Este artículo se publicó hace 13 años.
Del milagro a la ciencia
Ratzinger pone a un Nobel al frente de su academia científica mientras defiende curaciones milagrosas
Entre toque y toque de atención al primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, por su presunta afición a las fiestas paganas con menores, el Vaticano tuvo tiempo estos días para dar dos noticias de alcance. Una para el mundo católico: el papa Juan Pablo II será beatificado en mayo por la curación milagrosa de una enferma de Parkinson. La otra, para el mundo científico. El pasado martes, Joseph Ratzinger nombraba presidente de la Academia Pontificia de las Ciencias a un protestante, el primer no católico desde su creación en el siglo XVII.
Wojtyla será el primer papa beatificado por su sucesor en mil años y el que más rápido dé el salto a la presantidad. Todo comenzó cuando a la monja francesa Marie Simon Pierre se le diagnosticó Parkinson en 2001. Cuatro años después, gracias a las plegarias de su congregación, fue capaz de escribir en un papel el nombre del santo padre. Estaba curada, y ni el Vaticano ni ella le encontraron otra explicación que la intercesión de dios a través de Juan Pablo II, que había fallecido dos meses antes. Milagro.
Werner Arber presidirá la Academia Pontificia de las Ciencias
Mientras, hubo otro ascenso. El del microbiólogo suizo de 81 años Werner Arber, que en 1978 obtuvo el premio Nobel de Medicina junto a Daniel Nathans y Hamilton Smith. Los tres desarrollaron una investigación clave sobre las enzimas de restricción. Estas proteínas cortan la cadena del ADN y gracias al análisis de los fragmentos se pueden diagnosticar enfermedades hereditarias.
Un reconocimiento tardíoDespués de 30 años de colaboración, Benedicto XVI nombró a Arber presidente de la Academia Pontificia de las Ciencias el pasado martes. La organización que va a presidir está considerada por la Santa Sede heredera de la primera sociedad científica del mundo, la Accademia dei Lincei, fundada en Roma en 1603 por Federico Cesi. Gracias a su pasión por la investigación científica, ser un artista del despiste y el dinero de su familia, Cesi logró sortear la censura de su padre para crear algo que, pasados unos cuantos siglos, tendría el reconocimiento adecuado. En 1603, con el holandés Giovanni Heckius y los italianos Francesco Stelluti y Anastasio de Filiis, establecía la Accademia Lynceorum, que luego se llamaría Accademia dei Lincei.
Ocho años más tarde, Galileo Galilei entró en la asociación y, gracias al apoyo de Cesi y las largas horas de observación, publicó un libro en el que confirmaba la teoría heliocéntrica con algunos matices: había algo más allá del sistema solar. Milagro. Sí, para la ciencia, pero no para la Santa Inquisición, que lo encerró en su casa de Florencia hasta su muerte en 1642. Unos cuantos años antes, en 1630, falleció Cesi y con él la Lincei.
Respeto por la religiónPasaron dos siglos hasta que el espíritu de Cesi volvió a renacer. En 1847 el papa Pío IX refunda la institución con el nombre de Accademia dei Nuovi Lincei. El proyecto abrazaba el espíritu investigador y el respeto por la religión fuera de todo dogmatismo que lo marcó desde el principio. Hasta el siglo XX. El fascismo se instala en Italia en los años 30 y su trabajo se hace más difícil. Pío XI se apuntó la idea y creó en 1936 la Academia Pontificia de las Ciencias, que presidiría el sacerdote George Lemaître, quien, pese a su condición de religioso, fue el padre del Big Bang aplicando la teoría de la relatividad de Einstein.
Los linceanos siguieron su trabajo de manera independiente, pero en 1939 Benito Mussolini los disolvió. Tras la II Guerra Mundial cayó el régimen y apareció la Accademia Nazionale dei Lincei, que pervive hasta hoy.
El Vaticano siguió por su parte con la academia que hoy preside Arber. Depende directamente del papa y está compuesta por 80 hombres y mujeres de distintos credos elegidos por su contribución a la ciencia y su rectitud ética. Hay un español, el microbiólogo Antonio García-Bellido, y destacan el físico Stephen Hawking y el astrofísico Martin Rees, ambos británicos.
Su trabajo abarca campos como la biología, la física o la neurología, desarrollan iniciativas contra la proliferación nuclear y estudios sobre cultivos transgénicos. ¿Tabús? Como reconoció Arber, en una entrevista reciente, la contracepción y el aborto no son temas sobre los que se pueda hablar con el Papa. Tampoco el creacionismo, rebatido por miembros de la academia como Hawking, que en su último libro sostiene que "dios no fue necesario para la creación del universo".
Las disputas seguirán y quizá se den más milagros. Juan Pablo II, próximo beato, ya reconoció el trabajo de Galileo y censuró la actitud de la Iglesia hacia él.
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