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Regreso a los trenes del 11-M

Volvemos a tomar los convoyes que recorren la línea C-2 de Cercanías de Madrid. En el día que se leía el fallo por los atentados, los usuarios recuerdan la tragedia.

Arturo Díaz

La estación de Atocha de Madrid, el principal nudo de comunicación de la capital con el sur, es un hormiguero en la hora punta de la mañana. Lo era el 11 de mayo de 2004 y lo seguía siendo ayer. 44.000 personas pasan por allí en las tres horas de más actividad.

Una vez arregladas las estaciones y retirados los trenes agujereados, todo volvió a la normalidad tras los atentados.

Pero la herida continúa abierta en los pasajeros. “Es algo que nunca podremos olvidar”, repiten varios de los que ayer se dirigían más o menos somnolientos desde Alcalá de Henares hacia Madrid.

El fin del primer asalto judicial del caso 11-M ha llevado de nuevo a la memoria las pequeñas historias que vivieron los madrileños en aquella mañana de caos.

“Mira, yo he procurado borrar todo aquello”, arranca Magdalena, limpiadora de 48 años de la estación de Alcalá, el punto de partida de los terroristas que pusieron las bombas. La mujer recuerda, sin embargo, cada paso que dio ese día.

Asegura que se quedó dormida, y que tuvo mucha suerte porque tomaba el tren a la misma hora en que explotó el horror, a las 7.30. Y la angustia, hasta que dio con sus hijos y los supo a salvo.

Magdalena ha tratado de olvidar por dos razones. “Una, porque considero que nadie tiene derecho a meterme miedo en el cuerpo, y dos, porque tengo tres hijos y tenía que darles ejemplo”.

Eso sí, aunque ya sin miedo, la mujer confiesa que desde entonces ella y sus compañeros trabajan con los ojos bien abiertos: “¿Ves allá?, pues hace un momento había una bolsa que me he quedado mirando hasta que se la han llevado”.

Los trenes van pasando hacia la ciudad desde los dormitorios obreros. Santa Eugenia, Torrejón de Ardoz, San Fernando, Vallecas..., nombres de estaciones que acabaron por resultar familiares en todo el país después del desastre por la misma razón que lo son los pueblos de Guipúzcoa.

Hace frío en Madrid, como aquel día. Nos acercamos a El Pozo, la parada donde la muerte se cebó (se llevó por delante 65 vidas).

La desconfianza y los pañuelos

Lourdes, auxiliar administrativa y de Vallecas, tomó el tren al poco de ese día marcado a fuego. “Íbamos sólo cuatro en el vagón, y todos nos sentamos juntos sin parar de mirarnos. No nos conocíamos. Fue muy raro”, relata.

A los meses pasó algo más: “Una mujer con pañuelo se fue a bajar del tren y como era mayor dejó un momento el bulto que llevaba porque no podía con él; cuando la gente lo vio, en un segundo empezaron a recriminarle, ¡eh, que te dejas eso ahí!”.

Todos los relatos son similares. Los pasajeros de la línea C-2 de Cercanías no olvidan. El temor pervive, aunque sólo sea una leve sensación agazapada. De Alcalá a Atocha, el 11-M sigue ahí.

 Yassin, marroquí, es cada día blanco de sospechas

“Hombre, decir, decir..., nunca me han dicho nada malo, pero la gente sí que me mira mucho cuando voy en el tren, sobre todo la gente mayor, que me ven cuando vuelvo del curro con la mochila y si me siento cerca se acojonan y se sientan en otro sitio”.

Ésta es la experiencia diaria de Yassin, un soldador marroquí de 28 años, cada vez que toma el tren de Alcalá para ir a trabajar.

Lo paradójico es que el hombre del que muchos sospechan después desde el 11-M es víctima indirecta del atentado. Un compañero de su empresa, Dido, brasileño, resultó herido en una de las explosiones: “La bomba le pilló en Atocha y estuvo en coma tres meses; desde entonces le duele la cabeza, pero bueno, está contento porque le han dado pasta”, relata. 

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