Este artículo se publicó hace 15 años.
Venecia revive una muy particular "Dolce Vita" de lujo y arte moderno
Venecia vive estos días la vuelta a una muy particular "Dolce Vita", en la que lujosos yates se mezclan con sombreros, pañuelos y gafas de los años 40 y 50 usados por los aficionados y artistas que inundan la ciudad de los canales con motivo de su Bienal de Arte.
El sombrero conocido como "borsalino", nombre que recibe por la empresa fundada por el italiano Giuseppe Borsalino que lo creó, es un elemento tan común estos días por la ciudad de los canales como las muestras de arte contemporáneo en las que, sin lugar a dudas, han predominado las composiciones audiovisuales.
Una vez que hoy terminen los tres días de presentaciones e inauguraciones de los pabellones de la llamada "Biennale", Venecia tendrá ahora por delante algo más de cinco meses -desde mañana y hasta el 22 de noviembre- para convencer al público de que aún conserva ese "magnetismo" del que hablaba el pasado jueves su director, Daniel Birnbaum.
A tenor de lo visto por la ciudad de los canales, al menos el "glamour" de otros tiempos sí que se ha sabido conservar -a pesar de la actual coyuntura económica-, con terrazas que miraban a la laguna veneciana en las que las botellas de champán quitaban la sed a unos exhaustos aficionados al mundo del arte.
Y todo ante los yates que, uno detrás de otro, formaban una exclusiva fila india atracados en las "rivas" (una especie de paseo marítimo) próximas a los recintos del Arsenal y de los Jardines de la Bienal.
En estos tres días de presentaciones se han podido ver sobre sus cubiertas a italianos y extranjeros que disfrutaban de la ocasión de subirse a un yate gracias a la promoción de alguna galería de arte, una ocasión en la que no faltaban tampoco ni los pañuelos en la cabeza ni las gafas de sol. Todo estilo años 40 y 50.
Más allá del ambiente que rodeaba a la muestra internacional veneciana, en los recintos de la Bienal de Arte se ha podido ver -y se podrá seguir viendo- mucha composición audiovisual, fotográfica y lumínica, y muy poca pintura, algo en lo que son excepción España o Israel.
Las colas de estos días para entrar a los pabellones de los Jardines de la Bienal servían para medir el mayor o menor interés de los visitantes por las propuestas de los países y, según este criterio, Dinamarca es uno de los grandes vencedores.
El recinto danés, un habitual en la Bienal de Arte, se ha convertido este año en una casa en venta, promocionada por la agencia inmobiliaria "Vigilante Exclusive Real Estate", precisamente en un momento en el que dar salida al mercado a una propiedad se hace más complicado.
Dinamarca colabora además por primera vez en el Pabellón Nórdico, un espacio de decoración minimalista que representa también un moderno domicilio con algún que otro toque "zen" y en el que la gran sorpresa la encontramos en el jardín: un coleccionista que flota muerto en la piscina.
Esta impactante visión es obra del danés Michael Elmgreen y del noruego Ingar Dragset, quienes la han titulado "Death of a collector" (2009) y quienes han visto cómo la fuerte tormenta que cayó ayer por la tarde sobre la ciudad de los canales movió algo su logrado maniquí flotante.
Los artistas han sabido aprovechar también las posibilidades que les daban las entradas a los pabellones y así, en el caso de Australia, aparcar fuera un coche que es protagonista en el interior del recinto, una vez más, a través de composiciones audiovisuales.
Vídeo también es el que proyecta en el Pabellón británico Steve McQueen, con una cinta de treinta minutos de duración, mientras que el pabellón de Checoslovaquia (una realidad que ya no existe como estado) sorprende a los visitantes con una composición arbórea como la del exterior, que da la sensación de que el edificio es el que ha sido plantado.
La Bienal de Venecia, la "madre de las bienales", como quiso definirla Birnbaum, ofrece una importantísima oportunidad para artistas de todo el mundo, consagrados o no, dada la gran cantidad de turistas que recibe cada año la ciudad de los canales.
De hecho, los habituales "mochileros" que recorren Venecia han asistido sorprendidos estos días a un espectáculo de estilo y de arte contemporáneo del que no han quedado ajenos ni los edificios: en uno de ellos se podía leer "No haré nunca más una obra de arte aburrida" (John Baldessari).
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