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Lars Sepúlveda, el policía que se llevaba 'trabajo' a casa

Los paquetes de droga en la comisaría de Sevilla duraban menos que un caramelo en un 'cole'

ÓSCAR LÓPEZ-FONSECA

Tener una doble vida no debe ser sencillo. Y mucho menos cuando uno tiene la profesión de policía y a lo que dedica el tiempo libre es a delinquir. Se corre el riesgo de acabar arrestándose uno mismo sin darse cuenta, con lo difícil que debe ser eso de ponerse los grilletes y leerse los derechos sin que se le escape a uno la risa tonta. Por eso, al final, los policías que acaban al otro lado de la ley prefieren esperar a que les detengan sus propios compañeros. Eso sí, lo más tarde posible, que al final se le debe coger gustillo a eso de ganar un sobresueldo burlando el Código Penal mientras el Estado le paga a uno la nómina por hacerlo respetar.

Lars Sepúlveda era uno de los policías encargados de la lucha contra el narcotráfico en Sevilla o, al menos, eso se suponía, porque el pasado septiembre lo detuvieron acusado de robar 154 kilos de la cocaína y heroína que se almacenaban en su comisaría. Su sistema era muy sencillo: entraba en su lugar del trabajo, bajaba al sótano donde se guardaban los alijos intervenidos a los narcos a la espera de que los jueces dictaminase su destrucción y se llevaba unos cuantos paquetes dentro de una bolsa de deporte. Para que no se notase el robo, Lars ponía presuntamente en su lugar otros bultos de apariencia similar que un socio suyo había cocinado con productos mucho más inocuos: veinte kilos de yeso, otros tantos de azúcar y un bote de cinco kilos de Colacao. Lo mezclaba todo con agua del grifo.

Las sospechas tardaron más de 15 meses en convertirse en pruebas

Durante un año estuvo dando cambiazos hasta que tuvo la mala suerte de que un juez pidió un análisis del estupefaciente encontrado en poder de un detenido y el laboratorio descubrió que lo que había en el paquete más que para drogarse servía para enlucir las paredes. A partir de ahí, fue ir abriendo paquetes y descubrirse que los alijos de cocaína y heroína habían durado en el sótano de la Jefatura Superior de Policía de Sevilla menos que un caramelo a la puerta de un colegio. Ya que al lugar en el que se encontraba el estupefaciente sólo podían acceder policías, los primeros y únicos sospechosos fueron, lógicamente, los agentes que trabajaban allí. Y, entre todos ellos, el que traía casi todas las miradas era Lars Sepúlveda, un agente al que desde siempre sus compañeros y jefes habían visto poco 'comprometido' en eso de luchar contra el narcotráfico.

Sin embargo, las sospechas tardaron más de 15 meses en convertirse en pruebas. La policía interrogó a todos los agentes que tenían acceso al inseguro almacén. Se les pincharon los teléfonos a muchos de ellos. Y se sometió a especial seguimiento al supersospechoso Lars. Sin resultados. Finalmente tuvo que ser el ADN quien ayudara a poner nombres y apellidos a los autores del cambiazo. De los paquetes de Colacao con yeso se extrajeron muestras biológicas de quien supuestamente los había elaborado y se averiguó que había sido un amigo con turbio pasado del policía.

De ahí a llegar a este fue cosa sencilla, sobre todo porque el empaquetador decidió cantar por soleares y contar con todo lujo de detalles quién era el verdadero cerebro del cambiazo. A Lars le pusieron finalmente los grilletes y le leyeron sus derechos otros policías y, desde luego, no se le escapó ninguna risa tonta.

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