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El hombre "más triste del mundo" pasó 26 años solo, sin hablar con nadie y observado como en 'El show de Truman'

Cinco meses después de su fallecimiento en la Amazonía, los expertos concluyen que era una criatura angustiada y portadora de un trauma profundo.

Una de las pocas imágenes del hombre 'más triste del mundo'.
Una de las pocas imágenes del hombre "más triste del mundo". Survival Internacional

Un equipo brasileño de la Fundación Nacional del Indio (Funai) confirmó su muerte el pasado 27 de agosto y la noticia dio la vuelta al mundo. A juzgar por su avanzado estado de putrefacción, debía llevar cuatro semanas muerto. Como se desconocía su nombre, la prensa se refería a él como "el indio del agujero", una denominación más propia de una atracción de freak show que de un humano extraordinario con una vida igualmente extraordinaria.

Fue a menudo descrito por diarios de todo el planeta como "el hombre más solitario de la Tierra" porque vivió cerca de 27 años completamente solo en un pedazo de selva de la Amazonía de poco más de 8.000 hectáreas, unos 80 kilómetros cuadrados de territorio tanaru, rodeados de haciendas. Los expertos creen ahora que era también una de las criaturas más angustiadas que ha existido nunca. Y también una de las más valientes.

Ni se conocía su idioma ni la etnia a la que pertenecía. El resto de los suyos comenzaron a ser masacrados a partir de los setenta por sicarios a sueldo de terratenientes de la provincia de Rondonia que aspiraban, de ese modo, a apropiarse de sus tierras. La Amazonía sigue siendo la versión contemporánea del Far West, con sus buscadores de oro, sus hacendados codiciosos, sus madereros y sus ejércitos de pistoleros. En 1995, se quedó completamente solo.

La cosmovisión del indio no podía abarcar mucho más allá de la jungla que habitaba más el cielo y la tierra que la comprimía y, sin embargo, era lo suficientemente inteligente como para intuir que vivía observado. Desde que se supo de su existencia, fue periódicamente monitorizado en la distancia como el protagonista de El show de Truman. Hallaron su cadáver recostado en una hamaca y cubierto de penachos de guacamayo. Al expirar, frisaba los sesenta. La autopsia que la Funai le practicó ha confirmado que falleció por causas naturales. 

Es probable que se hiriera de forma accidental o que sufriera alguna enfermedad. Lo que es seguro es que presintió su muerte y se tumbó a aguardarla tras cubrirse con fines rituales con las plumas del ave. Qué esperaba encontrar al otro lado — si es que esperaba algo— es algo que se desconoce. Pero a juzgar por las historias que han narrado los nativos de otras tribus que sufrieron experiencias similares, su vida fue tan terriblemente triste como su modo de dejarla. Que acabara rehuyendo cualquier contacto humano fue el resultado de un trauma profundo que le acompañó durante al menos media vida.

Una de las chozas construidas por el indio.
Una de las chozas construidas por el indio. Survival Internacional

Fiona Watson, directora de investigación de Survival Internacional, llegó a acercarse a él durante una misión de monitorización llevada a cabo en 2004. El indio huía de la compañía humana como de la lepra y salía corriendo tan pronto como percibía que alguien se acercaba. "¿Qué pensaba? ¿Qué sentía? ¿Cómo percibía a esos extraños que, de tanto en cuando, le observaban?", le preguntamos. "Era un hombre angustiado", nos dice. "¿Puedes imaginar el trauma de sobrevivir a una matanza y perder a todos los tuyos? Evitar a la gente era una forma de preservarse. Suponemos que tenía miedo. Yo visité su tierra junto a dos indígenas para verificar que estaba vivo y confirmar que los terratenientes no estaban intentando asesinarle. Era un trabajo importante, pero, aun así, fue una experiencia muy extraña porque, en cierta manera, no deseabas molestarle. En alguna ocasión, la Funai intentó ponerle en contacto con otros indígenas vecinos para aliviar su soledad e incluso se pensó en buscarle alguna compañera, pero rechazó cualquier contacto. Durante la grabación de un documental, hirió con una flecha a un funcionario del Gobierno brasileño. El mensaje estaba claro: no os acerquéis".

Nunca se ha sabido quién o quiénes mataron a los suyos. "A menudo, en estas historias de genocidio, se averigua qué ha ocurrido al cabo de muchos años. Hablamos de áreas remotas sin policía ni presencia del Gobierno. Hoy en día quedan tres akuntsus porque fueron igualmente exterminados. Pudo saberse qué había pasado gracias a que alguien escuchó a unos borrachos en un bar hablando de lo que habían hecho. Se investigaron los rumores pero nunca se encarceló a los pistoleros", dice Watson. Como sucede siempre, el crimen quedó impune.

Si alguien puede saber cómo se sentía el hombre del agujero, esos son justamente sus vecinos, los nativos akuntsus. "Ellos también han sobrevivido a una larga serie de masacres", nos cuenta la directora de investigación de Survival Internacional. "Durante los 70 y los 80, podías apropiarte de las tierras si podías probar que no las ocupaban los indígenas. Cuando había nativos que se interponían en sus ambiciones, simplemente, los mataban. Y eso fue lo que ocurrió en el territorio indígena tanaru, rodeado por haciendas de gente muy violenta que no ha dudado en utilizar a pistoleros para adueñarse de la selva. Cuando conocí por primera vez a los akuntsus, quedaban solo seis. Ahora hay tres con vida. Son el testimonio vivo de todos los genocidios que han diezmado a los indígenas".

Exactamente igual que el hombre del agujero, los akuntsus ocupan en la actualidad un pequeño pedazo de jungla, una especie de reserva hecha a su medida y reconocida legalmente y demarcada por el Gobierno brasileño. Ésta se halla, sin embargo, rodeada de vastas haciendas de ganado y plantaciones. Donde antaño se extendían las vastas selvas de Rondonia que servían de hogar a numerosos pueblos indígenas, hoy hay campos de soja.

Los tres akuntsus que han sobrevivido residen en dos malocas (casas comunales) hechas de paja. Viven de la caza — el jabalí, el agutí y el tapir son piezas codiciadas— y del cultivo del maíz y la mandioca. Recolectan bayas igualmente y pescan pececillos en los arroyos. Es un hecho que el hombre del agujero tuvo que servirse de una notoria inteligencia práctica para reinventarse tras la muerte de los suyos. Su forma de subsistencia original se basaba en la colaboración comunitaria y, durante casi treinta años, él tuvo que ingeniárselas completamente solo.

"Era un hombre de una resiliencia excepcional que fue capaz de sobrevivir durante 26 años sin ninguna ayuda y sin poder hablar con nadie, a sabiendas de que estaba completamente rodeado por personas que querían matarlo", dice Watson. Su vida, tristísima, es una historia de soledad y de dolor, pero también es un maravilloso ejemplo de coraje inmenso y entereza humana. Probablemente, le ayudó la relación espiritual que tenía con el bosque y las criaturas que lo habitan, su única compañía durante media vida.

Ese excepcional ser humano vivió acechado por asesinos hasta el final de su existencia. Algunos miserables no tienen nunca suficiente. Codiciaban también la porción de jungla donde vivía confinado. "La Funai tenía un pequeño puesto de observación en el límite de la reserva y fue destruido por intrusos a modo de amenaza de los terratenientes, una forma de desanimarles a seguir velando por su vida", dice Fiona. Para monitorizarlo, se adentraban por sus tierras siempre con indígenas que conocen bien el bosque y que rastreaban el terreno en busca de señales de actividad y de intrusión. Fue uno de estos equipos el que halló su cadáver. "Leían en la jungla para cerciorarse de que estaba bien. Observaban, por ejemplo, cómo usaba sus huertos o colegían de la fruta podrida que había abandonado un campamento".

Lo del indio del buraco provenía de su costumbre de cavar agujeros en sus cabañas con techumbre de hojas de palmera. Desde que se supo de su existencia construyó 53, y todas y cada una de ellas se levantaban sobre una zanja de unos cinco metros de largo y dos de profundidad. Situaba la hamaca sobre al agujero. También se desconoce cuál era su finalidad, aunque se sospecha que le ayudaban a cazar y que poseían, además, ciertos fines rituales.

Uno de los agujeros hechos por el 'hombre del agujero'.
Uno de los agujeros hechos por el 'hombre del agujero'. Survival Internacional

Se ignora su cosmogonía, pero no sería insólito que albergara la esperanza de reunirse con los suyos en un mundo espiritual ultraterreno. "Los awás, por ejemplo, creen que hay seres celestiales y criaturas que habitan en el inframundo. Uno de sus rituales consiste en entrar en contacto con sus antepasados", explica Watson.

"Hay una dimensión espiritual que ocupa un lugar importante en la vida de muchos de estos indígenas. Cada elemento de la naturaleza y cada criatura están dotados de su propio aliento, de acuerdo a cierta concepción animista del mundo. Es eso lo que los hace los mejores conservacionistas. En lugar de dominar su entorno y los seres que lo habitan, los tratan como a iguales". La tribu awá cría a animales que han quedado huérfanos y los adopta como mascotas, comparte sus hamacas con los coatíes, que parecen mapaches, y se reparten los mangos con los periquitos. Sus mujeres incluso amamantan a monos capuchinos y aulladores y se sabe que también lo han hecho con cerditos. Cubrirse con las plumas de un guacamayo fue el acto postrero del hombre del buraco.

"Es verdad que nunca vamos a poder saber qué pensó o qué sintió sin especular de alguna forma", apunta Fiona, "pero nos ayuda mucho a imaginarlo lo que nos han contado otros nativos como Karapiru, otro hombre excepcional cuya familia fue asesinada y que pasó diez años vagando completamente solo por la selva. Lo más extraordinario es que no guardaba rencor al hombre blanco a pesar de que sabía que querían matarlo. Cuando hablaba de su pasado, lo recordaba como un tiempo duro, pero había conservado intacto su sentido del humor y la alegría de vivir".

Karapiru, fallecido de covid el pasado año, conservó hasta el final las cicatrices de la bala que le disparó un sicario por la espalda. Aprendió a ser invisible, como el hombre del agujero. Hasta donde sabemos, este último jamás pronunció una sola palabra tras perder a los suyos. En cierta la ocasión, la Funai puso a hablar a otros nativos cerca de la choza donde sabían que se hallaba, pero nunca respondió. Llegaron incluso a especular con el hecho de que fuera sordo o mudo. Probablemente, era solo una criatura estigmatizada por un trauma abrumador que decidió no hablar jamás para preservar su vida.

"Anduve mucho tiempo por la selva. A veces, estaba tan cerca de esos hombres que podía escuchar el cacareo de sus gallos", contaba Karapiru en una charla registrada por Survival Internacional. "A menudo, pasaba mucha hambre. Un día me encontré con uno de ellos y me preguntó de dónde venía. Le respondí que había estado caminando mucho tiempo por la jungla". El hombre al que se refería era un campesino. Se encontró con el awá en las afueras de una ciudad situada en el estado de Bahía mientras caminaba por una porción de selva calcinada. Karapiru solo llevaba consigo un machete, algunas flechas, varios cuencos con agua y un pedazo de jabalí ahumado.

Lo dejó vivir con él un agricultor del pueblo a cambio de cortar madera y, según relata Survival Internacional, pronto corrió la voz de que un indio solitario había emergido de la selva hablando una lengua desconocida que no lograba entender nadie. "Había pasado diez años huyendo de todo, excepto de su pena". El hombre del agujero trazó círculos también alrededor de sus recuerdos en la porción de selva que estrangulaban los terratenientes. Y a pesar de su aflicción, él eligió vivir.

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