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Vargas Llosa se reconcilia con el Ejército peruano

EFE

Cuenta una leyenda urbana que nadie ha desmentido que "La ciudad y los perros", primera novela de Mario Vargas Llosa y la que le dio fama, fue quemada dentro de los muros del Colegio Militar Leoncio Prado que tan descarnadamente retrataba.

Ese mismo colegio, donde Vargas Llosa estudió en los años 1950 y 1951, homenajeó hoy a su ilustre ex alumno en una ceremonia en que selló su reconciliación con el Premio Nobel de Literatura, quien finalmente dio fama -buena o mala, qué más da- al colegio en el mundo.

La ceremonia fue emotiva, unos y otros minimizaron los antiguos agravios, y todo terminó con el escritor cantando el himno del colegio y más tarde fotografiándose con decenas de ex alumnos sin negarse siquiera a tocarse con la gorra azul distintiva de la institución castrense.

El premio Nóbel ha sido condecorado en lo que va de año en su país por un club de fútbol, la Judicatura, la diplomacia europea y ahora el Ejército, a través de su escuela militar, sin que parezca incomodarle esta sucesión de parabienes a los que siempre pone broche con un discurso improvisado.

Pero el homenaje más inesperado fue el protagonizado hoy por su ex colegio, el lugar donde "Varguitas" vivió los azarosos años de su adolescencia y donde reconoce que forjó su vocación de escritor.

"Fue en mis años de cadete leonciopradino donde yo descubrí que mi vocación era la literatura y que lo que yo quería ser en la vida era escritor (...) en un medio poco hospitalario y estimulante para el ejercicio de la Literatura", recordó hoy.

Ese detalle, más el hecho de que su paso por el Colegio le hicieran descubrir la diversidad social, racial y cultural de un país que sólo conocía fragmentariamente, hicieron que el escritor rememorase con nostalgia aquellos años de su adolescencia.

Sin embargo, no pasó por alto otras experiencias vividas en sus muros en las que no quiso abundar: "El colegio me dio unas experiencias no siempre positivas, también algunas profundamente negativas pero que me hicieron entender mucho mejor lo que era la vida y cómo la vida no era para nadie un lecho de rosas, pues junto a las rosas había obstáculos, conflictos, frustraciones e injusticias, y ese era el ámbito del ser humano".

En "La ciudad y los perros", para muchos un contundente alegato antimilitarista al estilo de los "Senderos de Gloria" de Stanley Kubrik, la dirección del Leoncio Prado prefiere echar tierra sobre un asesinato para no manchar la reputación del colegio, en un ambiente donde domina la brutalidad y la corrupción.

"Hubo alguna incomprensión -siguió Vargas Llosa en su discurso de hoy-; se vio en ella no una obra de creación, sino un panfleto o diatriba contra el Colegio, pero hoy nadie puede pensar semejante cosa", matizó.

Por si quedaba alguna duda con respecto a los tintes autobiográficos de la famosa novela, un compañero de la misma séptima promoción militar que Vargas Llosa no llegó a concluir, Víctor Flores, dejó claro que su amigo, como Alberto "el Poeta" de la ficción, escribía novelitas por encargo para sus compañeros adolescentes.

"Fuimos testigos y actores de tus primeros pasos en la literatura creativa, la que manifestaste inicialmente en microcartas picarescas (...) como un medio mágico de seducción en aquella época sin televisión", dijo Robles, y añadió que aquellas micronovelas eran "vendidas o canjeadas por cigarros", exactamente igual que en la ficción.

Divertido, Vargas Llosa comentó más tarde que llegó a alarmarse por el hecho de que Flores, su "primer agente literario" hubiera podido ir más lejos y contar alguna de las aventuras inconfesables de los cadetes fuera de los muros del colegio.

Si el Poeta se rebela en aquella novela contra las rigideces del estamento militar, y denuncia los atropellos y abusos que se cometen impunemente, el Vargas Llosa de hoy pareció reconciliarse también con su pasado y prefirió aludir a la nostalgia que le evoca recordar unos años de ímpetu y libertades, donde el destino está por labrarse.

Aquel Poeta de "La ciudad y los perros" decía sin pelos en la lengua: "Lo que importa en el Ejército es ser bien macho, tener unos huevos de acero, ¿comprendes? O comes o te comen, no hay más remedio. A mí no me gusta que me coman".

Ese mismo Poeta, al marcharse del Colegio, era recibido por el Coronel, que le decía: "Es preciso que los cadetes mantengan los vínculos con el Colegio. Todos formamos una gran familia".

Y la familia, tras lavar sus trapos sucios en aquella espléndida novela, finalmente se reconcilió.

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