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Shousha: invisibles y olvidados en mitad del desierto

Más de 250 refugiados políticos subsaharianos que huyeron de la guerra en Libia llevan dos años en un campo en el desierto tunecino esperando a que la comunidad internacional les dé una solución

LUIS GIMÉNEZ SAN MIGUEL

Se olvidaron de ellos en mitad del desierto tunecino, a nueve kilómetros de la frontera con Libia. El campamento de refugiados de Shousha acoge a día de hoy a unas 250 personas. Son los últimos que quedan de los más de 20.000 que llegaron hace dos años huyendo de la guerra abierta entre el régimen de Gadafi y los rebeldes apoyados por la OTAN. A su vez, a Libia habían llegado escapando de sus países de origen por ser opositores políticos a los regímenes dictatoriales.

La mayor parte proceden de Darfur, Somalia, Sudán, Eritrea, Etiopía y Chad. De los que acabaron en este lugar perdido entre desiertos, la mayoría pudieron marcharse o fueron acogidos por países europeos gracias a la intervención de la Naciones Unidas. 80 de ellos llegaron a España en julio de 2012. Los que allí quedan no tienen opción: el único sitio al que podrían volver es a Libia o a sus países de origen. En ambos casos serían encarcelados o ejecutados.

El de Shousa es el único de los cinco campos de refugiados que acogieron al millón de personas que huyeron de una guerra sin cuartel. El Gobierno de Gadafi les reclutaba como mercenarios forzosos para combatir en sus filas, los rebeldes les perseguían en unas represalias con tintes racistas y la OTAN bombardeó las ciudades donde vivían.

La vida en el campo ha sido muy dura para los refugiados, destaca ACNUR, ya que se trata de una zona árida y semidesértica, en la que en verano se alcanzan los 50 grados y donde estas personas dependen completamente de la ayuda humanitaria para sobrevivir. Y hace 5 meses les cortaron el suministro de alimentos. A la mayoría de ellos, la ONU se niega a darles el estatus de refugiados y a los que sí lo tienen no les da un lugar donde ir a tratar de construir una vida. Es como si no existieran.

Campamento de Shousha. - Fotografía extraída con permiso de la cuenta de Facebook 'Shousha Refugee Camp'                               

Antes de conseguir escapar de una Libia envuelta en fuego, balas y sed de venganza, pasaron un infierno. 'La mayoría habían sido atacados, robados y a veces golpeados y heridos por parte de jóvenes libios. Les consideraban una presa fácil, pues no había policía dispuesta a protegerlos', explica el colectivo de refugiados en la página de Facebook que crearon con la esperanza de poder llegar a los ojos de occidente. Allí sólo les rodea la arena. Y se hacen preguntas: '¿Cuántas niñas han sido violadas con total impunidad durante el viaje a través del Sáhara? ¿Cuántos han sido asesinados, golpeados, torturados, abandonados para morir de sed, sin que nadie en la comunidad internacional levantara una voz para denunciar los acuerdos que han transformado a estos jóvenes valientes en criminales?'.

'No somos migrantes ni queremos ir a un lugar a trabajar. El problema es político, somos refugiados', relata Bright, un joven subsahariano que esperaba junto a una treintena de sus compañeros a las puertas de la delegación de la Unión Europea en Túnez dos semanas atrás en señal de protesta y con la esperanza de que alguien escuche sus demandas. Varias veces en el último año se han traslado hasta la capital del país con el mismo propósito, nunca han obtenido respuesta. Además, en más de una ocasión han sido retenidos y maltratados por el Ejército tunecino antes de devolverles al campamento. Esos días también acudieron al Foro Social Mundial que se celebraba en Túnez. Pero una vez más volvieron con las manos vacías.

Tewodrous estaba en la cárcel cuando comenzó la guerra de Libia. -LUIS GIMÉNEZ                                                                            

Tewodrous es uno de los jóvenes que vive en Shousha. Es original de Etiopía, aunque ahora no es de ningún lugar más allá de las roídas tiendas del desierto. No tiene documento alguno de identidad. A la sombra del muro que rodea el edificio de la UE, en una lujosa zona de negocios en la ciudad de Túnez, relató a Público su historia.

En su país, desde muy joven quiso luchar contra el régimen del Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope (FDRPE), que al igual que muchas otras fuerzas que gobiernan en el África subsahariana llegó al poder con un mensaje marxista y con un gran apoyo popular, pero en la actualidad se ha convertido en una dictadura autoritaria y subsidiaria de las potencias occidentales. La ayuda extranjera representa más del 90% del presupuesto del Gobierno.

'Si los gobiernos europeos no dan una solución trataré de cruzar el mar en cayuco'

Hace tres años, cuando era estudiante, 'en una situación muy dura política y económicamente', las fuerzas gubernamentales asesinaron a su familia por su militancia política. Perseguido y habiéndolo perdido todo, decidió huir a la Libia de Gadafi. Allí, como inmigrante sin papeles y en situación irregular, trabajó en la construcción durante más de un año. Hasta que las autoridades le descubrieron y fue encarcelado.

Cuando empezó la rebelión contra el régimen de Muamar Gadafi, que en pocas semanas se convirtió en una guerra civil sin cuartel, él seguía entre rejas. 'Todo el mundo tenía miedo', recuerda. En ese conflicto no había hueco para ellos si no era combatiendo como mercenarios con las fuerzas gubernamentales. Mientras, los rebeldes asesinaron a muchos subsaharianos llevados por el odio a un régimen que les bombardeaba sin piedad. Cuando salió de la cárcel mientras el régimen se desmoronaba decidió huir y acabó en Shousha.

Lleva dos años allí viviendo con su mujer, Magdas, y la hija que han tenido en las tiendas de campaña. Ahora está desesperado. En el campo no hay presente: carecen de comida, de techo, de sanidad y educación, de todas las condiciones mínimas para una vida digna. Y no puede ir a ninguna parte. 'No puedo volver a mí país, allí me fusilarían nada más entrar', cuenta. Participa en todas las protestas que ha podido para que se conozca su situación. Cuando vio como la mayoría de sus compañeros fueron acogidos en Europa vio una esperanza, pero ha pasado casi un año de aquello y sigue olvidado en mitad del desierto. Por eso, sabe cuál es la última oportunidad que le queda: 'Si los Gobiernos europeos no dan una solución trataré de cruzar el mar ilegalmente en cayuco e ir a Europa'.

Tres refugiados con una pancarta pidiendo 'derechos como demandantes de asilo', - LUIS GIMÉNEZ                                              

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