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Un agujero negro gigantesco donde no debería existir

Ya era 12.000 millones de veces más masivo que el Sol cuando solo habían pasado 900 millones de años del Big Bang y hacía poco que se habían empezado a formar las estrellas

Representación de un cuásar con un agujero negro supermasivo en el Universo lejano. ZHAOYU LI / SHANGHAI ASTRONOMICAL OBSERVATORY

MALEN RUIZ DE ELVIRA

MADRID.- Un agujero negro supermasivo, recién descubierto, que está en el centro de un objeto superluminoso podría ser uno más de los hallados periódicamente en la astronomía moderna, que ya dispone de un abundante zoo de estos fascinantes objetos celestes. Sin embargo, este nuevo agujero negro presenta un problema: está tan lejos (y por tanto es tan antiguo porque al observarlo miramos hacia atrás en el tiempo) que no debería existir en aquella época temprana del Universo, apenas 900 millones de años después del Big Bang.


Hasta hace poco tiempo se suponía que los agujeros negros se formaron al mismo tiempo que las galaxias en los primeros tiempos del Universo, cuyo origen se sitúa hace unos 13.700 millones de años. Al aumentar su masa captando la materia que les rodea, alrededor de los agujeros negros se produce una emisión de energía que se ve desde la Tierra como objetos superluminosos que se denominan cuásares. Pero la velocidad de crecimiento de este agujero negro no casa con las hipótesis. Como suele pasar, cada descubrimiento da lugar a nuevas preguntas, en este caso respecto al Universo joven.

Mientras tanto, el nuevo agujero negro bate varios récords. Con una masa estimada de 12.000 millones la del Sol, es el más masivo de los identificados a tanta distancia. El cuásar que lo alberga, por su parte (llamado SDSS J0100+2802), es el más luminoso de su clase, que comprende 40 objetos hasta ahora. Se puede observar en los rangos óptico e infrarrojo, pero es indetectable por medio de ondas de radio y rayos X. Solo otro cuásar lejano y su correspondiente agujero negro recientemente descubierto se pueden comparar, aunque su luminosidad y su masa son menores.

Los astrofísicos chinos que lo descubrieron confirmaron su existencia con la colaboración de científicos de otros países a través de telescopios situados en China, Estados Unidos, Australia y Chile. Publican el estudio en la revista Nature. Su conclusión es que, como ya señalaban algunos indicios, los agujeros negros crecieron más rápidamente que las galaxias.

Este descubrimiento no es el único reciente que presenta nuevas incógnitas respecto a cómo se desarrolló y expandió el Universo tras la Gran Explosión inicial. Los últimos datos del telescopio espacial europeo Planck indican que las estrellas se formaron algo después de lo que se suponía hasta ahora. El estudio en detalle de la luz remanente de los primeros miles de años del Universo (la radiación cósmica de fondo, que ahora lo permea) “muestra minúsculas fluctuaciones que reflejan el estado del cosmos cuando la luz y la materia se separaron”, explica Francois Bouchet, del Instituto de Astrofísica de París.

Imagen de cielo completo de la polarización de la radiación cósmica de fondo. ESA / PLANCK COLLABORATION

Imagen de cielo completo de la polarización de la radiación cósmica de fondo.
ESA / PLANCK COLLABORATION

Las primeras estrellas y galaxias se formaron y la luz terminó con la oscuridad anterior, según estos nuevos datos, 550 millones de años después del Big Bang, más de 100 millones de años después de lo estimado basándose en observaciones anteriores. Claro que apenas 400 millones de años después, ya existían, al parecer, agujeros negros supermasivos como el ahora descubierto, lo que resulta misterioso ya que para crecer tan rápidamente tuvieron que alimentarse de la materia interestelar o fusionarse con otros agujeros negros, como señala Bram Venemans, del Instituto Max Planck de Astronomía, en la misma revista.

Como la luz que llega a la Tierra está modificada ligeramente por su viaje a través del espacio, este especialista señala que la extrema luminosidad del cuásar descubierto permitirá medir con mucho más detalle que el conseguido hasta ahora los metales presentes en el medio intergaláctico, información clave para comprender mejor los procesos de formación de estrellas poco después del Big Bang.

Lo raro, sin embargo, no es que surjan continuamente nuevas preguntas sobre el origen y expansión del Universo, sino que tantos datos obtenidos a través de instrumentos en las últimas décadas casen tan bien con el modelo vigente de la historia del cosmos. Ahora, los astrónomos esperan que el nuevo telescopio espacial James Webb, previsto para 2018, ayude a resolver algunas de estas incógnitas.

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