Este artículo se publicó hace 16 años.
El mexicano Lombera muestra el triunfo y derrota de la vida o doble cara de la muerte
Para un mexicano es más fácil asociarse con la Muerte que con Dios o el Diablo porque "la muerte no juzga", está ahí, compañera inevitable, pensaba Rulfo y constata hoy Juan Patricio Lombera, que escribió una comedia sobre la muerte ante el asombro por el coraje para sobrevivir de un amigo chiapaneco.
"Una noche con la muerte y el discurso de los poderes" son dos textos que retoma este hispano-mexicano como "la cara y su anverso" en una sola obra (Ediciones Irreverentes), que ha quedado finalista en la II edición del Premio El Espectáculo Teatral, y de la que próximamente se hará una lectura dramática con miras a su representación en la escena.
Al hablar con Efe de este amigo suyo de Chiapas, "un superviviente", Lombera evocó a Juan Rulfo cuando decía que el mexicano no se sentía digno de la divinidad, pero tenía mucho miedo al diablo, más que a la muerte.
El escenario de esta primera pieza es, según su autor, "totalmente real": un cuarto de azotea en México D.F., primer hábitat del amigo chiapaneco que luego se trasladó a París, "empezó a trabajar de mendigo" y afrontó muchas penalidades.
Fue 'okupa' de un edificio "con suerte", ya que "el comunista alcalde parisino impuso el cobro de una renta simbólica a esa casa abandonada para evitar otra medida más impopular".
Cuenta de ese amigo, que "aguantó la tentación de dejarse llevar por la muerte" y hoy sigue en París ya con un trabajo y un apartamento en condiciones.
Jorge, personaje inspirado en él, come una naranja pensando en las adversidades de su jornada y decide leer un poco a Foucault antes de irse a dormir. "Mañana será otro día", se alienta al arrancar la escena, minutos antes de que entre una sombra en la habitación y dispare dos tiros sobre su cuerpo.
Pero se incorpora y voltea hacia la representación de su cuerpo inerme (un maniquí), antes de ser sorprendido por la visita de una hermosa mujer dedicada a "transportar a las personas necesitadas a los lugares que ellas desean".
Ella acudió a reclamarle "¿vienes conmigo?". Si aceptase sería un suicidio -piensa Jorge-, y puesto que se presenta esa oportunidad, decide luchar a brazo partido para demostrar a la Muerte que, si acaso puede con él, será por su fuerza, no por su razón intelectual.
Él quiere vivir hasta "arder" y el texto fluye en un intercambio de ideas, juego y seducción entre los dos.
En el segundo texto, Rodrigo, un periodista "derrotado por la vida", quiere ser dueño de su propia muerte, secuestrado por un grupo de guerrilleros que dan la espalda a "la cantidad de intereses particulares que hay en un Estado", y toman decisiones en las que "lo que menos se valora es la vida humana".
"Mediante esa situación quise plasmar algunas ideas sobre las sociedades latinoamericanas", reconoce el autor, que sitúa la obra en un espacio neutral, "sin que pueda saberse si ocurre en Colombia, México, Venezuela o Cuba", donde se van desgranando los lenguajes de las distintos estratos políticos, el del poder militar, "que ha dejado sus resabios" o el de los políticos democráticos.
La sociedad civil se plasma en una taberna donde los bebedores pasan su tiempo inconscientes haciendo apuestas sobre si Rodrigo va a vivir o a morir, mientras el discurso de los insurrectos apenas dista del de los golpistas, ni tampoco el de la prensa.
"Soy de los convencidos de que la realidad supera a la ficción, sobre todo en materia política", afirma el autor.
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