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Saramago: "Obama todavía no ha creado problemas"

El autor habla de la necesidad de la narrativa del desasosiego al hilo de ‘Caín’

PEIO H. RIAÑO

A sus casi 87 años de edad ya tiene la respuesta a la pregunta más difícil que se le puede hacer a un escritor: ¿para qué escribe? Hasta el momento no lo sabía, pero ya sabe que no es ni para agradar ni para desagradar, que lo que hace lo hace porque quiere incomodar con el desasosiego. José Saramago debe imaginarse a sus lectores llenos de conflictos con sus libros entre las manos, atentos a los peligros de los que el escritor portugués no se cansa de avisar. “Me gustaría que todos mis libros fuesen considerados como libros para el desasosiego”, explicó ayer en Madrid, con su nueva novela al lado: Caín (Alfaguara) y adelantándose a apuntar ya las primeras líneas de su siguiente libro, en el que está torturando a la industria armamentística.

Saramago ha hecho del aborregamiento una de sus particulares peleas, que según explica, a pesar de ser universal, en Italia hace estragos por permitírsele a Berlusconi seguir agarrado a las riendas del país. Por eso, para evitar este tipo de conductas que tanto rechaza el Nobel de Literatura, los ciudadanos debemos tener siempre en la boca listo el “no”. “La ultraderecha siempre está en la puerta, a la espera de una oportunidad. Mis libros no van a solucionar nada, pero igual consiguen despertar la conciencia del lector, porque lo malo está al acecho”, cuenta para pedir responsabilidades.

Para el escritor nadie tiene escapatoria, todos estamos obligados a “estar atentos” ante una sociedad en la que la violencia está aceptada. “Yo soy libre para ser violento, ¿a dónde vamos a llegar?”, se preguntó incrédulo. De ahí que se muestre en desacuerdo con el lema de Mayo del 68 “Prohibido prohibir”.

Sin embargo, José Saramago mantiene intacta su esperanza sobre Barack Obana a pesar de que ya han saltado las primeras voces críticas en la recta final de su primer año de mandato. “Claro que mantengo la esperanza en Obama”, explica a Público algo contrariado. “Obama no ha creado ningún problema nuevo, sólo se ha dedicado a solucionar los que le dejaron abiertos. Si no lo matan conseguirá todo lo que se propone. En un mundo con pocas esperanzas de cambio sólo queda Obama”, pura devoción o no. “Oiga, yo no tengo fe en Obama, él necesita que nosotros le ayudemos. No mezcle la fe en Dios con la esperanza en Obama. Obama no es el mesías, necesita del trabajo de todos nosotros”, remata en una de las salas de la Casa de América de Madrid.

En Caín se ha colado en la fortaleza vaticana para desmontar la lectura simbólica de la Biblia, algo que ha defendido la Iglesia durante siglos para ahorrar una lectura literal de los textos. “Todos creemos haber leído la Biblia, pero apenas sabemos a qué suena. La Iglesia ha hecho su lectura interesada; no para mentir, sino para interpretar, como dicen ellos”, y recuerda el libro de Susan Sontag Contra la interpretación. Se apoya en el estudio de un investigador italiano amigo, que se dedicó a contar el número de víctimas que se suceden a lo largo de la Biblia: casi dos millones de muertos, ninguno de ellos por causa natural. Ahí no hay símbolo, desde luego. 

Si no hubiese trabajado al margen de la visión simbólica sería incapaz de pensar que “Dios no es alguien de fiar”. Y aclara por qué piensa así: cuando manda quemar Sodoma pide a Abraham que le muestre a 10 inocentes y no incendiará la ciudad. Aún así Dios acaba con ella. “Y Dios se olvidó de los niños, ¿o es que ellos no son inocentes y están libres de pecado? Pero él no quiso verles y les calcinó a todos. Por eso digo que uno no puede fiarse de Dios”.El libro vive en las librerías de Portugal desde hace una semana y desde la editorial apuntan que ya se han distribuido 100.000 ejemplares y vendido 30.000. El éxito va parejo a la polémica y si no le han faltado lectores al autor, tampoco detractores. Aclara que su intención no es escribir desde el odio, ni crearlos, aunque los reconoce como algo inevitable, por eso apunta a todos sus enemigos: “No busquéis hematomas, porque tengo la piel dura”. Repitió una y otra vez la misma pregunta, que es la que se plantea a lo largo de toda la novela, en la lucha incesante entre los dos personajes protagonistas: “¿Qué Dios es este que para enaltecer a Abel desprecia a Caín?”. Sin embargo, tampoco culpa de todo a la divinidad, es más, hace decir a Dios, en la ficción que monta desde los hechos bíblicos, que acepta su parte de culpa en el crimen de Abel. 

Saramago no confía en ese ser que “al séptimo día descansó y sigue haciéndolo desde entonces hasta ahora”, pero tampoco en el ser humano. Ahora aprovecha para reconocer la autoría de la paradoja que pensó su mujer y traductora del libro al castellano, Pilar del Río: “Hemos inventado un Dios a nuestra imagen y semejanza. Por eso es tan cruel”.

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