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El portavoz que se salió del guión de la Casa Blanca

Scott McClellan ajusta cuentas en su libro con el Gobierno que defendió a capa y espada

ADRIÁN FONTES

“Quiero darte las gracias por no haber dicho nada”. El presidente George W. Bush debe lamentar estos días aquel elogio hecho a su portavoz tras su victoria en las elecciones de 2004. Sobre todo si detesta que otros sean noticia, como lo asegura Scott McClellan en su polémico libro titulado Lo que ocurrió.

Menos de dos años después de haber dejado la Casa Blanca, el disciplinado portavoz desata por fin la lengua y se suma a la tendencia de moda entre los ex miembros del Gobierno de Bush: escribir un libro para decir principalmente “yo no tuve la culpa”, como ya lo hicieron Paul Bremer, el ex administrador de Irak o George Tenet, otrora director de la CIA.

En sus 300 páginas, McClellan carga contra casi todos, desde la prensa por su complicidad, al propio presidente, al que prestó su voz en el verano de 2003, con sólo 35 años. Eso sí, en ningún momento atribuye al petróleo la decisión de atacar a Sadam Husein. Para él, Bush creía sinceramente que podía instaurar una democracia en Oriente Próximo.Y es que el retrato que pinta McClellan de su paisano tejano está lleno de matices. Lo acusa de haber cometido un “error” por haber lanzado una guerra “innecesaria” en Irak.

Al mismo tiempo, lo presenta como una persona “inteligente”, capaz de soltar una solitaria lágrima tras visitar a un herido de guerra en un hospital. La culpa de todo, la tiene Washington. La capital transformó al gobernador de Tejas, que conoció y con el que trabajó. Sometido a la presión de “mantener una campaña electoral permanente” desde la Casa Blanca, acabó creyéndose el cuento de su propia propaganda.

Rice en tela de juicio

Pero los que reciben los golpes más duros del joven tejano, son los miembros de la administración que rodean a Bush. Cuando el portavoz admite que el presidente “tiene una curiosidad intelectual limitada” y se basa principalmente en su instinto para gobernar, no tiene otra intención que acusar a Condoleezza Rice de no haberlo frenado cuando era su consejera de Seguridad Nacional.

La actual secretaria de Estado se lleva la peor parte del libro. Es descrita como una persona que siempre le da la razón a Bush, que trata de conocer su opinión antes de ofrecer la suya y consigue borrar sus huellas cuando estalla un escándalo. El que sí se salva de las críticas es el ex secretario de Estado Colin Powell, el único que “planteó dudas a Bush sobre la sensatez de la guerra en Irak”.
 

Y es que el portavoz defendió durante tres años desde la Casa Blanca no sólo la guerra, sino la gestión desastrosa del huracán Katrina en Nueva Orleáns y hasta a Karl Rove y Lewis Scooter Libby, los dos asesores implicados en el escándalo “Valerie Plame”.

Ajuste de cuentas

De hecho, más que una crítica a Bush o la guerra en Irak, el libro es un ajuste de cuentas con Rove y Lobby. McClellan asumió su cargo de portavoz el 15 de julio de 2003, un día después de que el columnista conservador Robert Novak revelera en The Washington Post que Plame era un agente de la CIA. Más que el desastre de la guerra o las fotos de la tortura en Abu Ghraib, la filtración del nombre de un agente de la CIA fue el escándalo que más puso en aprietos al gobierno Bush.

Lobby, ex jefe de gabinete de Cheney, acabó siendo condenado a 30 meses de cárcel, aunque el presidente conmutó su pena. McClellan todavía no ha superado el escándalo. Rove y Lobby le aseguraron que no tenían nada que ver con la filtración. Lo transmitió tal cual a la prensa. “Nunca habría dicho esto sabiendo lo que sé ahora”, lamenta el portavoz, que dijo haber ‘sacrificado su propia credibilidad en nombre del Gobierno”.

Así las cosas, los que trabajaron con McClellan en la Casa Blanca arremeten ahora duramente contra él. Como lo hicieron con todos los que se atrevieron a cuestionar la administración Bush.

Como si el portavoz fuera un actor capaz solamente de aprenderse el guión que le daban cada mañana, ahora dudan de que haya escrito él mismo su libro. “Esto no suena como McClellan”, espetó su predecesor y ex jefe Ari Fleischer.

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