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TESTIGO - Una manifestación que anticipó la caída del Muro

Reuters

Mark Heinrich trabajó destinado en Bonn cubriendo las relaciones entre las dos repúblicas alemanas, la Federal y la Democrática, entre 1987 y 1989, y en Berlín desde el otoño de 1989 hasta 1992. Ahora es corresponsal especialista en Viena y está a cargo de la cobertura del proceso de no proliferación nuclear

Por Mark Heinrich

Muchas personas recuerdan la noche en que cayó el Muro de Berlín, pero pocos la marea humana que hizo historia cinco días antes.

Cuando alrededor de un millón de alemanes orientales inundaron Berlín Este pidiendo elecciones libres el 4 de noviembre, nadie pensó que el Muro iba a ser derribado por eufóricas multitudes unos días después.

Pero la manifestación y el mitin en la enorme plaza Alexanderplatz, un desafío sin precedentes al duro régimen comunista trastornado por las reformas del presidente soviético Mijail Gorbachov, fueron los precursores inmediatos de la caída, al menos en retrospectiva.

Mientras escribía febrilmente en mi cuaderno de notas, miré con nerviosismo a mi alrededor, esperando que los uniformes verdes de la "Vopo", la Policía del Pueblo aparecieran para dispersar el mitin con sus porras y arrestos masivos, fieles a su comportamiento habitual.

Pero apenas había unos cuantos, y permanecieron al margen. También podían verse algunos agentes de seguridad civiles de la Stasi, pero se vieron superados. Porque esto ya no era un grupo de disidentes aislados en un mar de atemorizado conformismo. Era un maremoto de democracia popular, superando toda noción de represión estatal.

De todos modos, los helicópteros de la policía sobrevolaban el Muro y las fuerzas del orden bloqueaban a todo aquel que se acercara a la Puerta de Brandemburgo a menos de un kilómetro de distancia, por si se produjera una huida masiva a través de la frontera.

Los manifestantes pegaron miles de pósters en los sombríos edificios estatales. Un mar de coloridas pancartas, una banda de música en un vagón y gente saludando desde los balcones de sus departamentos componían un aire festivo, sin miedo por primera vez.

Dos incondicionales de la élite comunista, el ex espía Markus Wolf y el jefe del partido de Berlín del Este Günter Schabowski, intentaron hablar a la multitud, pero se encontraron con un desprecio generalizado. "Es demasiado tarde", gritaban los manifestantes.

Para el régimen, el tren había partido de la estación. Una pancarta lo resumió bien: "La gente dirige, el Partido cojea detrás".

VIAJE A VARSOVIA

El 9 de noviembre, me enviaron a Varsovia para cubrir el viaje de reconciliación a Polonia del canciller de la RFA, Helmut Kohl. Al anochecer, el Muro cayó, sorprendiendo a Kohl y a todo el mundo.

En una loca rueda de prensa en medio de la madrugada en Varsovia, un grupo de periodistas reclamó a Kohl que interrumpiera su visita a Polonia y regresara a Berlín. Y que se los llevara con él para cubrir una historia mucho más importante.

Kohl regresó al día siguiente para regodearse con el primer destello de la reunificación alemana, que se consumó 11 meses más tarde.

Para mi disgusto, yo recibí la orden de quedarme en Varsovia esperando que Kohl reanudase su visita. Cuando regresé a Berlín el 14 de noviembre, la ciudad se había transformado: decenas de personas cruzaban a Berlín Oeste a través de las nuevas aperturas en el Muro.

En las semanas siguientes, mientras las repúblicas soviéticas iban cayendo como piezas de dominós en el torbellino democrático, el grito distintivo en las calles pasó de "Wir sind das Volk" (somos el pueblo) a "Wir sind ein Volk" (somos un pueblo).

Es decir, una Alemania. Fui testigo del más raro de los eventos: una revolución sin disparar un solo tiro.

Un fin de semana largo al verano siguiente, en los últimos días de Berlín Este, recorrí en bicicleta los 160 kilómetros del Muro, junto a la pavimentada "franja de la muerte" en la que fueron disparadas tantas de las personas que intentaron escapar.

Crucé por los mismos lugares de entrada y salida de los barrios al este y oeste de Berlín y las épocas en las que tuve que esperar con pasaporte y visado en mano para hacer esos mismos pequeños viajes ya parecían algo del pasado.

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