Este artículo se publicó hace 11 años.
"Si no le pido 100 euros a mi madre, no comen mis hijos"
El hogar de Engracia es uno del 1.833.700 en los que no trabaja ningún miembro. Después de cuatro años en paro, separada y madre de tres hijos, el suyo es uno de los perfiles de víctimas de la crisis más comunes.
La de Engracia (nombre ficticio) es otra más de esas historias tristes que ha dejado la crisis económica. Madrileña de 45 años y separada, vive en Moratalaz con sus tres hijos, uno de ellos de 14 años. Ninguno tiene trabajo. Su casa es una más de los 1.833.700 hogares con todos sus miembros en paro, y las tres (ella, sus dos hijas de 26 y 28 años) perdieron su empleo el mismo día, hace cerca de cinco años, cuando Engracia tuvo que cerrar el supermercado del que era propietaria y donde trabajaban sus dos hijas mayores y la que era su pareja. "Tuve que cerrar porque las cosas iban fatal y se acabaron los tres ingresos". "Desde entonces no trabajo en nada serio, ni mis hijas tampoco".
La crisis acabó con su negocio y comenzó la espiral. "Que quede claro que esto le puede pasar a cualquiera". Desde 2011, Engracia no tiene ingresos, "durante tres años cobraba el paro y tenía algunos ahorros con los que hemos ido tirando", pero después de cuatro años desempleada, al igual que sus dos hijas, se acabó el dinero, "se acabó el paro, la prórroga, se acabó todo". El choque fue de magnitud, "yo era una persona normal, comía fuera, me compraba libros, le compraba juguetes a mi hijo, ... pero nunca pensé que fuera a ser tan duro, no te puedes imaginar que te vas a ver así".
Con algún trabajo temporal y la ayuda de amigos y familiares, Engracia va sobreviviendo y sacando adelante a su familia como puede. "Qué corte, qué vergüenza", pensaba Engracia la primera vez que acudió a Cáritas. Ella era la única española que recibía ayuda de la parroquia de su barrio. Acude allí los jueves y se lleva algo de fruta, pasta, "lo que me dan". Hace poco solicitó la Renta Mínima de Inserción, "puede que ahora me la den, pero ya la he solicitado cuatro veces".
"He echado no sé cuántos currículums, he puesto carteles para cuidar niños y personas mayores, puse en alquiler una habitación de mi casa, pero nada" "He echado no sé cuántos currículums, he puesto carteles para cuidar niños y personas mayores, incluso puse en alquiler una habitación de mi casa, ahora que mi hija mayor se ha ido a vivir con su novio". Cualquier ingreso es más que una salvación en el día a día, dice. "200 euros al mes es un dineral para mí", pero nada dio resultado. "En cuatro años he trabajado un mes o dos, ha habido años que no he encontrado nada". Por suerte, no ha tenido que acudir a ningún comedor social pero "¿quién sabe?, puede en unos meses acabe yendo". "Me sabe fatal, pero si no le pido 100 euros a mi madre (pensionista) no comen mis hijos, no puedo pagar la luz..." explica.
Cuando se le pregunta por los sentimientos, se le quiebra la voz. "Si te hablo de esto me pongo a llorar", dice. "Desesperación" es la primera palabra que puede pronunciar con claridad. "Hubo épocas que me quedaba en casa llorando". "Piensas en que tienes que levantarte y seguir, pero empecé a perder peso y a ponerme enferma". "Es horrible, además de no tener nada, preocupas a la familia porque estás enferma". "Es desesperante, piensas que eres una inútil, que no vales para nada". No quiere que una foto suya ilustre su historia porque es también la de muchos y porque si "a veces te miras al espejo y ves que das pena", no debe de ser fácil mostrar la misma cara a miles de personas.
"Esta situación es desesperante, piensas que eres una inútil, que no vales para nada"
Cuando se encuentra con conocidos y le preguntan cómo está, finge. "¿Qué les digo, que estoy en la miseria? no, todo va bien", reconoce. "La solución sería encontrar un trabajo, no la Renta Mínima de Inserción", afirma. Pero después de cuatro años de búsqueda infructuosa, a pesar de que es posible que en febrero le salga algo, no quiere hacerse ilusiones: "ya me ha pasado antes, parece que lo vas a conseguir, te ilusionas y después es peor".
Aunque ha sido un cambio de vida brusco, siente que sus hijos lo han entendido perfectamente. "Las mayores porque también lo están viviendo, y el pequeño, porque se lo he ido explicando poco a poco". "Me esperaba enfados y pataletas, pero no ha sido así. A veces pienso que mi hijo es más maduro que yo", dice con una mezcla de orgullo y tristeza. Por suerte, no tiene hipotecas, sólo los gastos corrientes, pero aun así, es demasiado.
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