Este artículo se publicó hace 15 años.
Kinshasa
La ciudad del caos
Bienvenidos al caos; es decir, a Kinshasa. La vibrante capital de la República Democrática de Congo, con ocho millones de habitantes, es una de las grandes urbes africanas y, tras décadas de saqueo y destrozos, se ha convertido también en una de las más caóticas.
Sólo sirven dos recetas para moverse por este fascinante laberinto de vida y muerte en estado puro. La primera es armarse de paciencia y aceptar que algo que requeriría cinco minutos se logre en 10 horas. La segunda: dejar de lado algunos escrúpulos y asumir que se deberán pagar comisiones para todo.
El caos tiene parte de su origen en el transporte. Apenas hay transporte público, pese a que miles de personas aguardan en cola el milagro de que aparezca un bus. Y los coches circulan con sus propias reglas, sin que nadie trate de ordenar nada: se forman embotellamientos kilométricos en el lugar más insospechado. A finales de 2007, esta inmensa ciudad contaba únicamente con un semáforo en funcionamiento.
Moverse por Kinshasa es sin embargo facilísimo si se compara con el resto de este país-continente, el corazón de África que fascinó a Conrad, de un tamaño equivalente a la UE. No hay carreteras que conecten una ciudad con otra. La única manera de cambiar de lugar es en avión, aunque hay que saber antes que se caen cada dos por tres.
Conseguir un billete es ya toda una aventura: tras horas de cola, cuando al fin llega tu turno, nunca hay pasaje disponible... salvo con comisión. Así funciona todo: es imprescindible llevar fajos de billetes e ir pagando sobresueldos continuamente: para visitar el gran mausoleo construido en Corea del Norte de Laurent Desiré Kabila fundador del actual régimen; el mismo que se daba la vida padre mientras el Che se jugaba eltipo, para recuperar el pasaporte que has dejado en un edificio oficial, para que por arte de magia aparezca tu maleta... Lo dicho: para todo.
La comisión es aquí el salario. Aquella máxima tan soviética de "El Estado hace ver que nos paga y nosotros hacemos ver que trabajamos", sigue vigente en Kinshasa, diga lo que diga la propaganda propia el Gobierno de Joseph Kabila, hijo del padre de la patria y ajena las instituciones internacionales, que se han dejado por el camino miles de millones para reconstruir el país.
El caos, sin embargo, tiene padre y madre y ambos residen muy lejos: en Occidente. El rey Leopoldo de Bélgica hizo méritos suficientes como para acompañar a Hitler en el Partenón de la infamia. Luego, la Françafrique y "Papa ma dit" sostuvieron durante décadas al terrible Mobutu Sese Seko en beneficio propio. Y finalmente los ruandeses teledirigidos por los anglosajones llevaron en volandas a Kabila a Kinshasa y se quedaron con las minas.
Hoy, las minas oro, coltán, diamantes, estaño, etc están controladas por señores de la guerra, subcontratados por otro señor, que a su vez conoce a un ejecutivo de una multinacional con sede en cualquiera de estos países: Bélgica, Francia, Reino Unido o EEUU. Occidente en pleno ha engendrado el caos.
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