salud, como en el caso de epidemias', detalla Marco. En diciembre del año pasado, se decretaron quince expulsiones de gitanos rumanos sobre la base de esa norma.

'¿Sabes cuáles eran los graves riesgos para la seguridad pública que adujeron? Pues, por ejemplo, que un hombre no había declarado la titularidad de una furgoneta y que otro compró un coche sin saber que era robado', recuerda el presidente de Opera Nomadi.

Tan sólo ha pasado un día desde que Berlusconi aprobara el decreto ley que abre la puerta para que los sin papeles vayan hasta cuatro años a la cárcel y los gitanos de Scampia están angustiados. '¿Es verdad que nos van a meter en la cárcel?, pregunta un padre de familia mientras mira de reojo los muros de la cercana prisión. Y luego pregunta si en España a los gitanos se les trata mejor.Otro de ellos, un hombre joven, se desgañita mientras agita papeles ante la cara de Marco. Tiene miedo de ir a Roma, a la Embajada de su país, Serbia, por miedo a que lo pare la Policía.

'¿Si me ven en la estación y me piden los papeles, qué hago? ¿Qué va a ser de mi familia si me meten en la cárcel?'. Tiene miedo también por sus hijos. Dice que los va a sacar del colegio. Marco intenta convencerle de que eso sería contraproducente, pues a veces, cuando detienen a un sin papeles, si el abogado demuestra que sus hijos están escolarizados, el juez se apiada y no decreta la expulsión.

Los habitantes del campo, alejados de un centro al que no se puede llegar a pie, viven aislados en su gueto. Opera Nomadi pidió que se abriera una línea de autobús para ir al barrio más cercano. 'Fue como si hubiéramos pedido la luna', dice contrito Marco.

Este profesor de inglés de aspecto bondadoso sabe que su asociación es objeto de críticas feroces por trabajar en la paradoja que representa un campo oficial y legal lleno de personas en situación ilegal con una expulsión que, ahora más que nunca, pende sobre sus cabezas.

Pero la asociación de Marco ha optado por el pragmatismo. 'Por favor, que quede claro que estamos en contra del modelo de los campos y de la guetización'. Este trabajador aboga por proporcionar viviendas sociales a los gitanos en barrios en los que puedan mezclarse con los italianos. 'El problema es que en Italia no existen prácticamente las casas de protección oficial'.

Algunos lo consiguen por su cuenta o con ayuda de asociaciones como Opera Nomadi. Casos como el de Zumbretra, una gitana croata madre de tres hijos, o el del padre de Víctor, que viven ya en pisos, demuestran que es posible salir del gueto.

Pero el problema de la vivienda es 'acuciante hasta para los napolitanos', explica Marco. Los intereses inmobiliarios estuvieron también detrás de los incendios de los campamentos de gitanos de Ponticelli, el 13 de mayo, que al principio se presentaron como un acto de racismo. Después, se supo que la turba que casi lincha a los gitanos de Rumanía que vivían allí estaba teledirigida por la Camorra, la mafia napolitana. El solar en el que se encontraban los campamentos formaba parte de un plan urbanístico que preveía una financiación de 67 millones de euros.

Si las obras no empezaban antes de agosto, el negocio inmobiliario, controlado por los camorristas, hubiera perdido el dinero. Marco estuvo allí esa noche y vio a los gitanos 'aterrorizados, sobre todo a los niños'. Los agresores lanzaron cócteles molotov y luego robaron los pocos enseres de los gitanos que se habían salvado de la quema.No sólo por este episodio, sino por su experiencia de una década trabajando con esta comunidad, Marco deplora que la persecución sistemática de los gitanos, lanzada por la derecha, tolerada por una izquierda 'fracasada' y apoyada por el imperio mediático de Berlusconi, es 'paradigmática de la quiebra del Estado de Derecho en Italia'.

Los gitanos que viven en el campo autorizado están un poco más a salvo. Tienen otras ventajas, como el agua y la electricidad de la que carecen el resto de chabolistas. Pero para los muchos críticos de los campos autorizados, esto no basta. Consideran que incluso sus pares de los barrios 'abusivos' están en mejores condiciones.

Francesca Saudino, abogada del colectivo Osservazione, un observatorio de los derechos de los gitanos en Italia, critica, por ejemplo, el 'control casi policial' que se ejerce sobre los gitanos del campo del Ayuntamiento de Nápoles y de otros autorizados en todo el país.

'Si un miembro de la familia delinque, van todos a la calle; en algunos campos, no pueden ni recibir visitas y, además, hay un cierto adoctrinamiento educativo: si no se comportan como establecen las normas del campo, se arriesgan a la expulsión', critica esta especialista.

Los miembros de otra asociación, Chi rom e chi no (Quien es gitano y quien no), van aún más lejos. Lo definen como 'un campo de concentración'.

Yagoda está dolida. Tiene 40 años y 31 de ellos los ha vivido en Italia. Ahora, cuando no pasa un día sin que los periódicos y las televisiones de Berlusconi hablen de rumanos violadores y gitanas que roban niños, la gente se aparta cuando la ve. Dicen '¡cuidado con la gitana!' y las mujeres 'agarran con fuerza sus bolsos'.

'¿Pero cómo voy a robar un niño con todos los que tengo yo?', exclama. Y las otras mujeres del Campo Rosa, el barrio de chabolas 'abusivo' donde vive en Scampia, asienten. Aunque no deja de ser otro campamento más, sin agua ni luz, es diferente. Las casas pintadas de rosa que le dan nombre son humildes y de madera, pero no son contenedores metálicos. Los geranios en las ventanas y los árboles casi hacen olvidar la autopista que pasa por encima.

En este campo, los gitanos se han organizado y con la ayuda de la ONG Chi rom e chi no, han montado una asociación cultural y de promoción del diálogo. Se llama Asunen Romalen (Escuchadnos, gente)

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