Este artículo se publicó hace 15 años.
"Odio 'Gomorra'. Lo aborrezco"
Roberto Saviano confiesa en The Times que cambiaría Gomorra por tomarse una pizza con sus amigos
Es el niño mimado de premios Nobel como Dario Fo, Günter Grass y Orhan Pamuk, el protegido de Salman Rushdie, un héroe nacional para Umberto Eco; ha saltado al Olimpo de la fama tras vender en Italia dos millones de copias de Gomorra, su libro de denuncia sobre la mafia napolitana, la Camorra, y cuatro más en el resto del mundo. Pero para el escritor Roberto Saviano, ni la fama ni los honores valen tanto como un minuto de libertad.
Ya no puede más. Tres años después de la publicación del libro en Italia, de su éxito fulgurante y de su posterior protección policial para impedir que la Camorra le asesinara, el joven de 29 años confiesa que aborrece el libro que le ha condenado a una vida en fuga, a una existencia en soledad. No puede ni verlo: "Odio Gomorra. Lo aborrezco. Cuando lo veo en el escaparate de una librería, miro hacia el otro lado", escribe Saviano por primera vez en un artículo firmado en el periódico británico The Times.
"Odio Gomorra, lo aborrezco. Cuando veo el libro en un escaparate miro hacia otro lado"La claustrofobia de su encierro permanente entre cinco escoltas empezó mucho antes, pero hasta ahora no se había atrevido a revelarlo en voz alta, por "un sentido de responsabilidad cívica". Siempre que le preguntaban si se arrepentía de haberlo escrito, Saviano respondía que "sí como hombre y no como escritor", pues notaba que la gente buscaba en él a alguien capaz de "soportar el sacrificio en silencio". Pero ahora reconoce que "la verdad es muy diferente. Si pudiera volver atrás, dejaría el libro abandonado en un cajón y disfrutaría de alegres charlas con amigos en torno a una pizza, viviría en una casa con balcón", se perdería en paseos anónimos por la ciudad.
Su vida, en cambio, cabe hoy en tres bolsas: "una con calcetines, calzoncillos, camisetas, pantalones, una chaqueta y algunas camisas. Más una con medicinas, cepillo y pasta de dientes y un cargador de móvil, y otra llena de libros y papeles y mi ordenador. Es todo".
Sus días transcurren en pisos pequeños y oscuros de la periferia y los pequeños placeres le han durado poco, como cuando consiguió su sueño de un piso con terraza y no llegó a deshacer las maletas porque supo que era propiedad de un mafioso. O cuando tuvo que renunciar a los sabrosos platos de cocina tradicional que le regalaba cariñosamente una anciana del barrio y que le recordaban los guisos de su madre. "Es lo que le pasa a la gente como yo, que vive bajo custodia en un país cuyo número de exiliados sobrepasa el de Colombia".
La fama cuesta
Lo peor, dice, es el miedo. No a la muerte, que no le quita el sueño, sino a que la mafia consiga su objetivo de mancillar su nombre, como ha hecho con otros amenazados. "En mi mundo, eres culpable hasta que pruebes lo contrario, y entonces la prensa se retira", se lamenta. Su terror es no poder defenderse.
"He conseguido aquello en lo que sueña todo escritor. He llegado a una enorme cantidad de gente, he hablado a millones de individuos en más de 40 países", admite, "pero siento que tengo poco que celebrar. Hablando con candidez, tengo una vida de mierda". ¿No soñaba con la fama al escribir el libro?, le preguntan. "Me gustaría decir que sí, pero no lo quería en estas condiciones", se responde él mismo. "Me reservo el derecho de revelar mis arrepentimientos y pensar con nostalgia en los días en que era libre".
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