Este artículo se publicó hace 17 años.
Arthur C. Clarke o la razón soñadora
Hoy cumple noventa años Arthur C. Clarke, uno de los grandes maestros de la ciencia ficción y, junto con Isaac Asimov, el paradigma del científico escritor -o escritor científico- comprometido por igual con la investigación, la divulgación y la narrativa. Se podría escribir la historia de la ciencia ficción y de su relación con la ciencia y la filosofía del siglo XX a partir de la obra de estos dos grandes autores, tan semejantes en muchas cosas y tan distintos en algunas. Ambos especularon con rigor y amplitud sobre el futuro de la humanidad y de la tecnología, aunque en lo
relativo a la dialéctica hombre-máquina llegaron a conclusiones contrapuestas.
"Si algún día hacemos máquinas inteligentes, será lo último que nos dejen hacer", dijo Clarke, que materializó sus temores en el inquietante HAL 9000 de 2001: una odisea del espacio. "El único peligro que corremos con respecto a las máquinas inteligentes es que no lleguen a tiempo de salvarnos", replicó Asimov, el creador de los entrañables robots positrónicos y de las tranquilizadoras leyes de la robótica.
Y hablando de 2001, no está de más señalar que, aunque sea la más famosa de las obras de Clarke gracias a la versión cinematográfica de Kubrick, tal vez sea, precisamente por eso, la menos personal. En realidad, el argumento de la película surgió de un relato de Clarke titulado El centinela, y la novela la escribió a partir del guión de 2001, que hizo en colaboración con Kubrick (y no siempre de acuerdo con él).
El Clarke más genuino y provocador lo encontramos en relatos como La estrella (que obtuvo el Premio Hugo en 1956), en el que un atribulado teólogo del futuro descubre que la estrella que guió a los Reyes Magos fue una supernova cuya explosión aniquiló una milenaria civilización extraterrestre; o en novelas como Las fuentes del paraíso (Premio Hugo 1980), uno de los máximos exponentes de la denominada hard science-fiction (ciencia ficción dura, es decir, de rigurosa base científica), donde se describe con verosimilitud y precisión la construcción de un ascensor espacial de 36.000 kilómetros de altura; o en Cita con Rama (1973), una de las obras más galardonadas de toda la historia de la ciencia ficción, que narra la sobrecogedora exploración de un gigantesco cilindro extraterrestre que atraviesa el sistema solar sin mostrar el menor interés por los seres humanos.
Clarke representa, más que ningún otro escritor de ciencia ficción, la ilimitada confianza en los recursos y posibilidades del género humano, lo que no le impide jugar, en ocasiones, con la posibilidad de que la humanidad sea paternalmente tutelada por razas mucho más sabias y antiguas (como en 2001). Y esa confianza tiene mucho que ver con su optimismo científico, su apoyo entusiasta a la conquista del espacio y su nada desdeñable faceta de investigador. Pero el de Clarke no es un optimismo ciego, y no solo lo atempera su recelo ante un posible desarrollo incontrolado de la inteligencia artificial. "El futuro ya no es lo que era", dijo alguna vez, y también: "Ésta es la primera época que ha prestado una gran atención al futuro, lo cual no deja de ser irónico, ya que puede que no tengamos ninguno".
Las órbitas de Clarke
Poca gente sabe que las órbitas geoestacionarias se llaman también órbitas de Clarke, por sus contribuciones pioneras a los satélites de comunicaciones, o que también hay un asteroide y un dinosaurio que llevan el nombre del escritor británico, o que durante la II Guerra Mundial ideó un sistema de defensa basado en el radar.
A pesar de la gran popularidad que alcanzó en la década de 1960 como comentarista para la CBS de las misiones Apolo, el Clarke científico ha quedado eclipsado por el extraordinario éxito del Clarke narrador, que, con más de 50 libros publicados y unos 20 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo, se ha convertido en la leyenda viva de la ciencia ficción, la vertiente narrativa más específica y vigorosa de nuestro tiempo.
Como colofón de este apresurado homenaje, sirva una frase del propio Clarke que bien podría ser el lema de su extensa obra y de su larga vida, así como de la propia ciencia ficción: "La única posibilidad de descubrir los límites de lo posible es aventurarse un poco más allá de ellos, hacia lo imposible".
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