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El ministro que no se atrevió a dimitir por miedo a Franco

ALEJANDRO TORRÚS

La historia de Francisco Serrat Bonastre es única. En tan sólo cuatro años Serrat pasó de la condición de número uno en el escalafón de la jerarquía diplomática franquista y ocupar el cargo equivalente al de ministro de Asuntos Exteriores a ser expulsado, repudiado y perseguido por la dictadura. La historia de Serrat es, por tanto, la de un franquista que dejó de creer en Franco. Probablemente no estará él sólo en esta lista. Pero sí es el único que tocó el techo en la jerarquía franquista para caer a las catatumbas en tan sólo cuatro años. Afortunadamente para él el Tribunal de Responsabilidades Políticas no encontró resquicio por donde hincarle el diente, pero hasta el mismo dictador intervino para tratar de separarlo de su pensión por jubilación.

Pero que nadie se lleve a engaño. Serrat no descubrió la crueldad de la dictadura fascista ni las bondades de la democracia y por ello se arrepintió de haber traicionado a la II República. El primer secretario de Relaciones Exteriores tras el golpe de Estado de julio de 1936 creía que la Guerra Civil era necesaria y repudiaba la República. Serrat creía firmemente que España corría el riesgo de convertirse en un régimen bolchevique. Por eso, traicionó a la República y abandonó su puesto de ministro en Polonia, equivalente a embajador en la actualidad, y viajó a España para ponerse a las órdenes de los fascistas.

Sin embargo, poco tardó Serrat en darse cuenta de que la película que estaba viviendo no era la que él había soñado. No tardó en sentirse tremendamente inseguro ante la arbitrariedad en el ejercicio del poder y de la represión de Franco hasta terminar abandonando el país cansado de la incompetencia del nuevo régimen. Durante este período de tiempo, que transcurre entre octubre de 1936 y abril de 1937, el autor de las memorias hizo todo lo que estuvo en su mano para ser despedido. Tampoco tenía valor para dimitir. La arbitrariedad de la represión era un buen motivo para no bajarse del barco.

'Los juzgados militares trabajaban como si no tuvieran otra finalidad que encausar a la humanidad entera'

La represión desatada por Franco es descrita de la siguiente manera por Serrat: “Como ocurre siempre en las situaciones de fuerza, se habían dictado disposiciones draconianas para perseguir a los traidores y enemigos del régimen. Se había creado una forma de delito llamado de ‘auxilio a la rebelión', que no creo que figure en ningún código… Este concepto genérico se aplicaba a troche y moche para detener y empapelar a todo individuo que inspirase sospechas o simplemente que objeto de una delación insidiosa. Los juzgados militares, organizados en gran parte con elementos de aluvión, trabajaban como si no tuvieran otra finalidad que encausar a la humanidad entera. Se susurraba de muchas atrocidades que no estoy en el caso de comprobar pero, por lo poco que he visto de cerca, he de confirmar que por lo menos se obraba con una ligereza y una ineptitud desconsoladora”, asegura el que fuera ministro.

El prácticamente desconocido perfil del que fuera el primer responsable de Asuntos Exteriores de Franco tras el golpe de Estado ha salido a la luz gracias al trabajo del prestigioso historiador Ángel Viñas, que ha editado los manuscritos, y las ha publicado de la mano de la editorial Crítica. Y como el mismo editor escribe en el texto introductorio, el principal valor de estas memorias es que no fueron escritas para ser publicadas y, por tanto, no persiguen engañar a la historia ni construir una imagen cercana a la heroicidad del propio autor sino que, por el contrario, permiten al lector alumbrar el oscuro período comprendido entre octubre de 1936 y abril de 1937.  

'Las memorias que ahora salen a la luz nos desengañan e ilustran ejemplos de caos, improvisación, desidia, combates corporativos y de competencias y falta de interés en las alturas”, escribe Ángel Viñas, que describe a Serrat como un hombre de derechas “desencantado” que ni se “fio” de la Falange ni se dejó “embaucar” por militares y tradicionalistas  y que pronto fue consciente del clima de “inseguridad” que derivaba de la represión insensata del régimen.

Francisco Serrat no tardó en advertir la incapacidad de Franco, al menos en ámbitos que no tenían que ver con la conducción de la guerra. Al contrario que gran parte de los textos escritos en la época y en la posterior historiografía franquista, Serrat Bonastre no pretender ensalzar la figura del dictador. Por ello, su testimonio cobra aún más valor. Nadie podrá tachar que sus críticas se deben a su ideología izquierdista o comunista.

'Franco producía la impresión de falta de energía'

De las memorias de Serrat se desprende que trató de obtener orientación del dictador en el campo de la política exterior pero que todos sus intentos fueron en vano. Franco era un hombre que se perdía en divagaciones, se preocupaba por minucias, lo que le parecía urgente un día no lo era al día siguiente, no compartía información, se distraía y era muy dado a la charleta. Franco no estaba volcado en la tarea de gobernar.

Las memorias recogen, por ejemplo, las impresiones de Serrat Bonastre tras su primer encuentro con el dictador: “Apenas planteaba yo una cuestión concreta sobre política exterior, se me iba por las ramas, volviendo al relato de las acciones militares, o se perdía en comentarios sobre los manejos de ‘los rusos’ o las atrocidades de ‘los rojos’, sin contarme nada nuevo”.

Sin embargo, tal y como constata Viñas, no se puede afirmar que Serrat tratara mal a Franco en sus memorias. Tampoco que lo tratara bien. “Quizá no se atreviera en el momento en que  escribió sus memorias íntimas. Se limitó a consignar impresiones. Impresiones que están, sin embargo, a mil leguas de la figura sobrehumana que la propaganda dibujó”, escribe Viñas.

De esta manera, las memorias de Serrat recogen la siguiente afirmación de Franco que permite al lector hacerse una idea de cómo era el todopoderoso dictador que gobernó España con mano de hierro durante 40 años: “Me pareció un hombre ecuánime, en medio de tanta pasión, ponderado y sereno. Sin embargo diría que esta misma serenidad, unida a la vaguedad de pensamiento que ya he señalado, producía una impresión de falta de energía. La languidez de la conversación, las interrupciones del teléfono, de los ayudantes y de otros oficiales, no daban el sentimiento de un hombre preocupado por un trabajo agobiante”.

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