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Treinta años después, el eco de la revolución iraní resuena en América Latina

EFE

En 1981, asentada la revolución islámica que dos años antes había acabado la monarquía y ya despejados los obstáculos internos, el ayatolá Rujolá Jomeini lanzó un nuevo reto a sus militantes: extender sus principios más allá de las fronteras de Irán.

Treinta años después, amarrada a sentimientos comunes anti-norteamericanos y financiada por el petróleo, ciertos ecos de la Revolución Islámica resuenan hoy en una región tan lejana y culturalmente tan distante como América Latina, ante la creciente preocupación de EEUU.

"Los lazos entre diversos países de Latinoamericana e Irán se estrechan cada día. Existen puntos de vista ideológicos compartidos, como la lucha contra el imperialismo, pero también afinidad en cuestiones económicas y de desarrollo", declara a Efe un diplomático sudamericano acreditado en Teherán.

"Es cierto que con la llegada (en 2005 del presidente iraní, Mahmud) Ahmadineyad esas relaciones se han acercado más, en algunos casos por una cercanía política. Pero existían ya desde hace mucho tiempo", precisa el diplomático, que prefiere no ser identificado.

Venezuela, Bolivia, Cuba y Ecuador son los gobiernos que con mayor calor han abierto sus brazos a Ahmadineyad, al que contemplan como aliado en un hipotético "eje" de lucha contra el imperialismo, el capitalismo y la influencia de Estados Unidos.

En sus cuatro años de presidencia, el mandatario conservador iraní ha viajado en cuatro ocasiones a América Latina y ha recibido en Teherán a sus colegas venezolano, Hugo Chávez, boliviano, Evo Morales y ecuatoriano, Rafael Correa.

Más allá de los consabidos y populistas discursos políticos sobre "naciones oprimidas", los viajes permitieron firmar diferentes acuerdos para el desarrollo de programas conjuntos en sectores como la energía, el comercio, la industria, la agricultura, la educación, la cultura y la comunicación.

Correa y Morales, que viajaron a Teherán el pasado año, calificaron de "estratégica" la relación de sus respectivos países con Irán.

En respuesta, el presidente del Parlamento iraní, Ali Larijani, subrayó que "una de las estrategias fundamentales de la República Islámica es impulsar las relaciones con los estados latinoamericanos en todas las esferas, políticas, económicas y culturales".

"Compartimos una idea revolucionaria común, una visión similar de cómo deben ser las relaciones internacionales y un adversario común, que es el capitalismo y Estados Unidos. Eso nos hace navegar en el mismo barco", agrega el diplomático.

Pero no sólo los países con afinidad ideológica han contribuido a romper parte del aislamiento que sufre Irán desde que en 1979 triunfara la Revolución Islámica que acabó con el último Sha de Persia, el pro occidental Mohamad Reza Pahlevi.

Los intereses económicos han abierto las fronteras de otros estados emergentes, como Brasil, con el que Irán mantiene un importante intercambio económico.

La gigante petrolera Petrobras ha invertido millones de dólares en la explotación de reservas de crudo y gas iraníes en torno al mar Caspio.

Ahora, presionada por las sanciones internacionales impuestas por la ONU al régimen de los ayatolá, aún baraja la posibilidad de emprender el primer acuerdo de producción de petróleo compartida que firmaría Irán.

Brasil posee, además, uno de los productos más codiciados por el régimen iraní: el uranio que necesita para el desarrollo de su polémico programa nuclear.

La riqueza que genera el petróleo ha permitido a Irán, además, lanzar sus tentáculos hacia otros estados más desfavorecidos, como Paraguay o Nicaragua, país este último donde planea financiar la construcción de un policlínico, una presa y una central eléctrica.

Esta amplia actividad, tanto en Sudamérica como en Centroamérica, ha comenzado a inquietar a Estados Unidos.

El pasado 27 de enero, el secretario de Defensa norteamericano expresó en voz alta esta preocupación en un discurso ante el Senado de su país.

"Francamente, estoy inquieto acerca del nivel de actividad subversiva que los iraníes están realizando en diferentes lugares de América Latina, en especial en Sudamérica y Centroamérica", aseguró Gates.

"Están abriendo numerosas oficinas en innumerables frentes, desde los cuales interfieren en lo que está ocurriendo en esos países", agregó, aludiendo a los ayatolás de Irán.

En voz baja, responsables estadounidenses también han expresado su inquietud por la infiltración en Sudamérica de otros grupos afines a Irán, como el movimiento chií libanés Hizbulah (Partido de Dios).

A Hizbulah, que nació y creció gracias al apoyo logístico y financiero de Irán, se le atribuye el atentado perpetrado en la década de los noventa contra un centro judío en Argentina.

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