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Los magníficos restos de la herejía

Recorrer la ruta de los castillos cátaros en el sur de Francia es como viajar a una Edad Media cargada de historia, rebeldía, resistencia y leyendas.

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En aquellos tiempos convulsos y casi frenéticos que equivocadamente tenemos por oscuros, la jerarquía católica, harta de sus cada vez más acerbas críticas y de su creciente influencia, declaró herejes a los cátaros en 1209. Se inicia así, otra vez, una sangrienta cruzada que sólo terminaría un siglo más tarde. Aplastada esta doctrina procedente del Oriente y que buscaba la regeneración y la vuelta a la pureza original del mundo cristiano.

Con esta persecución acaba la época de esplendor de la región de Languedoc. Pero aún hoy persisten sus ecos en los inaccesibles castillos donde éstos encontraron refugio y que hoy pespuntean una espectacular ruta no muy lejos de la frontera con España.

La ciudad fortificada de Carcassonne, declarada Patrimonio de la Humanidad, es un punto de partida ideal. Restaurada en el siglo XIX, pasa por ser un ejemplo paradigmático de ciudad medieval, donde la silueta de sus 38 torres se recortan en un cielo de otra época. Su prodigioso casco antiguo está protegido por una doble muralla, dejando en su mitad un recinto que antaño fue lugar de justas y torneos. Y en donde hoy tranquila y deliciosamente se pasea.

Entrar por la Puerta de Narbona, flanqueada por dos torres gemelas y puente levadizo, es penetrar en su cuidado laberinto de casas medievales, hoy ocupado por cafés, restaurantes y tiendas de recuerdos. Después es imprescindible una visita al castillo Comtal, del siglo XII, y a la catedral de St-Nazaire, una joya arquitectónica tornasolada por sus increíbles vidrieras y en cuyo interior se encuentra la piedra del asedio, ilustre resto del lejano y duro acoso al que fue sometida la ciudad.

Desde Carcassonne, siguiendo una escarpada carretera, llegamos a Termes, donde se halla el castillo de Durfort, otro ejemplo de cómo los castillos cátaros se erigen con incomprensible audacia y maestría en los lugares más inexpugnables de los Pirineos. Luego proseguimos hasta el de Villerouge-Termenès, lugar en el que murió, abrasado en la hoguera, el último de los cátaros.

Después, Peyrepertuse se alza sobrecogedor entre afiladas, orgulloso de su soberbia torre del homenaje. Ya a poca distancia, queda el de Quéribus, uno de los últimos baluartes de la resistencia cátara. Goza también de una espléndida panorámica tanto de los Pirineos como de Les Borbières. Algo más accesible resulta la fortaleza de Puylaurens, que aún conserva matacanes y ventanas a prueba de flechas y morteros.

Continuando hacia el oeste la ruta nos lleva hasta el bastión de Puivert antes de finalizar el periplo en el de Montségur, colocado como por fuerzas sobrenaturales en lo alto de un promontorio. Estamos sin duda ante uno de los más emblemáticos y rodeado de leyendas, por ser el lugar donde los cátaros fueron vencidos en 1244. Aquí se escribió el punto y final de una historia protagonizada por los 'hombres buenos' (como ellos mismos se denominaban). Desde aquí huyeron hacia tierras catalanas en busca de señores y castillos que les concedieran protección.

Si nos salimos de la ruta marcada, en un entorno próximo podemos descubrir la población de Minerve, escenario también de uno de los más brutales capítulos contra los cátaros. Es hoy una coqueta villa medieval de poco más de cien habitantes, rodeada de viñedos. En su iglesia románica de St Etienne, se halla un ara de mármol blanco que data del año 456 y es el altar conocido más antiguo de Europa.







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