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La hora de la reconciliación

Con Gadafi muerto y la guerra civil en Libia casi resuelta a favor de una insurgencia cuya victoria habría sido imposible sin la maquinaria militar de la OTAN, la euforia no debería retrasar la tarea de erigir la estructura institucional de un régimen democrático. Hay dos modelos muy cercanos. En la frontera occidental, los tunecinos, pioneros de la Primavera Árabe, eligen este domingo una Asamblea Constituyente. Pero en la oriental, las expectativas que suscitó la revolución de Tahrir peligran ante los indicios de que los militares egipcios, so pretexto de garantizar el orden y la estabilidad, postergarán su retorno a los cuarteles para conservar sus escandalosos privilegios.

El Consejo Nacional de Transición libio tendrá que hilar muy fino y vencer la tentación de la revancha. La reconciliación debe situarse incluso por encima de la justicia, para cerrar pronto la herida abierta por la dictadura y la guerra. Incluso así, el camino se presenta repleto de obstáculos, por la falta absoluta de tradición democrática.

Hay entre los seis millones y medio de libios profundas diferencias; entre islamistas y laicistas prooccidentales; entre población urbana y tribus; entre los miembros de estas últimas; entre habitantes de Trípoli y de Bengasi, los dos polos de la guerra. Conjugar tantas sensibilidades contrapuestas se antoja una labor descomunal. Occidente, tras hacer posible la caída del dictador, debe ayudar en este proceso, pero será inevitable (y justificada) la sospecha de que quiere cobrar la factura. Eso sólo complicará una transición que promete ser larga y tormentosa.

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