Este artículo se publicó hace 13 años.
A punto de tocar en Palencia y el teclista, despistado, camino de Plasencia
CAMELA
Hace ya algunos años nos pasó una anécdota muy divertida con uno de nosotros, concretamente con Miguel. Veníamos de Zuera, en Zaragoza. Habíamos pasado la noche allí tras el concierto, menos Miguel, que tuvo que regresar de inmediato a Madrid por un asunto personal importante.
Salimos de Zuera en dirección a Palencia y decidimos darle un toque al móvil para saber qué tal le había ido el día anterior en su regreso a Madrid y para saber si ya estaba en marcha para el próximo concierto de la gira. En ese momento (serían las 19.30 horas aproximadamente) nos contesta al teléfono y nos dice que no nos preocupemos, que está en Navalmoral de la Mata y que le quedan tan solo 50 km para llegar. ¡Madre mía! Había confundido la dirección. El concierto que teníamos que ofrecer esa noche era en Palencia y no en Plasencia. Fiel a su despiste, al meter la dirección en el GPS se había confundido y había marcado uno en lugar del otro.
Miguel no llegaba a tiempo para el concierto y sus compañeros se plantearon «poner en los teclados un muñeco gigante que sirviera de sustituto»
Comenzamos a ponernos muy muy nerviosos. El concierto comenzaba a las 22:00 horas y ya íbamos justos de tiempo. El tráfico era bestial porque se trataba del último domingo de agosto y estábamos en plena operación retorno. Miguel debía regresar a Madrid por la carretera de Andalucía, cruzar toda la ciudad y tomar la carretera de A Coruña. Es decir, que tenía que hacer un total de 430 km en dos horas y media, algo ¡completamente imposible!
No sabíamos qué hacer, estábamos desesperados. Le aconsejamos ir por Arenas de San Pedro, Ávila, Sanchidrián, Valladolid, Palencia lo que sumaba un total de 315 kilómetros que debían recorrerse en esas dos horas y media por unas carreteras de montañas y curvas interminables.
Estábamos en el camerino pasándolo realmente mal, le podía pasar cualquier cosa con tantas prisas y nervios. Llegamos incluso a plantearnos hacer un cambio con algún músico, o poner en los teclados un muñeco gigante que sirviera de sustituto. Rezamos a todos los santos y a todo lo que se nos ocurría en esos momentos.
Llegaba la hora del concierto. Conseguimos retrasarlo 15 minutos, pero a las 10.45 horas nos vimos obligados a comenzar porque el público no aguantaba más la espera. Algunas personas llevaban horas haciendo cola, y lo único que deseaban era vernos actuar ante ellos. Debíamos comenzar.
Salimos nosotros dos, Ángeles y Dioni, pidiendo disculpas por el retraso de Miguel que todavía no había llegado. Para cuando comenzamos la segunda canción Miguel apareció, pálido, nervioso. Dejó tirado el coche en la puerta del pabellón y entró como una bala al escenario.
Nos preguntamos cómo lo había conseguido. Probablemente perdió todos los puntos del carnet de conducir en esa carrera automovilística. Le indicamos que debía esperar a que acabara el tema, pero iba tan histérico y preocupado que no nos prestó atención y comenzó a relatar la historia al público asistente que no paraba de reír mientras escuchaban contar a Miguel esta anécdota tan divertida con final feliz. Seguro que a más de uno le ha ocurrido algo así a lo largo de su vida, ¿o no?
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