Este artículo se publicó hace 15 años.
NO PUBLICAR Lecciones desde Liverpool sobre sacrificio en dos guerras mundiales NO PUBLICAR
Los británicos aceptan las bajas, pero no cuando la causa de dichas bajas es tan vana como la guerra en Afganistán
Yo solía leer una y otra vez La construcción de la torre de William Golding (el del afamado El señor de las moscas), sobrecogido por la corrupción de la iglesia medieval y atónito ante la determinación venial del obispo que insistía en construir la torre más alta del lugar; una torre que seguía elevándose mientras un clavo de la Santa Cruz venía en camino desde Roma en un convoy de bagaje. Incluso cuando el arquitecto advirtió al obispo de que era pura soberbia construir la mansión de Dios a tal altura que sus piedras y arcos góticos "clamaban" bajo el peso enorme y sin precedentes, la torre de la catedral seguía elevándose, cada vez más alta.
Me acordé de La construcción de la torre la semana pasada mientras estaba en la Catedral de Liverpool, la primera catedral anglicana de la historia diseñada por un católico. Giles Gilbert Scott era el nieto del hombre que construyó St. Pancras, y él mismo fue el arquitecto de la central eléctrica de Bankside. Así que no había excusa para no saber qué iba a salir de allí: tecnología y locura góticas, la mayor catedral de Gran Bretaña con los arcos góticos más anchos y altos del mundo, tal y como el obispo anglicano de Liverpool, James Jones, me recordó. Dentro se podría meter la columna de Nelson (siempre que se le quitase el sombrero al almirante).
Occidente ya tiene 22 veces más militares en el mundo musulmán que los cruzados del siglo XII
Aunque a veces preferiría que los obispos (excepto Jones, claro) le dedicasen menos tiempo a alardear del tamaño de sus instituciones y más a reflexionar sobre la naturaleza cambiante de sus credos, no deja de ser impresionante. Se tardó 74 años en construir el edificio entero, y todavía seguían elevando piedras a las alturas con grúas cuando las bombas alemanas derrumbaban algunas de sus partes durante la Segunda Guerra Mundial. Scott no vivió para verlo, pero pudo utilizar técnicas de construcción modernas para lograr lo que la tecnología del siglo XIV y XV no podía hacer. De ahí el ancho de los arcos y la solidez de sus muros, adornados con figuras al estilo de Lutyens, que en algunos casos mostraban las caras de los canteros del Liverpool del siglo XX que los construyeron.
Un Fisk no practicante, hay que admitirlo, recibió un Doctorado Honoris Causa de la Liverpool Hope University (estos títulos se les suelen dar a los corresponsales en el extranjero de mayor antigüedad, sospecho que más por asombro ante su supervivencia que por su trabajo), y tuvo que dar un minidiscurso de diez minutos en la catedral para los recién licenciados y sus padres, entre los que estaban algunos de los burgueses de una ciudad cuya riqueza se sustentó originalmente en el comercio de esclavos. Al Dr. Bob se le presentó como "inevitablemente controvertido". Hace ya mucho tiempo que me di cuenta de que "controvertido" era una de esas palabras-código que se aplicaban a los corresponsales en Oriente Medio que habían sido insultados por los llamados partidarios en el extranjero de Israel (así de controvertido pensaba ser).
Dije que no deberíamos estar en Afganistán, que los occidentales ya teníamos 22 veces más personal militar en el mundo musulmán del que los cruzados tenían en el siglo XII (la gran época de las catedrales góticas reales, claro) y que las tierras musulmanas no nos pertenecían. Enviémosles nuestros médicos y nuestros maestros y agrónomos, pero no nuestros soldados. A éstos deberían traerlos a casa. Esta semana, todos hemos visto la tristeza desgarradora con que se recibió el regreso de otros ocho británicos de Afganistán.
¿Hemos llegado hoy al punto en que esperamos guerra sin muerte?
Ola de aplausos
Para mi asombro, los burgueses y sus familias, los estudiantes y sus padres y madres, que hasta entonces habían permanecido en silencio a la espera de una homilía suave, comenzaron a aplaudir. Una gran ola de sonido se extendió por las capillas y los pasillos de la catedral de Scott. La causa no fue la elocuencia de Fisk (ni tampoco todos aplaudieron). Pero algo los había hecho estallar. Esa misma mañana, The Guardian nos había asegurado que, según una encuesta de opinión, la mayoría de los británicos permanecían "firmes" en su apoyo a nuestra campaña en Afganistán. Bueno, pensé, mientras los aplausos reverberaban por la nave, me pregunto si es así...
Otras ideas menos benévolas también se me pasaron por la cabeza. En un lateral de la catedral de Liverpool hay una bella capilla dedicada a los muertos de dos guerras mundiales. Los honores de batalla británicos colgaban bien altos (vi Chindits bordado en oro sobre verde dejaremos pasar sin comentarios las sangrientas aventuras de Wingate en el Oriente Medio), y también hay un panel de alabastro que muestra a Cristo arrodillado junto al mar de Galilea. Pero lo que me impresionó fue el memorial de Liverpool a las víctimas mortales de la guerra de Hitler, incluido el ingeniero del deán y la sala capitular de la catedral, su esposa e hija.
En tan sólo un mes (mayo de 1941), los liverpulianos perdieron 1.453 hombres, mujeres y niños en los bombardeos aéreos de la Luftwaffe. Según mis crueles cálculos, esto significa que nuestros 184 muertos en Afganistán en ocho años (de toda Gran Bretaña) representan una mera séptima parte de lo que Liverpool solo sufrió en un mes en la Segunda Guerra Mundial. Los archivos de la capilla también muestran que en la Primera Guerra Mundial, Liverpool perdió 40.000 vidas en las trincheras y en el mar (Liverpool solo, remarco) y, por lo tanto, el obsceno tipo de cambio de pérdidas demuestra que por cada una de nuestras pérdidas británicas totales en Afganistán en ocho años, 217 liverpulianos (aquí también estamos hablando de Liverpool únicamente) murieron en una guerra que duró sólo la mitad de la extensión de la campaña afgana.
¿Es que por entonces, como habría dicho mi padre, estábamos hechos de un "material más resistente"? El mismo Churchill se lo temía en los años 40, tras Dunkerke y Grecia y Creta, y la caída de Tobruk. ¿Hemos llegado hoy al punto en que esperamos guerra sin muerte? ¿O es que aceptábamos sacrificios enormes cuando teníamos al enemigo, por así decirlo, "en la puerta" (cuando los alemanes querían destruir Europa en 1914 y 1939), pero no comprendemos por qué mueren nuestros soldados, independientemente de lo pequeña que sea la escala, en Afganistán en 2009? Es el "por qué" y no el "cuántos". Los británicos aceptan las bajas, pero no cuando la causa de dichas bajas es tan vana (en ambos sentidos de la palabra al aplicarla a los gobiernos de Blair y Brown).
Eso es lo que aprendí en mi visita a Liverpool. En un emporio espiritual, los británicos demostraron que, incluso cuando sus gobiernos han intentado convencerlos de que los huesos de los granaderos británicos eran un precio justo a pagar por Afganistán, ellos no se lo creyeron. Los talibanes no están en el Frente Oeste ni sobrevolando Liverpool. De hecho, los talibanes mismos nunca nos han bombardeado (excepto en la tierra adonde hemos enviado a nuestros soldados). Los aplausos en la catedral de Liverpool el miércoles pasado no tenían nada que ver conmigo. Tenían que ver con una campaña militar sin esperanzas y perdida en la que nunca nos deberíamos haber involucrado, y cuyas bajas (sí, recordemos aquí a los miles de afganos) son una burla de los muertos en las dos guerras mundiales.
Y como el arzobispo católico de Liverpool, Patrick Kelly, me comentó la semana pasada, casi todos los estudiantes que recibían sus licenciaturas en la catedral eran tres años mayores que los soldados que estaban muriendo en Afganistán. Eso lo dice todo.
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