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"Pensé que ser cura, con esas sotanas, no era el mejor destino"

Santiago Auserón. Cantante. Sus padres le educaron con los curas, pero él prefirió pensar por sí mismo.Persevera: escribe su tesis doctoral sobre sonido y filosofía

NOELIA ROMÁN

En tardes como la de hoy, cuando los ecos del Tour de Francia aún resuenan cercanos y las horas de sol se hacen eternas, Santiago Auserón coge su Orbea verde, grande y pesada, y enfila el puerto de Somport creyéndose L'Enfant Roi, o sea Jacques Anquetil. Emulando la elegancia del pentacampeón francés, el niño Auserón escala el puerto, arma una brava escapada en solitario y, a falta de cámaras y de público, se autonarra la gesta para que quede constancia. Cuenta apenas 10 años y su nómada infancia de hijo de topógrafo transcurre en el Pirineo aragonés. 'La bici es muy bonita: te relaciona con el suelo; y los ciclistas son gente sin ego, sufrida, como lo era yo', cuenta ahora Auserón, vermut en mano y gesto torcido por la falta de sifón.

Los bares pierden las viejas costumbres, tan vivas en la memoria del artista como los recuerdos de la 'vejez prematura' que supuso su niñez. Un devenir de pueblos y ciudades, de colegios y de amigos, en la España de la tardía posguerra, al frente de una prole de siete hermanos. 'Como soy el mayor, mi madre siempre me los ponía al cargo y aquello era una cruz. Cuando vivíamos en Zaragoza, en cuanto me despistaba, siempre había algún cabroncete que me los escondía y yo me volvía loco buscándolos', rememora Auserón.

Él prefería estar solo; y observar; y pensar, aunque en su etapa pirenaica Auserón se imaginase ciclista porque hacía años que había decidido que no vestiría la sotana negra. 'Tenía 6 o 7 años cuando un sacerdote escolapio intentó convencerme de que fuera cura. Pero yo pensaba en aquellas sotanas y en aquellas bofetadas que arreaban y creí que aquél no era el mejor destino posible', explica el cantante, entonces un niño introspectivo, 'tendente, como ahora, a la esquizofrenia'. 'Tenía mucho mundo interior y me desbordaba; oscilaba entre los dos polos', describe Auserón con lucidez nada esquizoide.

El trabajo de su padre le llevaba del campo a la ciudad, de los montes de Asturias a las calles de Zaragoza; de la nieve del Pirineo al mar de Huelva, del 'rico olor del bosque' al lumpen de las calles del Mercado Central maño, de la leña talada con sus propias manos a la construcción del canal de

Villanueva de los Castillejos, el lugar que le dejó 'las impresiones más intensas', ya con 15 años. 'Allí, me decían que me tenía que hacer ingeniero de caminos. Pero yo los veía tan señoritos, tan altivos, caminando medio metro por encima del suelo, que pensé que tampoco aquél era un destino deseable', dice el artista, con una sonrisa.

Por libre, Auserón había concluido los estudios de bachillerato iniciados con el maestro Don Manuel y el encuentro con Ernesto Feria, 'un médico epicúreo tendente al freudomarxismo' que tocaba la bandurria, le inició en las escapadas de tunante y en la lectura de Sartre. 'Lector voraz desde los 4 años', otros filósofos le habían atrapado desde el instante en que topó con 'las cosas marcianas de Kant'. 'No entendía nada de lo que decía sobre el espacio y el tiempo, pero descubrir un lenguaje que representaba abstracciones me pareció maravilloso', afirma quien, años más tarde, se convertiría en ídolo musical.

Espoleada por los acontecimientos político-sociales de la época, el mayo francés, la revolución cubana, la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos..., su relación de amor con el pensamiento se fue afianzando al tiempo que la música inundaba su tiempo de ocio. Otis Redding, Aretha Franklin, el jazz y el rock estadounidenses que los padres de Auserón, 'unos modernillos', pinchaban en casa. Y el fandango que empezó a tocar con su primera guitarra. Y los punteos de Eric Clapton, que imitaba con una guitarra eléctrica de plástico de su hermano. 'Entonces hice mis primeras canciones protesta, que eran un tostón', asegura el cantante, que intentaba sus primeros escarceos sexuales.

Cuando los grises agitaban las calles de Madrid, llegaron los primeros contactos con las drogas. Cursaba ya Filosofía en la Complutense. Y antes de parir la añorada Radio Futura, un sueño realizado: recibir clases de Guilles Deleuze, 'un héroe del pensamiento', uno de sus 'amores', en la Sorbona de París.

Una película. La última que me gustó: ‘La clase’

Una lectura. La última que he leído: ‘Zalacaín el aventurero’ (Baroja)

Una canción. La que estoy estudiando: ‘Mourir pour des idées’ (Brasssens)

Una comida/plato. Un mito de la infancia, spaguetti con albóndigas

Un lugar / rincón de escapada. Cualquier sendero campestre o, si no, un bar

Una prenda / amuleto sin la que nunca salga. Un giri-giri de Senegal

Personaje o icono sexual. No me van los iconos, pero de niño me fijaba mucho en Ann Margrett

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