Este artículo se publicó hace 15 años.
Vistas desde la montaña de la felicidad
Belén es una de esas personas que un día dejó la ciudad por el campo. Aunque en realidad, el campo, concretamente la montaña, siempre estuvo con ella
La llaman Belén la de Cabeza Grande, y no precisamente porque sea una mujer cabezona. Belén es una de esas personas que un día dejó la ciudad por el campo. Aunque en realidad, el campo, concretamente la montaña, siempre estuvo con ella. Desde los 10 años, Belén subía con su colegio de Ourense a esquiar a la montaña de Cabeza Grande, más conocida ahora como Cabeza de Manzaneda. Y allí subía cada vez que podía a esquiar, hacer montañismo o recoger arándanos. Que le ofrecieran quedarse allí a trabajar vino rodado y 17 años estuvo Belénenseñando a esquiar a cientos de niños de Galicia y dirigiendo actividades de recreo relacionadas con la naturaleza.
Belén me sirve el desayuno: zumo de naranja, leche con cola cao y bica, un bizcocho típico de la zona que prepara ella misma y que le sale riquísimo. "Me lo enseñó a hacer una señora, madre de una amiga mía", dice. Después de su empleo en la estación de esquí, Belén trabajó en el catamarán del río Sil, en un albergue y hasta en un barco. Ha viajado allá donde ha podido: Venezuela, Colombia, Nueva York, París, Thailandia... Es, además, artesana cestera.
Hace casi diez años, Belén pensó en tener una huerta en algún pueblecito. De repente, se le presentó la oportunidad: en una aldea casi abandonada, A Nagaza, muy cerca de Cabeza Grande, una mujer vendía una casa y una finca a un precio más que razonable. Belén se lanzó a la aventura, limpió y arregló la casa, aunque en su mente no estaba la idea de emplearla para el turismo rural. Hasta que un día, un conocido del pueblo la animó: "Me dijo que no me podía ir de la zona, que hiciera algún proyecto, que había ayudas que podía pedir". Belén decidió entonces convertir su casa en A casa das cestas, que lleva un año abierta y que compagina con su trabajo como vigilante de incendios en lo alto de una gran montaña.
"Lo primero que hice fue presentar un miniproyecto que escribí en una hoja, con un miedo que te mueres, nadie me apoyó", cuenta. Bueno, casi nadie, Marcos y Cholo sí que lo hicieron. Nos reciben en su casa por la noche. No les hemos avisado, pero sacan tostas, bebidas y aguardiente para todos. Belén y Cholo se tienen un cariño especial, él fue su monitor de montaña cuando ella aún era una cría.
"Yo vine aquí a no tener", sentencia Cholo, que adora el lugar y que apenas necesita nada para sentirse felizA los 49 años, Cholo decidió que era el momento de dar forma a esa inquietud que le rondaba. Lo dejó todo y se fue a la montaña. "Era un momento en que ya nada me ataba a la ciudad, me divorcié, y ya no iba a arrastrar a nadie a este proyecto, que podía salir mal", explica. Dejó su trabajo en Vigo y se marchó a Vilanova, un pueblecito que había frecuentado como montañista. Trabajó organizando actividades deportivas, hasta que llegó Marcos. Juntos tomaron las riendas de lo que ahora es una casa y apartamentos rurales, donde organizan además actividades relacionadas con la naturaleza y el montañismo.
"Yo vine aquí a no tener", sentencia Cholo, que adora la montaña y que apenas necesita nada para sentirse feliz. Belén, por su parte, disfruta profundamente la naturaleza y me lleva en su coche aquí y allá para enseñarme todos los lugares bonitos y contarme todas las historias que sabe. "Yo no me canso, a mí esto me encanta" dice; "aquí no hay ni suerte ni nada, hay un hilo por ahí que me lleva. Para mí, esta casa fue un regalo de allá arriba o de donde fuera, las puertas se me fueron abriendo poco a poco", dice Belén con su natural alegría.
"Mira, te voy a enseñar mi oficina", y me lleva a un rinconcito en medio de dos casas de piedra medio derruidas donde dos tablas de madera gastada hacen las veces de silla. "Aquí me puedo tirar horas", y no me extraña, es el despacho con mejores vistas y olores en el que he estado. Por la noche, el cielo entero con sus estrellas se despliega para nosotras y una estrella fugaz enorme cruza despacio de un lado a otro. Nos quedamos sin palabras. Al rato, Belén me dice: "Ana, esto tienes que escribirlo".
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