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Victoria del fuego

Oleada de incendios. La veintena de fuegos provoca el peor desastre natural en Australia en 110 años

SONIA MARTÍNEZ MUÑOZ

Juan Miguel Tato, Johnny para sus vecinos, hijo de burgalesa y cántabro, lo ha perdido todo. Como el resto de los habitantes de Flowerdale, su pequeña localidad a 30 kilómetros de Kinglake, y otras 7.000 personas en Australia.

'El 90% se ha quemado', nos cuenta Johnny a una semana del fatídico Sábado Negro, como la Prensa ha bautizado al día en que el infierno ascendió al estado de Victoria.

En esos días, además, acababa de cumplirse un año de la muerte de su padre, cofundador del Hogar Español de Victoria en su capital, Melbourne. Todos sus recuerdos físicos se quemaron.

Juan Miguel y su pareja, Osi, sólo pudieron recoger a sus dos perros. Sus gatos se quedaron. Recorrieron veloces los tres kilómetros que distaban hasta el pub de Flowerdale, donde Johnny solía jugar al billar.

'Volvimos el jueves explica ahora. No ha quedado nada. Aunque me den 500.000 dólares (australianos 275.000 euros) no será suficiente para tener lo que tenía. Hemos perdido muchos amigos, también en Kinglake, donde viví 20 años. Había muertos por las calles'.

La hermana de Juan Miguel, Rosa Tato, pensaba salir esa noche de sábado con un par de amigas en su barrio de Northcote, en Melbourne. Una de ellas, Mia Trujillo, extremeña de nacimiento, regresaba en coche con Rob, trabajador social, de una acampada en un parque nacional a seis horas al este de Melbourne; tardó diez en llegar.

Cuando por fin aparcó en casa de Rosa, Juan Miguel sólo había podido llamar una vez a su hermana, llorando como nunca lo hacía, desde el teléfono de un policía local. El suyo se había quedado sin batería y en la huida no reparó en el cargador.

Fue la particular noche de los transistores de Victoria como en España la del 23-F. Los medios de comunicación se convirtieron en uno solo: la radio.

La televisión no podía llegar a los lugares más peligrosos; los ordenadores, sobra decir, no funcionaban, pero con sus móviles los afectados llamaban a las emisoras de radio aportando toda la información de que disponían: veían humo, llamas, coches veloces Y, sobre todo, describían el ruido.

Osi lo explicó así a su cuñada Rosa: 'Sonaba como si por la calle subieran cien mil vacas en estampida'. Según los bomberos, el fuego avanzó a razón de un kilómetro por minuto.

Michael Winterton, tío de Rob, ni oyó a Elvis, el helicóptero de bomberos que llovió sobre su casa justo cuando 'vi mi tanque de agua de 2.000 galones deshacerse como un helado al sol y pensé: esto es el fin, no puedo pararlo. Yo he tenido mucha suerte. Mucha gente ha perdido mucho más. Incluso sus vidas'.

Otro recuerdo doloroso y recurrente en los afectados es para sus mascotas. Una caravana para perros permanecía enganchada aún al coche de Rob y Natasha Davye, en Kinglake, cuando lo encontró un policía local.

No les había dado tiempo a escapar. Tampoco a ellos y sus dos hijos: un bebé de ocho meses y un niño de tres años. Ralph Koch, el abuelo materno, explicaba después: 'Las últimas palabras que escuché a mi hija gritando al teléfono fueron ¡nos vamos! ¡Fuego!'.

A Helen Petkovski se le cayó el alma a los pies cuando un vecino llegó al centro de acogida de Yea, a 28 kilómetros de Flowerdale, y le dijo: 'He encontrado a uno de tus perros'. '¡Genial!, ¿dónde?', le preguntó. 'Lo acabo de enterrar', contestó.

Como Juan Miguel y Osi, Helen también subió el jueves a ver la que fue su casa durante 19 años en Flowerdale ('valle de la muerte', lo llama ahora): 'Escombros, sólo escombros. Sólo he visto unos cuantos adornos, fruslerías'.

'Nuestras fotos, los cordones umbilicales de mis hijos, las pulseras del hospital, sus primeros dientes, los vídeos de su infancia, las ecografías todo se ha perdido'.

Otros han encontrado detalles que se antojan sarcásticos: helados intactos en el congelador, un triciclo de más de 60 años, relojes de bolsillo parados en la hora fatídica los más, ni eso. Michaela había conseguido una beca para estudiar en Perú y se había marchado la semana anterior. Todas sus pertenencias habían quedado con su hermano en Coombes, en Kinglake. Ahora ya no tiene a dónde regresar.

Conrad Dudley recibió la noticia por boca de su padre, Piers: la casa de su infancia también había sido consumida por el fuego.

David Nichols, de 40 años y vecino de Narbethong, a sólo 12 kilómetros de Marysville, estrelló su camioneta intentando escapar y, aferrado a lo único que le ha quedado, el álbum de fotos de su boda, se enterró en una alcantarilla 'no sé cuánto tiempo, pero me parece que fueron horas'.

Una semana después aún no había conseguido hablar con su esposa, Nicole, ni el hijo de ambos, Lachlan, de cuatro años. Ni, probablemente, se había enterado de que la anciana a la que trató de ayudar fue encontrada en la cuneta.

Tres niños fueron rescatados de su refugio en una bañera en la misma carretera forestal de Yarra Glen, a 18 kilómetros de Kinglake campo a través, donde después se hallaron 22 muertos.

Flowerdale se ha llevado una de las peores partes de la tragedia. Rosa Tato esperaba a su hermano y su cuñada a dormir en Melbourne si conseguían salir del pueblo. Pero no fueron. En realidad casi nadie ha abandonado las cenizas de su hogar. El sentimiento de comunidad y solidaridad ha permanecido.

'Aún no se dan cuenta de lo que ha pasado; está por llegarles incluso el estado de shock', comentaba Mia Trujillo con una amiga psicóloga, cuyos amigos han pedido que no envíen más SMS: 'Aquí todo está bien', dicen.

Los Petkovski viven ahora en una caravana recién estrenada que un hombre de Shepparton, a más de un centenar de kilómetros al norte de Flowerdale, quiso donar y condujo hasta el centro de acogida de Yea.

Juan Miguel y Osi está alojados en una tienda de campaña. 'Quizá nos dejen una casa dentro de un mes en Melbourne. En Flower-dale no hay nada. Ni agua, ni teléfono. Hay mucho que limpiar; todo un pueblo', nos dice ahora Johnny. Osi, su nuera, declara: 'Como John es pintor, confiamos en poder ayudar en las labores de reconstrucción'. Y justo una semana después de comenzar los incendios, como un recuerdo macabro, el viento frío arrojaba cenizas sobre Melbourne en una niebla extraña.

 

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