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Los libros no superan a la adolescencia

A partir de los 14 años de edad, los jóvenes españoles dejan de interesarse por la lectura

MARÍA GARCÍA TORRES

La industria de la literatura infantil y juvenil continúa creciendo. El sector editorial español facturó 323,5 millones con esta clase de libros en 2006, con un aumento de sus ventas del 14,8% respecto al ejercicio anterior (datos del Anuario de SM de 2006). Por su parte, el último barómetro de hábito de lectura y compra de libros, elaborado por la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE), afirma que los niños de 13 años consumen una media de ocho libros al año, mientras que los jóvenes de 25, de uno a cuatro. ¿Qué motivos llevan a perder el hábito de lectura en el paso de la infancia a la vida adulta?

Para el escritor Rafael Chirbes (Tavernes de Valldigna, Valencia, 1949), quien ha participado recientemente en una campaña de animación lectora en Valencia, parte de la motivación es social. “Para los niños los libros son un mundo de fantasía, pero cuando llegan a la adolescencia muchos se dan de bruces con su entorno y se plantean para qué leer, ¿para ser parados más cultos?”. Chirbes identifica componentes de clase en la predisposición para la lectura. “En familias adineradas, está bien valorada y forma parte de su posición. Pero en otras clases no tiene una utilidad definida, aunque siempre hay rebeldes que se refugian en los libros”, afirma el escritor.

Por su parte, datos del estudio realizado en 2008 por la FGEE revelan la influencia del ambiente familiar. Por ejemplo, el 78,7% de los padres de los niños entre 10 y 13 años que se declaran lectores (el 85,3% del total) leen habitualmente. Además, en el 78,7% de los hogares españoles en los que hay niños menos de 6 años se dedica una media de 3 horas semanales a leer con ellos. Esta práctica va desapareciendo conforme los menores
crecen.

Señalando algunos de los responsables de esta pérdida de lectores, Chirbes critica a las líneas educativas porque “han creado generaciones de videntes, sin atribuir valor al esfuerzo o la reflexión”. Y de Internet, el escritor opina que, pese a sus muchas ventajas, “es un medio que incide en la volatilidad de las cosas, en la fugacidad y la falta de responsabilidad en la autoría”.

Su colega, Manuel Vicent (1936, Villavieja, Castellón), quien también ha participado en los encuentros de alumnos de secundaria con escritores, comenta que para leer hay que hacerlo sin prisas y esto resulta difícil para los chavales, habituados a una dinámica muy rápida en la captación de información. Sin embargo, Vicent destaca a Público un aspecto positivo de la cultura audiovisual arraigada los jóvenes: “Tienen más fácil el aprender a volar que requiere la lectura. Están saturados de impactos visuales y les resulta más sencillo pensar en imágenes, imaginar”.

Vicent aprovecha los encuentros con estudiantes para intentar sembrar el interés por la literatura, porque “aunque sea en una minoría, cada semilla sembrada fructifica”. Tanto él como Chirbes se describen como lectores voraces durante su infancia y adolescencia. “A mí lo que me gustaba era leer los libros de los mayores”, confiesa a este diario Chirbes, “nunca he entendido eso de clasificar los libros por edades, me parece que lo único que consigue es que algunos acaben aburriéndose con la lectura”.

Vicente Ferrer (Valencia 1963), cofundador de la editorial Media Vaca, tampoco entiende la segmentación por edades. “Creo que responde a intereses de distribución y venta porque muchos libros se hacen para apoyar las explicaciones de los maestros en clase, no para el placer de los niños”, dice Ferrer. Es la práctica de la prescripción escolar, algo que, en opinión de Gustavo Puerta Leisse (Caracas, 1975), crítico y director de la sección de literatura infantil de la revista Educación y biblioteca, está minando la calidad literaria de los textos publicados.

Las editoriales encargan libros con temáticas relacionadas con los programas de diferentes asignaturas. “Yo he visto novelitas sobre la anorexia, por ejemplo, o sobre los problemas de la inmigración y son temas importantes, pero rara vez los autores están narrando una vivencia personal o sienten una implicación en lo que cuentan”, apunta Puerta. La calidad literaria de estos textos es muy escasa, lo que incide en la percepción social de esta literatura. “Los padres están muy perdidos”, afirma Marta Ansón (Madrid, 1970), de la librería infantil La mar de letras, “porque ya ni los suplementos literarios de los periódicos informan sobre este tipo de literatura, algo que sí ocurre en los países
anglosajones”.

Uno de los problemas que señalan los expertos es que los autores de literatura infantil y juvenil subestiman a sus lectores. “Estos libros suelen tener escaso vocabulario y tramas narrativas muy pobres, los escritores o los editores creen que los chavales no son capaces de entender y lo que hacen es crear lectores muy limitados, que después no podrán enfrentarse a textos más complejos. Los libros que leían los niños hace 100 años hoy se considerarían para adultos”, opina Vicente Ferrer.

En esa misma línea de pensamiento se muestra Grasso Toro (Zaragoza, 1963), autor que trabaja diferentes géneros y públicos. “Al escribir, intento que haya literatura en lo que hago, porque no es que los libros sean buenos o malos, la cuestión es si hay literatura en ellos. Si no la tienen, no pueden ser buenos”, explica el escritor, que entiende que lo que los pequeños demandan es una realidad, no la realidad. “Sólo quieren un espacio, real o figurado, que les permita reír, pasar miedo o ser un héroe” explica Grasso Toro, que recuerda la definición de Cesare Pavesse de la lectura como “un vivir por adelantado”. “Hay una obsesión por llenar los libros de ideas en vez de crear historias, que permitan al niño pensar y formarse sus propios valores”, argumenta, al tiempo que defiende que la mente de los niños va por delante de la de los adultos, que sólo deciden qué se compra o qué se edita.

En el otro extremo está la complejidad del programa de lecturas que propone el actual sistema de estudios. Carolina Otero (Valencia, 1977) es escritora y profesora de lengua y literatura de secundaria. “Tengo muchos alumnos que leen por su cuenta narrativa contemporánea y, de repente, en clase se topan con el Mester de Clerecía o La Celestina, por ejemplo. El currículo está anticuado y es más propio de un filólogo que de adolescentes” señala Otero, “creo que debería dársele la vuelta y empezar por lo más cercano, lo contemporáneo, para después ir profundizando”.

En el aula no sólo encuentra motivaciones distintas entre sus alumnos, también nacionalidades y circunstancias que hacen que no pueda ceñirse estrictamente a la programación propuesta por el Ministerio de Educación. “Lo que suelo hacer es dar varias alternativas para que, por ejemplo, un estudiante chino que lleva tres meses viviendo en España no tenga que enfrentarse de sopetón al castellano antiguo de El Quijote”, explica Otero, “porque lo fundamental es que no aborrezcan los libros”.

Pasado el bache de la adolescencia, muchos jóvenes retoman los libros. Observando los datos de una encuesta sobre hábitos y prácticas culturales en España referida 2006-2007, realizada por el Ministerio de Cultura, puede verse cómo los estudiantes son el grupo con un mayor porcentaje de lectores, ya que un 94,1% declaró en dicha encuesta haber leído en el último año. Entre los 15 y los 19 años lo hicieron un 83,3%. De éstos, el 75,3% tomaron volúmenes relacionados con sus estudios, mientras que el 57,9% leyó libros no relacionados con éstos.

Entre los encuestados de 20 a 24 años, leyeron el 72,2%, un porcentaje menor, pero la clave está en que cambiaron las tornas: sólo el 46,7% escogió obras relacionadas con su trabajo o sus estudios, mientras que el 62,7% buscaron libros no relacionados con éstos. Aquí se produce el retorno de los lectores perdidos. Algunos de los jóvenes que leen por sus obligaciones como estudiantes retoman el hábito de lectura y lo mantienen como afición personal, ligada, ahora sí, al ocio y al placer.

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