Este artículo se publicó hace 15 años.
La muerte de Ted deja huérfanosa los demócratas
Obama se queda sin mayoría suficiente en el Senado
Isabel Piquer
Nunca llegó a presidente. Pero al apartarse del camino que le dejaron sus dos hermanos asesinados y librarse de una imposible ambición, se convirtió en el pilar más sólido y progresista del Senado y en uno de sus legisladores más prolíficos. Ted Kennedy murió ayer a los 77 años, víctima del tumor cerebral que padecía desde hace más de un año. Y murió sin haber podido librar la batalla que marcó sus casi cinco décadas de combate político, la reforma del sistema de salud en EEUU.
Kennedy estuvo a la altura del mito del clan. Su vida hubiera podido llenar varias existencias más anodinas. Glamour, adversidad, muerte, tragedia, alta política, controversia, escándalo, alcoholismo, infidelidades, y sobre todo una increíble tenacidad, la de un hombre que nació en la familia que EEUU sigue considerando, después de todos estos años de revelaciones escasamente amables, uno de sus símbolos más emblemáticos. Con su fallecimiento se apaga algo de este legado, se cierra un capítulo, desaparece el testigo directo de una época que la nostalgia ha convertido en memoria colectiva, sobre todo para los que no la vivieron.
Kennedy murió rodeado de los suyos, en la residencia familiar de Hyannis Port, escenario de la leyenda de Camelot, donde hace dos semanas murió su hermana Eunice, y donde hace diez años desaparecía su sobrino, John, con su mujer, en un accidente de avión.
Barack Obama, que veranea justo enfrente, en la isla de Marthas Vineyard, apareció ante las cámaras algo menos compuesto de lo habitual, para alabar su labor: "Fue el defensor de un sueño". El presidente estadounidense le debe en parte el puesto. Su respaldo, a principios de 2008, inclinó la balanza del partido a su favor y le arropó en el manto familiar al darle el relevo de la dinastía.
Kennedy deja un vacío inconmensurable en el Senado. No sólo por su peso moral y su influencia como presidente del Comité de Salud del Senado, sino por pura aritmética. No hay problema en la Cámara de Representantes donde los demócratas tienen amplia mayoría pero en la cámara alta la muerte de Kennedy les deja sin el escaño crucial para alcanzar los 60 votos que les permitirían superar la embestida conservadora. Sobre todo ahora que Obama se ha atrincherado en las filas de su partido para aprobar la reforma sanitaria, a la vista de la tremenda oposición que han orquestado los republicanos, oposición que ha conseguido hacer mella en el ímpetu de la Casa Blanca.
La sanidad, "causa de su vida"
El León del Senado hizo de la batalla por la salud pública "la causa de su vida", declaró en la convención demócrata de 2008, donde apareció pese a su frágil estado de salud. En 1997, consiguió garantizar la cobertura médica a los niños de las familias sin seguro, medida que Obama amplió en febrero.
El escaño por Massachusetts quedará vacío hasta que se convoquen elecciones especiales en unos meses (se especula el próximo enero). Preocupado por el tema, la semana pasada, Kennedy publicó una carta en la que pedía que se cambiara la legislación y se permitiera al gobernador, como es costumbre en otros estados, designar a un sustituto por el resto de su mandato.
Irónicamente, los demócratas han creado el obstáculo legal que ahora podría costarles la batalla en la que Obama tanto ha invertido. Fueron ellos lo que impusieron las nuevas normas en 2004 cuando el senador por Massachusetts, John Kerry, se presentó a las presidenciales contra George Bush. No querían que el entonces gobernador republicano, Mitt Romney (ex aspirante conservador a la Casa Blanca), nombrara a uno de los suyos.
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