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El pueblo contra la Policía

Los políticos estadounidenses parecen estar hartos de la democracia. Por todo el país, la Policía, bajo las órdenes de las autoridades locales, está desalojando los campamentos de protesta establecidos por los miembros del movimiento Occupy Wall Street, en algunas ocasiones empleando una violencia brutal y arbitraria.

En el incidente más grave hasta la fecha, cientos de policías con equipos antimotines rodearon el campamento Occupy Oakland y dispararon balas de goma (que pueden ser mortales), granadas de aturdimiento y gases lacrimógenos, e incluso algunos oficiales apuntaron directamente a los manifestantes. Los tuits de Occupy Oakland parecían provenir de la plaza Tahrir de El Cairo: “Nos están rodeando”; “cientos de policías”; “hay vehículos blindados y Hummers”. Hubo 170 detenidos.

Mi propio arresto, que sucedió a pesar de que estaba obedeciendo pacíficamente los términos de una concentración en una calle del centro de Manhattan, hizo que la realidad de estas duras medidas se hiciera palpable para mí. EEUU ha despertado y ha descubierto lo que ha sucedido mientras dormía: las empresas privadas han contratado a la Policía (JPMorgan Chase donó 4,6 millones de dólares al fondo de la Policía de Nueva York); el departamento federal de Seguridad Nacional ha dotado de armas militares a pequeños cuerpos de Policía municipal; y, poco a poco, se ha ido privando a los ciudadanos del derecho de libertad de expresión y de reunión mediante la exigencia de permisos poco claros.

Súbitamente, EEUU se parece al resto de un mundo enojado que protesta y que no es completamente libre. Mientras, la mayoría de los analistas no se ha dado cuenta del todo de que se está desarrollando una guerra mundial que es distinta a todas las anteriores: por primera vez en la historia, los pueblos del mundo no se están identificando y organizando por nacionalidad y religión, sino como una conciencia global que reclama una vida pacífica, un futuro sostenible, justicia económica y una democracia elemental. Sus enemigos son las corporaciones globales que controlan y compran gobiernos, que han creado sus propios brazos armados que cometen fraudes económicos sistémicos y que saquean la riqueza y los ecosistemas.

En todo el mundo se acusa a los manifestantes pacíficos de perturbar el orden. Sin embargo, la democracia misma es perturbadora. Martin Luther King junior decía que perturbar pacíficamente el “orden normal” es sano porque revela las injusticias encubiertas que pueden, entonces, abordarse.

Lo ideal sería que los manifestantes se mostraran disciplinados y no violentos; así se mantiene al margen a los provocadores y al mismo tiempo se subraya la injusta respuesta policiaca. Por otra parte, los movimientos de protesta no triunfan en horas o días; normalmente exigen la ocupación de zonas durante periodos largos. Esta es una de las razones por las que los manifestantes deben obtener sus propios fondos y contratar a sus propios abogados.

Los manifestantes también deberían tener sus propios servicios de prensa. Deben escribir blogs, editoriales, comunicados de prensa y tuits, y también deben registrar y documentar casos de abuso policiaco (y a quienes los cometen). Por desgracia, hay muchos casos documentados de provocadores violentos infiltrados en manifestaciones en lugares como Toronto, Pittsburgh, Londres y Atenas. También es necesario fotografiar y guardar un registro de los provocadores, por lo que es importante no cubrirse la cara al participar en una manifestación.

Los manifestantes de los países democráticos deben crear listas locales de correos electrónicos, combinarlas a nivel nacional y comenzar a inscribir votantes. Deben informar a sus representantes de cuántos votantes hay inscritos en cada distrito, y deben organizarse para echar a los políticos represivos o violentos. Además, deben apoyar a aquellos que respetan los derechos de expresión y de reunión, como por ejemplo en Albany (Nueva York), donde la Policía y el fiscal local se negaron a reprimir a los manifestantes. Muchos manifestantes insisten en seguir sin líderes, lo que es un error. Los manifestantes deben elegir a sus representantes por un periodo limitado y capacitarlos para tratar con la prensa y negociar con los políticos.

Las protestas deben dar forma al tipo de sociedad civil que sus participantes desean crear. Por ejemplo, en el parque Zucotti de Manhattan, hay una biblioteca y una cocina, se donan alimentos, los niños pueden pernoctar y se organizan sesiones de información. Los músicos deben llevar sus instrumentos y el ambiente debe ser alegre y positivo. Los manifestantes deben limpiar los lugares que ocupan. La idea es construir una ciudad nueva dentro de la ciudad corrupta y mostrar que refleja a la mayoría de la sociedad y no a un grupo marginal y destructor.

Después de todo, las demandas de estos movimientos de protesta son la incipiente infraestructura de una humanidad común. Durante décadas, se ha ordenado a los ciudadanos que se sometan y que dejen la dirección a las élites. Las protestas son transformadoras precisamente porque la gente sale, se encuentra frente a frente y, al reaprender los hábitos de la libertad, construye nuevas instituciones, relaciones y organizaciones.

Nada de esto puede suceder en un ambiente de violencia política y policiaca. Como una vez preguntó Bertolt Brecht después de la salvaje represión por parte del régimen comunista de Alemania Oriental contra una protesta obrera en junio de 1953: “¿No sería más fácil que el Gobierno disolviera al pueblo y eligiera a otro?”. En EEUU, y en muchos otros países, líderes que supuestamente son democráticos parecen estar tomándose muy en serio la pregunta irónica de Brecht.

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