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El temor a la crisis acerca la derecha holandesa al poder

Los liberales del VVD son favoritos en las elecciones generales de hoy con su propuesta de un recorte duro del gasto social. Necesitarían el apoyo de los democristianos y de la ultraderecha

DANIEL BASTEIRO

El pánico sobre la economía que se ha extendido por toda Europa condicionará el resultado electoral de Holanda, que hoy votará al nuevo Parlamento. Ni el populismo xenófobo de Geert Wilders ni la derecha civilizada del actual jefe de Gobierno, Jan Peter Balkenende, han conseguido eclipsar el ascenso del VVD, el partido liberal que, según las encuestas, ha convencido al electorado prometiendo un durísimo recorte del gasto público en uno de los países que mejor ha resistido la crisis.

Mark Rutte, el líder del VVD, repite estos días que quiere desmantelar un Estado al que el primer ministro ha convertido en una irreal 'máquina de la felicidad que protege a los ciudadanos de todos los riesgos'. Su partido derechista prefiere adelgazar el papel del Estado con un recorte del gasto público de 20.000 millones de euros hasta 2015.

Para lograrlo, los liberales están dispuestos a amputar las prestaciones sociales, las inversiones y el subsidio por desempleo, y a retrasar en uno o dos años la edad de jubilación. Rutte se ha aliado con la crisis económica hasta conseguir hacer olvidar a los holandeses que su país está mejor que la media europea en todos los indicadores clave. La deuda pública, el principal argumento de las especulaciones de mercado, estará este año 20 puntos debajo de la media de la zona euro, que se situará en casi el 80% del PIB.

Holanda acabará el año con una tasa de desempleo del 4,1%, lejos de la media del 10,1% de la eurozona, y se encuentra en plena recuperación del crecimiento, sólo superada por Suecia y Luxemburgo y por delante de países como Alemania.

Rutte, un ex ejecutivo de la multinacional angloholandesa Unilever, se beneficia de su buena imagen personal y del miedo a la crisis, sobre la que ha sembrado malos augurios desde hace años, pero también de la descomposición del mapa político holandés, cada vez más fragmentado. Por eso su victoria podría ser muy relativa y sus compañeros de viaje en el Gobierno, inciertos.

Por primera vez en un siglo el país tendría un primer ministro liberal

El Ejecutivo de Balkenende, compuesto por democristianos y laboristas, saltó por los aires en febrero por la disputa sobre la retirada de las tropas holandesas en Afganistán, que ya casi nadie recuerda. La crisis de confianza en los partidos hasta entonces de referencia en la política holandesa benefició primero al xenófobo Wilders, auténtico vencedor moral de las elecciones locales celebradas en marzo, y después a Rutte, a medida que calaron las consignas anticrisis.

El último sondeo coloca al VVD en cabeza con 36 de los 150 escaños en disputa, menos de la mitad de una mayoría que garantice un Ejecutivo estable. Los democristianos de Balkenende, actual primer ministro y casi un cadáver político, podrían alcanzar los 25 diputados, mientras que Wilders se quedaría en 18. La suma de los tres partidos daría estabilidad política a un Gobierno que estaría presidido por primera vez en un siglo por liberales y con un partido abiertamente anti-islam como garante.

El único partido que le disputa la primera posición al VVD es el laborista, que según los sondeos obtendrá la segunda posición, con 30 escaños. El cambio de liderazgo hace tres meses ha impulsado a la formación. El popular alcalde laborista de Ámsterdam, Job Cohen, lidera las esperanzas de un frente de izquierdas, que contaría con los verdes, los socialistas y los liberales del D66. Sin embargo, la matemática electoral no está de su parte a pesar de la escenificación del mensaje de entendimiento y tolerancia que no ha ahorrado en gestos.

Mientras Wilders espera lograr un alto puesto en el Gobierno prometiendo la expulsión de musulmanes, los laboristas han colocado como número dos de Cohen a una musulmana de origen turco. En su lista electoral figuran también enemigos de la ultraderecha como un activista gay y un inmigrante marroquí muy popular en el barrio musulmán de Ámsterdam.

El candidato Rutte promete acabar con 'la máquina de la felicidad' 

El mensaje de la izquierda, que no renuncia a los recortes del déficit, se centra en 'mantener una sociedad que integra en vez de excluir, una sociedad donde la gente no se juzga entre sí sino que tiene su espacio propio', en palabras de Cohen, descendiente de judíos víctimas del Holocausto que desafía el concepto del Estado 'máquina de la felicidad' que denuncia Rutte.

Sin embargo, es la economía y no la convivencia étnica o religiosa lo que ha aupado a los liberales conservadores. 'Los musulmanes no son los que provocan que se hunda el euro', reconoció Rutte, denunciando implícitamente la obsesión de Wilders, que usa como único argumento electoral el odio al islam, hilo conductor de su explicación de los problemas del país.

Holanda ha pasado, en tan solo unos meses, de tener un Gobierno estable liderado por los democristianos a una cacofonía de partidos en la que Balkenende es un mero actor secundario. Desde 2002 ha liderado cuatro gobiernos y el año pasado intentó hacerse con el cargo de primer presidente del Consejo Europeo que finalmente se llevó Herman Van Rompuy, hasta entonces primer ministro belga.

'Balkenende parece un conductor que se ha salido cuatro veces de la carretera: ¿le darías un quinto coche?', se pregunta el catedrático de la Universidad Libre de Ámsterdam, Adre Krouwel.

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