Este artículo se publicó hace 17 años.
Las islas no influyen en el tamaño animal
Un estudio niega que las especies isleñas tiendan a adoptar medidas intermedias
Los biólogos que estudian la evolución de las especies se han sentido siempre fascinados por las particulares adaptaciones de los animales en las islas. En estos ecosistemas separados, el tamaño de las variedades locales se altera respecto a sus parientes continentales. Tanto los censos actuales como el registro fósil están plagados de ratones gigantes y elefantes enanos, de toda una gama intermedia de especies que en las tierras continentales habitan a distintas escalas, pero que en las islas se miran a los ojos.
En 1964, un joven biólogo recién doctorado llamado J. Bristol Foster publicó un influyente estudio en Nature que proponía una norma general, conocida desde entonces como regla de la isla o regla de Foster. Recopilando datos de 116 especies de mamíferos, el científico concluía que las condiciones del hábitat insular imponen una ventaja selectiva para los tamaños medios; los animales grandes encogen, por la disponibilidad limitada de recursos y para mejorar su tasa reproductiva, al tiempo que los pequeños crecen, para acumular más energía sin la presión de huir de los depredadores. Los cambios más drásticos corresponderían a las especies que presentan en origen las dimensiones más extremas.
En el medio está la virtud
Desde la enunciación de la regla de Foster, diversos estudios han reflexionado en torno a esta hipótesis, a menudo avalándola con matices. En 1993, John Damuth escribía en Nature que otra regla llamada de Cope -una tendencia general a aumentar de tamaño- no es aplicable en los mamíferos, y que éstos derivan evolutivamente hacia un peso corporal óptimo de un kilo, lo que es coherente con la norma de Foster. Aunque éste aplicó su propuesta a los mamíferos, los británicos Clegg y Owens proponían hace cinco años que la evolución de las aves isleñas y de sus picos obedecía a Foster.
Ni siquiera los humanos han escapado al supuesto influjo insular sobre el tamaño corporal. En 2003 se hallaron unos restos en la isla indonesia de Flores que llevaron a la identificación de un nuevo homínido, extinguido hace poco más de 10.000 años: el Homo floresiensis, bautizado hobbit, era un humano de un metro, con la cabeza del tamaño de un pomelo.
Hoy las nuevas herramientas informáticas facilitan la validación de hipótesis basadas en la observación estadística; y el manejo de grandes bases de datos a menudo hace temblar las teorías generales que se basaron en un puñado de casos particulares.
Esta semana, un estudio dirigido por el científico del Imperial College de Londres Shai Meiri aparecía en la revista Proceedings of the Royal Society B bajo un título desafiante: La regla de la isla: ¿hecha para romperse?. Los datos de Meiri añaden complejidad a la interpretación de la evolución en las islas.
Según Meiri, y para desolación de los amantes de lo simple, no hay regla general que valga. Si el enanismo y el gigantismo son hechos probados, no lo es en cambio su obediencia a una norma universal. Meiri concluye que la realidad es más compleja: la evolución del tamaño de cada grupo está condicionada tanto por sus características propias como por las singularidades de cada ecosistema. Cada caso es cada caso y, como suele ser habitual en biología, no hay reglas de tres.
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