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La tarde que Iniesta mandó callar a CR9

El manchego gritó para cerrarle el pico al futbolista que más tenía que decir y del que más se había hablado antes del partido

LADISLAO J. MOÑINO

Hasta ayer, sabíamos que Iniesta se envalentonaba con su cintura, con su falsa fragilidad y su delicadeza con la pelota. Desde ayer, sabemos que también le hierve la sangre. Iniesta confirmó que la tensión de un clásico es capaz de transformar la materia, de convertir la fría horchata exterior que destila su cara de cera en lava visceral y macarrónica. El imperativo 'cállate ya' que le gritó a Cristiano Ronaldo, acompañado de unas palmaditas en el esculpido pecho del portugués, generó la lógica sacudida de todo lo sorprendente. En medio del silencio tenso porque el Barça no encontraba la pelota, Iniesta gritó para cerrarle el pico al futbolista que más tenía que decir y del que más se había hablado antes del partido. Incrédulo, Cristiano procesó la orden con la perplejidad con la que un perro grande se achanta ante uno chico. Fue tan autoritario y sorprendente el encare de Iniesta como la pedrada de David a Goliath. Rendido, el suplente Raúl le pidió la camiseta al final; otra señal del paso del tiempo.

La personalidad poliédrica de Ibrahimovic, que le viene del crisol de nacionalidades que le configuran (sueca, bosnia y croata), fue la que decidió el partido. Remató con frialdad nórdica y celebró con sentimiento balcánico junto al calor de su banquillo. Un salto, puños cerrados y la media melena medieval que gasta ondeando al viento.

El gol de Ibrahimovic culminó los tiempos de Guardiola en su particular partido, que siempre lo disputa. Muy serio y de pie contempló y escudriñó el primer tercio del juego. Una vieja costumbre de cuando sudaba camisetas en vez de darle percha a esos chalecos de fino jugador de billar que ahora luce: primero analiza y luego ordena. Entre Guardiola y sus jugadores existe un cordón umbilical emocional: hasta que no se puso a vivir el juego porque ya le había encontrado soluciones, a gesticular, como cuando calzaba puntera futbolera y no cuadrada de diseño, el Barça no fue el Barça. A partir de ahí, se le desorbitó la mirada y sintió el partido como suyo; como delató el puñetazo al banquillo cuando Busquets cometió la mano que le expulsó.

En el otro área técnica, Pellegrini empezó salivando: un signo de ansiedad y nervios; el cargo y la trascendencia de un Barça-Madrid no respetan ni las canas bien peinadas. Que el Madrid no fuera avasallado desde el principio sedó al entrenador chileno y así trató de transmitírselo a sus jugadores. Cada vez que se levantaba, parecía tener controlado el partido entre sus manos. Se le escapó entre otras manos, las de Cristiano, que se mesaba el cabello después de que su recuperado tobillo desperdiciara la ocasión más clara.

Evitar goles no se festeja con tanta algarabía como cuando se marcan

Hay mucho tremendismo taurino en todo lo que hace y teatraliza el extremo portugués; resopló como un búfalo para ejecutar una falta acompañada de esa parafernalia de pateador de rugby que acostumbra a interpretar. A cada acción, Cristiano le puso una cara, metido de pleno en ese papel estelar que otorga el foco mediático que le apunta constantemente. Con esa coletilla taurina que le adorna la nuca se fue al banquillo sobre la hora con más gestos que fútbol.

Las manos a la cabeza también se las llevó Messi cuando se estrelló, como Cristiano con Valdés, con la botas de Casillas. Messi jugó metido en la absoluta introspección, analizando al instante cada jugada que ejecutó. Interiorizó sus fallos en silencio, con esa cara de auto repaso que se le queda cada vez que la pelota no le obedece.

El clásico enseñó por igual esa propensión de las estrellas a exteriorizar con su rictus como el hieratismo expresivo de los esforzados. Cada vez que Puyol arrastró su trasero con la melena al viento fue para salvar tres goles que parecían cantados. En cada uno de esos tres cruces se incorporó con su habitual rostro de cumplidor eterno. Tiene el fútbol una condición natural y perrera para defensas y porteros: evitar goles no se festeja con tanta algarabía como cuando se marcan. Otra cosa fue cuando Undiano señaló el final. Entonces, Puyol sí exteriorizó su felicidad: los defensas sólo sonríen al final.

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