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"Los han y los uigures nunca nos mezclamos"

Las diferencias interétnicas han propiciado el brote de violencia en Xinjiang

HERIBERTO ARAÚJO

Desde la colina del barrio de chabolas de Yamashan, basta un vistazo rápido para apreciar la política de segregación étnica entre uigures y han que ha creado el caldo de cultivo para el estallido de violencia de esta semana en Urumqi, la capital de la región china de Xinjiang.

Donde hace dos décadas se levantaban endebles casas de adobe, habitadas por la población autóctona uigur, hoy emerge una maraña de rascacielos que albergan bancos, hoteles y karaokes regentados por los han, la etnia mayoritaria china. Junto a ellos, destacan las villas estilo sueño americano de los han, emprendedores natos, que asocian el progreso con el consumo y el desarrollo desenfrenado.

Declive de la cultura uigur

La llegada masiva de inmigrantes han a Xinjiang -en 1949 representaban el 6% de la población; actualmente más del 40%- ha modificado inexorablemente el paisaje, engullendo insaciablemente las últimas migajas de la tradición cultural uigur, marcada por el islam.

Pese a los esfuerzos del Gobierno chino por imponer en Xinjiang el mandarín, la lengua común de los chinos, pocos aquí hablan o aceptan expresarse en ella: se comunican en lengua uigur, que pertenece a la misma familia que el turco. Aún así, son conscientes de las consecuencias de la progresiva supresión de la lengua autóctona en el sistema educativo.

'Si los niños no aprenden el idioma uigur no conocerán su cultura ni su religión y, por lo tanto, no serán uigures. El Gobierno chino nos está destruyendo por medio del idioma', denunció un joven uigur a Amnistía Internacional.

La convivencia entre las dos etnias nunca se había visto tan amenazada como en la última semana. '10.000 uigures viven en este barrio y entre nosotros hay siete familias chinas. Nunca hubo problemas entre nosotros y tampoco los hay ahora, pese a lo que está sucediendo. Ellos hacen su vida y nosotros la nuestra, cada uno con sus tradiciones', indica el líder de la comunidad, un fornido uigur de 40 años.

Sin matrimonios mixtos

'Pero somos musulmanes y no podemos aceptar por ejemplo los matrimonios mixtos entre han y uigures', matiza Ahmed, el nombre ficticio de este hombre que, como el resto de interlocutores, exige que su verdadera identidad se mantenga anónima por miedo a represalias.

Desde el domingo nadie se fía de nadie y son muchas las historias de represión que han visto o escuchado en los últimos días. 'El martes vinieron los han armados. Eran miles y nosotros apenas unos 40 hombres. La Policía trataba de frenar la violencia, pero permitía las incursiones de los han. Sólo nos reprimían a nosotros'.

Manipulación informativa

'Por si fuera poco, la televisión oficial china sólo explica el conflicto desde el punto de vista de los han. Nosotros no tenemos voz', explica a Público una enfermera que vive en el lado uigur y chapurrea algunas palabras en inglés.

Nadie pone en duda en Yamashan que la llegada masiva de los han ha traído el progreso económico. Pero este desarrollismo no ha servido para que cale el mensaje nacionalista del Gobierno chino.

'No nos importa que nuestros hijos canten el himno chino en las escuelas cuando se iza la bandera todas las mañanas. Pero si mañana nos colonizaran los americanos, no tendríamos problema en someternos a su insignia nacional. A nosotros lo que nos importa es el islam', resume.

Del otro lado de la ciudad, en la Universidad de Xinjiang, los jeans y el lenguaje refinado sustituyen a los hiyab y el griterío de las clases populares uigures. Un contraste que no modifica las razones para comprender la explosión de violencia interétnica.

'Me gustaría poder desempeñar todas las actividades sociales en mi lengua y seguir construyendo mi propia cultura. Pero es imposible y eso nos provoca insatisfacción', indica un grupo de estudiantes uigur. 'Residimos en el campus y no se nos permite utilizar el uigur en clase, excepto para cursos específicos'.

'También hay restricciones a nivel religioso: no podemos orar ni ayunar durante el Ramadán dentro del recinto universitario', asegura una de ellas. 'Aquí hay dormitorios para han y para uigures, muy pocos se mezclan, llevan vidas separadas', explica otra, antes de pedir al periodista que deje de hacer preguntas 'porque no se puede hablar libremente. Aunque piense que no, nos vigilan, nos escuchan'.

Represión en la universidad

Apenas unos minutos después de finalizar la conversación, una mujer que se presenta como representante de la oficina de Asuntos Exteriores de la Facultad sugiere al periodista que 'es mejor que abandone el recinto'.

'No es por censura, sino por su propia seguridad. Hay mucho peligro y no queremos que le suceda nada', agrega, a pesar de que el espacio universitario presenta el paisaje habitual de un lugar como éste: estudiantes paseando y leyendo en el césped.

'Estamos pidiendo a los estudiantes, tanto a han como a uigures, que vuelvan a sus lugares de origen cuando acaben los exámenes. Queremos evitar nuevos incidentes', concede la responsable, resumiendo la estrategia de Pekín para poner fin a la violencia: reprimir y dejar que el tiempo o la dominación han resuelva un conflicto que se remonta a varios siglos atrás por el control de la región.

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