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Rubén Abella actualiza al Arcipreste de Hita con el "Libro del amor esquivo"

EFE

La idea del engaño y el tráfico de sentimientos, que ya en el siglo XIV trasladó el Arcipreste de Hita a su "Libro de buen amor", revolotean ahora en las historias cruzadas que, con las relaciones de pareja como telón de fondo, acaba de publicar Rubén Abella en su "Libro del amor esquivo".

El amor de pareja, carnal y sentimental, es la principal víctima de la sociedad indolente, fingida y postiza que Rubén Abella (Valladolid, 1967) ha pintado en su segunda novela, editada por Destino, finalista del último Premio Nadal y que esta tarde presenta en su ciudad natal el escritor Gustavo Martín Garzo.

El Madrid de finales de los noventa es el escenario de una ficción donde "la idea de fondo es explorar las dificultades que tienen las relaciones sentimentales para llegar a buen puerto dentro de una sociedad urbana", ha explicado el autor en una entrevista con la Agencia Efe.

A través de las atormentadas experiencias de los protagonistas, el narrador encuentra diversas razones que abonan el fracaso de todos los idilios y que observa en la "falta de comunicación, el miedo a involucrarse por temor a que resulte mal, las apariencias, el engaño y el tráfico de sentimientos".

"En estos dos últimos aspectos entronco con el 'Libro de buen amor' del Arcipreste de Hita", ha precisado Abella, licenciado en Filología Inglesa por la Universidad de Valladolid y que en 2003 publicó su primera novela, "La sombra del escapista" (Ediciones Lea), galardonada con el XIV Premio Torrente Ballester.

En su análisis de la sociedad de fin de siglo pasado, el escritor profundiza también en cuestiones de identidad al abordar el asunto de las "falsas apariencias", que adquieren mayor relieve en el terreno de las parejas, "donde lo que vemos rara vez es lo que parece".

La vida pendiente de un hilo, su fragilidad, "las infinitas posibilidades que tenemos de toparnos con problemas" también subyace en el "Libro de amor esquivo", una novela en la que Rubén Abella ha volcado algunas de sus principales pasiones personales como son la fotografía y los viajes.

El viaje "es la metáfora más perfecta que existe de la vida" y en su caso le ha aportado "mucha experiencia" para la creación de ficciones, como ha sucedido con las narraciones que agrupó en "No habría sido igual sin la lluvia", distinguidas en 2006 con el XI Premio Mario Vargas-NH de Relatos.

"Me interesa el viaje no como destino, sino como tránsito, todo lo que ocurre cuando emprendemos un trayecto. Pasa igual con la vida, plagada de momentos mientras avanza. En ese sentido, los viajes salpican toda mi obra narrativa", ha matizado antes de reconocer cómo su condición de finalista del Nadal 2009 "ha multiplicado las posibilidades de que la gente lea mi obra".

Ha supuesto "una especie de bautizo", un "paso de gigante" que ha recibido con gratitud y también alivio por la confianza que una editorial ha depositado en su trabajo, "aunque también me obliga a mirar hacia el futuro y ver lo que todavía me queda".

Por delante queda la edición de "Fábulas del lagarto verde", un libro de imágenes y textos que dialogan entre sí, "de tú a tú", y que representan "una reflexión sobre la vida a partir de varios viajes que realicé a Cuba".

Como escritor, se ha mostrado partidario de la "ambición creativa", de marcarse el objetivo de la perfección "a sabiendas de que te vas a quedar en el camino porque nunca se logra, pero siempre es bueno fijarse metas".

Rubén Abella es un eslabón más de escritores vivos, nacidos o vinculados a Valladolid donde, al margen de José Jiménez Lozano, Miguel Delibes y Gustavo Martín Garzo, figuran narradores como Agustín García Simón, José Manuel Parrilla, Antonio Salinero, Julio Valdeón Blanco, Alejandro Cuevas y Ángel Vallecillo, entre otros.

"Desde mi pequeña posición me enorgullece formar parte de esa cadena donde se mezclan dos o tres generaciones, lo cual demuestra que hay un germen literario. Eso es bueno", ha concluido.

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