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Un paseo entre cañas y barro

Recorrido en barca por el Parque Natural de La Albufera de Valencia.

Miriam Querol

A poco más de 10 kilómetros de la renovada Valencia se esconde un oasis costumbrista. Los habitantes de la Albufera, residentes en pequeños pueblos de pescadores perdidos entre los arrozales y el mar, miman su pasado con tradiciones centenarias como la pesca. Un paseo en las barcas con las que, desde hace siglos, salen a faenar, es la mejor manera de adentrarse en este humedal que Blasco Ibáñez retrató con dureza en Cañas y barro: 'La selva casi virgen, que se extiende leguas y leguas, donde pastan los toros feroces y viven en la sombra los grandes reptiles'.

No son exactamente reptiles lo que buscan los pescadores de La Albufera, sino las también salvajes anguilas, que capturan hoy del mismo modo que hace siglos: en una pequeña embarcación sin motor, impulsada por perchas que clavan en el fondo del lago, y cargados con los mornells o volantas, unas mallas armadas en aros que se colocan bajo el agua. Las preciadas anguilas, y también las lubinas o llisas que pescan allí, van directamente a la lonja de El Palmar para su venta. Lo llevan haciendo así desde hace más de 700 años, cuando el rey Jaime I otorgó por primera vez el derecho de pesca o redolí en esta zona, sentando las bases de la centenaria Comunidad de Pescadores de El Palmar. Desde entonces, el redolí se hereda y se transmite de generación en generación.

Durante todo el año, algunos de estos pescadores ofrecen sus barcas para realizar excursiones guiadas por el lago, y durante los meses de octubre a febrero realizan demostraciones de esta actividad mientras relatan las anécdotas y la forma de vida del humedal. Al atractivo cultural del arte de la pesca se suma la belleza del paisaje. Los nueve kilómetros de travesía son perfectos para la contemplación de ánades, garzas, patos o garzillas. También habita en las aguas pantanosas el rarísimo samaruc, un pez autóctono en peligro de extinción.

Son muchas las estampas perfectas de este lugar, pero ninguna comparable con la del sol escondiéndose, con los reflejos rojizos que matizan el lago sereno, separado del mar por un cordón de dunas y pinos conocido como Devesa, y con las pequeñas barquitas, las albuferencs, junto a otras mayores, las catarrogines, quietas en el agua.

Es imprescindible, tras el paseo en barca, recalar en la Isla de El Palmar, rodeada de arrozales, y visitar las antiguas barracas. También es parada obligada la lonja, donde se puede comprar el pescado traido de las aguas de la Albufera. En El Saler, otro de los pueblecitos de la Albufera, es interesante acercarse al Muntanyar de la Mona, una zona de pino y matorral donde los lugareños tienen la costumbre de merendar, y a la playa nudista.

Los vecinos de La Albufera -arroceros, pescadores o artesanos- son los mejores guías de la zona. Por eso el Ayuntamiento cuenta con ellos para redactar los programas de audioguías que a partir de este año se repartirán en el parque dentro del proyecto Seducción Ambiental. Dicen las autoridades que el objetivo es que el turista 'se enamore' de La Albufera. Nunca los políticos lo han tenido tan fácil: basta mantener los ojos abiertos para rendirse ante la riqueza de este marjal de juncales, donde se abrazan el río Turia y el Júcar.


www.valenciaterraimar.orgAlbufera ParcComunidad de Pescadores de El Palmar





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