Este artículo se publicó hace 16 años.
Sleiman, el hombre que supo suscitar un raro consenso en tiempo de divisiones
Michel Sleiman, el nuevo presidente libanés, que ocupa una jefatura de Estado vacante desde el pasado noviembre, es un hombre que ha sabido suscitar un raro consenso entre unos partidos enfrentados en prácticamente todo lo demás.
Comandante en jefe de las Fuerzas Armadas Libanesas desde diciembre de 1998, Sleiman ha logrado mantener al ejército al margen de las agrias disputas políticas entre la mayoría parlamentaria, que sostiene al gobierno de Fuad Siniora y considerada pro-occidental, y la minoría de oposición, capitaneada por el grupo chií Hizbulá y con el apoyo más o menos abierto de Siria.
Sleiman, de 59 años, casado y con tres hijos, es cristiano, como corresponde al jefe del Estado libanés según el rígido reparto confesional de los cargos institucionales establecido en la Constitución libanesa y ratificado en los acuerdos de Taif (1989) que pusieron fin a la guerra civil iniciada en 1975.
Se licenció como subteniente en la Escuela Militar en 1970, y más tarde obtuvo la licenciatura en Ciencias Políticas y Administrativas por la Universidad del Líbano.
Dirigió la Brigada XI de Infantería entre 1993 y 1996 durante la ofensiva israelí contra el Líbano en los frentes sur y oeste del valle de la Bekaa.
Sleiman estuvo al frente del despliegue del ejército en el sur del Líbano tras la guerra que entre julio y agosto de 2006 libraron Israel y el brazo armado del grupo chií Hizbulá, que costó la vida a 1.200 libaneses 150 israelíes.
El 2 de octubre de 2006 izó la bandera libanesa sobre la colina de Labbuneh, junto a la frontera israelí y anunció el regreso de la soberanía del estado sobre el sur del país, feudo tradicional de Hizbulá.
Asimismo, en el verano de 2007 lideró las operaciones del Ejército en el campo de refugiados palestinos de Naher al Bared (junto a la ciudad septentrional de Trípoli) en el que se habían atrincherado milicianos supuestamente pertenecientes a una célula de la red terrorista Al Qaeda.
Sleiman fue responsable de la reorganización y reestructuración del Ejército tras una enmienda a la ley del servicio militar y una serie de movimientos para convertirlo en garante de la democracia y no en un instrumento de represión a los opositores.
El nuevo presidente del Líbano debía pasar a retiro en agosto de este mismo año, pero su nombre comenzó a sonar con fuerza para suceder en la Jefatura del Estado a Emile Lahud, un hombre demasiado identificado con Siria y que en sus últimos años había sido boicoteado por la mayoría parlamentaria hasta el punto de que casi no se dirigía la palabra con el primer ministro.
Al contrario que Lahud, Sleiman carece de etiquetas políticas y fue desde un principio aceptado por todas las partes, que aceptaron incluso la necesidad de enmendar la Constitución para permitir que un cargo militar en activo pasara directamente a ejercer la Presidencia sin que mediara un plazo de dos años entre una y otra responsabilidad.
Sin embargo, hubo otras razones que impidieron que fuera elegido con prontitud: la minoría parlamentaria encabezada por Hizbulá exigía que ese nombramiento fuera además acompañado de reformas en la ley electoral y en la formación de un nuevo gobierno.
Durante todos estos meses en los que la crisis no ha hecho sino agravarse entre las partes, Sleiman ha sabido permanecer fuera de la tormenta, tanto que incluso impidió que el ejército interviniera cuando a principios de mayo milicianos armados partidarios y contrarios al gobierno se enfrentaron a tiros por las calles de Beirut y otras ciudades del país.
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