Este artículo se publicó hace 16 años.
El Real Madrid echa el cierre a lo grande con el capote de Raúl
Una elaborada ceremonia, cargada de luz y sonido, aderezada por una escenificación de los valores que auxilian la competición deportiva, por toneladas de papel y una enorme dosis de sonido, plasmó la fiesta madridista, que concluyó con los tradicionales pases taurinos de Raúl y su capote y culminó con un manteo al entrenador, el alemán Bernd Schuster y fuegos artificiales.
Durante cerca de una hora el Real Madrid festejó con sus aficionados el éxito en la Liga. Un triunfo cómodo ante el Levante, goles y fiesta para echar el cierre al curso con el trigésimo primer título en las vitrinas.
La celebración fue diferente. Por momentos más próxima a la apertura o clausura de un gran acontecimiento. Una pretenciosa majestuosidad poco entendida por el público. Más favorable a una fiesta más cercana con el futbolista.
Cinco minutos antes del final los aficionados iniciaron su particular fiesta. Contagiados por la escasa tensión competitiva que generó el espectáculo en el césped, a pesar de los goles, los seguidores, apenas exageraron su entusiasmo. Si acaso para celebrar la lluvia de goles ejecutados en las porterías. Pero lejos del fervor que auxilia el festejo de un tanto en un momento cumbre.
En el tramo final del partido empezaron a calentar las gargantas con el grito de campeones. E iluminaron el graderío con las cartulinas plateadas que el club regaló en cada asiento para hacer a cada seguidor partícipe de la fiesta.
No hubo descuento. Los jugadores del Levante abandonaron el terreno de juego. Nadie se movió del asiento. El 'speaker' reclamó para el palco a la plantilla blanca. Y el presidente de la Federación Española de Fútbol, Ángel María Villar, repartió el premio que recibió Raúl. Ahí empezó la fiesta.
La copa sirvió de excusa para un viaje alrededor del campo. Una vuelta de honor para ofrecer el éxito al público. Entre cañonazos de confetis y el ritmo de los decibelios.
El Bernabeu apagó la luz y el fondo sur inició la fiesta por su cuenta. Unas antorchas iluminaron una pancarta de campeones detrás de la portería mientras la megafonía invitaba a los presentes a participar en el festejo.
Entre focos de colores y la imagen del escudo iluminada circulando por el recinto un decenas de jóvenes con globos blancos dibujaban siluetas por el césped. Cuatro carretas con el número 31, el número de títulos de liga blancos, al tiempo que sobre la hierba se acoplaba una enorme tela blanca que se transformó en una pirámide sostenida en su cima gracias a la ayuda de una grúa situada en el exterior del estadio. Cada una de sus caras proyectó, a modo de pantalla gigante, imágenes de la temporada. Acciones del equipo. Muecas de la afición.
La carpa se desmontó de golpe para abrir paso a una representación que describió, escenicamente, cada uno de los valores que el club consideró pilares del éxito: el esfuerzo, el liderazgo, el señorío y el respeto.
Los preámbulos, ceremonialmente excesivos, delató la impaciencia de la grada. Ansiosa por contemplar a sus ídolos. Estos aparecieron después. De uno a uno. Reclamados por el speaker. Para concentrarse sobre un escenario circular ubicado en el centro del terreno. Algunos lo hicieron acompañados de sus hijos. Como Michel Salgado, Jordi Codina, o Jose María Gutiérrez 'Guti'. Otros ataviados con las banderas de sus países, como Mamadou Diarra o Gabriel Heinze.
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