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Resurgir en Silos

El traslado de una dominicana y sus cuatro hijos consigue mantener abierto el colegio

SUSANA HIDALGO

En medio del silencio del claustro del monasterio de Santo Domingo de Silos (Burgos) corretea con su pelota Luigi, de 3 años. En la cuna del canto gregoriano los turistas ponen cara de queja, él sigue, se agarra a una cadena que rodea el patio y la rompe. Sus tres hermanos ríen. Su madre, Rosmari, se desespera y le persigue alrededor de las columnas. Se acabó el juego, hora de subir a casa.

Rosmari y sus cuatro hijos, de entre 3 y 11 años de edad, han encontrado la tranquilidad en Santo Domingo de Silos (340 habitantes). Llegaron hace un mes al reclamo de un anuncio desesperado que había puesto el alcalde del pueblo, Emeterio Martín: “Santo Domingo de Silos ofrece trabajo y casa gratis a familia con dos niños en edad de Infantil para mantener la escuela abierta”.

Rosmari, que entonces vivía con sus niños en el barrio de Aluche (Madrid) vio el reclamo en Internet y contestó enseguida. Fue el propio Emeterio el que se fue con su coche a buscar a toda la familia a Madrid. Y tan a gusto: cualquier cosa para que la escuela no eche el cierre. A sus 33 años, Rosmari dejaba atrás una vida de 12 años de maltrato por parte de su marido y padre de los cuatro hijos y las apreturas de un pequeñísimo piso de alquiler. “Estoy sorprendida, la gente de aquí es muy amable. Sé que al principio va a ser duro pero nos vamos a habituar”, explica, a la vuelta del trabajo. Es mediodía y fríe en una sartén huevos fritos con patatas fritas para sus dos hijos pequeños, José y Luigi, de 3 y 5 años. Los dos mayores, David y Carmen, de 9 y 11 años, estudian en Salas de los Infantes, un pueblo cercano que tiene Educación Primaria (en este nivel se necesita un mínimo de siete alumnos).

El alcalde tiene, además, motivos personales para que la escuela se mantenga abierta: dos hijos gemelos de 5 años. Los colegios, en la etapa de Infantil, necesitan al menos cuatro pequeños para que no cierren. La de Santo Domingo de Silos reabrió en 2006 con cuatro niños del propio pueblo, pero al año siguiente algunos padres trasladaron a sus hijos al colegio de Salas de los Infantes pensando que allí iban a recibir una mejor educación. “En el curso 2007-2008 llegó una familia latinoamericana que venía de Fuerteventura, pero no lograron adaptarse al frío y se fueron de nuevo a Canarias”, explica el regidor. Él quiere que sus hijos estudien en Silos. “Prefiero que tengan una educación cerca de su hogar. Además, aquí, como son pocos aprenden muchas más canciones en inglés que en otros colegios”, apostilla Martín.

En Santo Domingo de Silos hay muchas parejas jóvenes en edad de tener hijos, pero son pocos los que se animan. Así que, ante el panorama que se avecinaba, Martín se puso a buscar para este curso escolar familias inmigrantes que quisiesen repoblar el municipio. “Al principio ofrecíamos, gracias a un convenio con una empresa del pueblo, un empleo de mecánico tornero para el cabeza de familia. Un sueldo de 1.300 euros con 14 pagas. Pero al contactar con Rosmari cambiamos la oferta por la hostelería”, señala Martín.

En Madrid, ella trabajaba también en un restaurante, pero llegaba a hacer más de 12 horas al día. “Sabía cuándo entraba pero no cuándo salía”, recuerda. En Santo Domingo de Silos trabaja media jornada, por la que cobra 450 euros al mes, y tiene dos días libres. El piso, de tres habitaciones y ubicado dentro del edificio donde está el Ayuntamiento, le sale gratis. Solo tiene que pagar los gastos corrientes. “Tenemos cocina y baño”, enseña orgullosa mientras sus hijos se restriegan por el parqué.

Rosmari no para. Tiene ambición profesional y está montando su propia empresa de venta de joyas por Internet. “Estoy contactando con mayoristas de fuera de España porque me ofrecen el género mucho más barato”, cuenta. Ha hecho un curso de Informática avanzada y otro de cómo gestionar un negocio. Ahora quiere sacarse el carné de conducir. “Soy muy cabezota. No pienso pararme. Si se me viene todo encima yo me levanto y continúo”, afirma.

A pesar de su entereza, reconoce que le ha costado salir adelante. Su marido tiene una orden reciente de alejamiento de ella y de los niños de 500 metros. “Me pegaba. Era un borracho y se drogaba, la última vez que le vimos fue en la comunión de mi hija Carmen, en abril del año pasado”, explica. A pesar de todo, los más pequeños lo echan de menos y le reclaman. Cualquier figura masculina que se acerca a Luigi y José, de 3 y 5 años, recibe enseguida el nombre de “papá”. El verdadero padre, que también es dominicano, les abandonó, y la situación llegó a tal punto que los Servicios Sociales amenazaron a Rosmari con quitarle a los niños.

“En Madrid, yo trabajaba todo el día y tenía que dejarles solos en casa, ¡qué remedio! Una asistente social me dijo que los tenía desatendidos y que tendrían que poner una solución si yo no me encargaba de cuidarlos”, afirma Rosmari. Y se entristece cuando se acuerda de esos días: “Me echaron en cara que los tenía prácticamente en abandono. Yo le decía a la asistente social: ‘Pues te aseguro que a nadie más que a mí le entristece dejarlos solos”.

En medio del infierno, llegó el anuncio para rehacer su vida en un pueblecito de Burgos. Cogió a los cuatro, recogió sus cuatro cosas y empezó una nueva vida. De Madrid no echa de menos nada. “Allí no tenía amigas, solo gente a la que saludas de hola y adiós”, prosigue. En España Rosmari tiene a todos sus hermanos: “Pero cada uno lleva su vida, yo puedo tener mis problemas pero no puedo pedirles que me ayuden porque ya tienen suficiente con apechugar con lo suyo”.

De momento, no hace mucha vida con la gente del pueblo. “Es que no tengo tiempo, tengo cuatro hijos, tú me dirás...”, cuenta mientras los dos pequeños revolotean entre sus piernas con sendos globos llenos hasta arriba de agua. Luigi, el pequeño, se ha echado por encima todo el frasco de colonia que su madre guardaba en la habitación. El ordenador tampoco funciona: alguno de los críos lo tiró hace unos días al suelo.

Es hora de llevar de nuevo a los niños al colegio. La tutora se llama Lorena. Toca inglés y luego Religión. “Se han adaptado muy bien; no dan problemas, son traviesos como cualquier niño de su edad”, comenta la maestra, que se queja de la falta de inversión que se destina a las escuelas rurales. Los dos pequeños escuchan atentamente las explicaciones en inglés al lado de los dos hijos gemelos del alcalde.

Las dos horas de la tarde en las que los niños están en la escuela son las únicas de paz que tiene Rosmari en todo el día. Ese tiempo lo dedica a descansar, a dormir un poco o a escuchar la música que le gusta: Shakira, Álex Ubago o algunas canciones de Mónica Naranjo. Por la noche, un poco de televisión: “A mí me gusta CSI”, empieza a contar... “¡Y a nosotros Gran Hermano!”, concluyen los más pequeños antes de empezar su tarde de deberes.

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